VIA CRUCIS EN EL COLISEO
VIERNES SANTO 2005

MEDITACIONES Y ORACIONES
DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER

BENEDICTO XVI

SUMO PONTÍFICE

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas

TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez

CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre

QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz

DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz

DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro

ESTACIÓN DE LA ANASTASIS

MEMORIA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO

Querido (a) Suscriptor/a de El Camino de María

El Vía Crucis era uno de los ejercicios de piedad predilectos del Siervo de Dios Juan Pablo II; una predilección que hunde sus raíces en la tradición familiar, en la práctica de la parroquia donde Karol Wojtyła fue bautizado y en las opciones pastorales de aquella Polonia en cuyo cuerpo – su tierra – herido, dividido y despojado por potencias extranjeras se ha prolongado el misterio de la Pasión de Cristo. Se comprende, pues, cómo el piadoso ejercicio del Vía Crucis, que ya había adquirido la forma actual en la primera mitad del siglo XVIII y había sido aprobado por la Santa Sede, se difundiera rápidamente en Polonia, enraizándose firmemente en el humus de la piedad popular.

Juan Pablo II, desde que Dios, en su designio providencial, lo llamó a la cátedra de Pedro (16 de octubre de 1978), nunca había faltado al «Vía Crucis del Coliseo» la tarde de Viernes Santo (hasta que su enfermedad se lo impidió en el año 2005). El Papa Juan Pablo II sentía en él con gran intensidad una profunda relación que une Jerusalén, la ciudad donde Jesús cargado con la Cruz recorrió el último tramo del camino de su vida, con Cracovia, su antigua sede episcopal, cuya catedral se yergue en la colina Wawel, durante muchos siglos corazón de la monarquía y de la Iglesia, prácticamente un emblema de la Polonia gloriosa y arrasada. Y también con Roma, sede del Sucesor de Pedro, a quien Jesús confió la misión de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc 22, 31), de apacentar sus corderos y sus ovejas (cf. Jn 21, 15-17) y a quien dirigió la última y perentoria invitación: «tú sígueme» (Jn 21, 22).

La Iglesia concede indulgencia plenaria a los fieles cristianos que devotamente hacen las Estaciones de la Cruz, según lo establece la Enchiridion Indulgentiarium Normae et Concessiones (Mayo de 1986, Librería Editrice Vaticana). Las normas para obtener estas indulgencias plenarias son:

1.Deben hacerse ante Estaciones de la Cruz establecidas.
2.Deben haber catorce cruces. Para ayudar en la devoción estas cruces están normalmente adjuntas a catorce imágenes o tablas representando las estaciones de Jerusalén.
3.Las Estaciones consisten en catorce piadosas lecturas con oraciones vocales. Pero para hacer estos ejercicios solo se requiere que se medite devotamente la Pasión y Muerte del Señor. No se requiere la meditación de cada misterio de las estaciones.
4.El movimiento de una Estación a la otra. Si no es posible a todos los presentes hacer este movimiento sin causar desorden al hacerse las Estaciones públicamente, es suficiente que la persona que lo dirige se mueva de Estación a Estación mientras los otros permanecen en su lugar.
5.Las personas que están legítimamente impedidas de satisfacer los requisitos anteriormente indicados, pueden obtener indulgencias si al menos pasan algún tiempo, por ejemplo, quince minutos en la lectura devota y la meditación de la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo.
6.Otros ejercicios de devoción son equivalentes a las Estaciones de la Cruz, aun en cuanto a indulgencias, si éstos nos recuerdan la Pasión y muerte del Señor y están aprobados por una autoridad competente.

En el día de mañana recibirá en su dirección de e-mail la meditación de la primera Estación del Via Crucis en el Coliseo que presidiera el hoy Santo Padre Benedicto XVI el Viernes Santo del 2005. Luego recibirá las meditaciones de las restantes 13 Estaciones y una meditación correspondiente a la Estación de la Anástasis haciendo Memoria de la Resurrección de Cristo.

El contenido total del VIA CRUCIS, lo puede leer y/o imprimir desde las siguientes direcciones de nuestros sitios:

http://www.JuanPabloMagno.org/ViaCrucis/index.htm

http://www.BenedictumXVI.com.ar/ViaCrucis/index.htm

Hoy le invitamos a meditar la Introducción al Via Crucis en el Coliseo que escribiera y presidiera el hoy Santo Padre Benedicto XVI.


PRESENTACIÓN DEL VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

VIERNES SANTO 2005

El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la XIV Estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su Vida terrenal, su Muerte y Resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado su Muerte como ofrecimiento de Sí, como acto de Amor, su Cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la Resurrección. Por eso Él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del Cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento. De este modo, el Vía Crucis es un camino que se adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía Crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía Crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico» (Mistagogía: proceso del crecimiento del cristiano en el Misterio de Dios).

A esta visión del Vía Crucis se contrapone una concepción meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII Estación, advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por Él. No basta el simple sentimiento; el Vía Crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento. Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). El Vía Crucis nos muestra un Dios que padece Él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su Muerte en la Cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro «corazón de piedra» y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre. Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús acerca del grano, que Él mismo trasforma en la fórmula básica de la existencia cristiana: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará»). Así se explica también el significado de la frase que, en los Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Con todas estas expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía Crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino, el que nos quiere enseñar la oración del Vía Crucis. Volvemos así al grano de trigo, a la Santísima Eucaristía, en la cual se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de la Muerte y Resurrección de Jesús. En la Eucaristía Jesús camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús.

ORACIÓN INICIAL

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

R. Amen.

Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del gano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía Crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho. Pero en tu Vía Crucis Tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu Amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu Cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la redención del mundo. Ayúdame para que mi Vía Crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tu huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).


Con nosotros está también Santa María, -expresaba Juan Pablo II en la Oración inicial del Via Crucis 2003-. Ella estuvo sobre la cumbre del Gólgota como Madre del Hijo moribundo, Discípula del Maestro de la verdad, nueva Eva junto al árbol de la vida, Mujer del dolor asociada al «Varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53, 3), Hija de Adán, Hermana nuestra, Reina de la Paz. Madre de misericordia, Ella se inclina sobre sus hijos, aún expuestos a peligros y afanes, para ver los sufrimientos, escuchar el gemido que surge de su miseria, para confortarles y reavivar la esperanza de la paz.

Pidamos a María, Madre de Misericordia, que nos ayude a conservar en nuestro corazón y a comprender con nuestra inteligencia, las meditaciones de cada una de las Estaciones del Via Crucis. Lo podemos hacer con la oración conclusiva de la Carta-Encíclica "Veritaris Splendor":

María
Madre de misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la Cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado y crezca
en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que El le asignó (cf. Ef 2, 10) y,
de esta manera, toda su vida sea
«un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

Marisa y Eduardo

Vía Crucis

131. Entre los ejercicios de piedad con los que los fieles veneran la Pasión del Señor, hay pocos que sean tan estimados como el Vía Crucis.

A través de este ejercicio de piedad los fieles recorren, participando con su afecto, el último tramo del camino recorrido por Jesús durante su vida terrena: del Monte de los Olivos, donde en el "huerto llamado Getsemani" (Mc 14,32) el Señor fue "presa de la angustia" (Lc 22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc 23,33), al jardín donde fue sepultado en un sepulcro nuevo, excavado en la roca (cfr. Jn 19,40-42).

Un testimonio del amor del pueblo cristiano por este ejercicio de piedad son los innumerables Vía Crucis erigidos en las iglesias, en los santuarios, en los claustros e incluso al aire libre, en el campo, o en la subida a una colina, a la cual las diversas estaciones le confieren una fisonomía sugestiva.

132. El Vía Crucis es la síntesis de varias devociones surgidas desde la alta Edad Media: la peregrinación a Tierra Santa, durante la cual los fieles visitan devotamente los lugares de la Pasión del Señor; la devoción a las "caídas de Cristo" bajo el peso de la Cruz; la devoción a los "caminos dolorosos de Cristo", que consiste en ir en procesión de una iglesia a otra en memoria de los recorridos de Cristo durante su Pasión; la devoción a las "estaciones de Cristo", esto es, a los momentos en los que Jesús se detiene durante su camino al Calvario, o porque le obligan sus verdugos o porque está agotado por la fatiga, o porque, movido por el amor, trata de entablar un diálogo con los hombres y mujeres que asisten a su Pasión.

En su forma actual, que está ya atestiguada en la primera mitad del siglo XVII, el Vía Crucis, difundido sobre todo por San Leonardo de Porto Mauricio (+1751), ha sido aprobado por la Sede Apostólica, dotado de indulgencias y consta de catorce estaciones.

133. El Vía Crucis es un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el Calvario; es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los último días de su Esposo y Señor.

En el ejercicio de piedad del Vía Crucis confluyen también diversas expresiones características de la espiritualidad cristiana: la comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz (cfr. Lc 9,23)

Por todo esto el Vía Crucis es un ejercicio de piedad especialmente adecuado al tiempo de Cuaresma.

134. Para realizar con fruto el Vía Crucis pueden ser útiles las siguientes indicaciones:

- la forma tradicional, con sus catorce Estaciones, se debe considerar como la forma típica de este ejercicio de piedad; sin embargo, en algunas ocasiones, no se debe excluir la sustitución de una u otra "Estación" por otras que reflejen episodios evangélicos del camino doloroso de Cristo, y que no se consideran en la forma tradicional;

- en todo caso, existen formas alternativas del Vía Crucis aprobadas por la Sede Apostólica o usadas públicamente por el Romano Pontífice: estas se deben considerar formas auténticas del mismo, que se pueden emplear según sea oportuno;

- el Vía Crucis es un ejercicio de piedad que se refiere a la Pasión de Cristo; sin embargo es oportuno que concluya de manera que los fieles se abran a la expectativa, llena de fe y de esperanza, de la Resurrección; tomando como modelo la Estación de la Anastasis al final del Vía Crucis de Jerusalén, se puede concluir con la Memoria de la Resurrección del Señor.

135. Los textos para el Vía Crucis son innumerables. Han sido compuestos por pastores movidos por una sincera estima a este ejercicio de piedad y convencidos de su eficacia espiritual; otras veces tienen por autores a fieles laicos, eminentes por la santidad de vida, doctrina o talento literario.

La selección del texto, teniendo presente las eventuales indicaciones del Obispo, se deberá hacer considerando sobre todo las características de los que participan en el ejercicio de piedad y el principio pastoral de combinar sabiamente la continuidad y la innovación. En todo caso, serán preferibles los textos en los que resuenen, correctamente aplicadas, las palabras de la Biblia, y que estén escritos con un estilo digno y sencillo.

Un desarrollo inteligente del Vía Crucis, en el que se alternan de manera equilibrada: palabra, silencio, canto, movimiento procesional y parada meditativa, contribuye a que se obtengan los frutos espirituales de este ejercicio de piedad.

(DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA LITURGIA. PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES)


ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

POR INTERCESIÓN DEL BEATO JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa, te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo. Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.


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