V /. Adoramus te, Christe, et
benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
V /. Te adoramos Cristo y
te bendecimos.
R /. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Juan
19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso
encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los
judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde
crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27,
45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media
tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó:
«Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A
Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja
empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás
decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito
fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente
éste era Hijo de Dios».
MEDITACIÓN
Sobre la Cruz –en las dos lenguas
del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido,
el hebreo– está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo
prometido de David. Pilato, el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante
la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había
declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea,
humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente
encima del Crucificado. Efectivamente, Él es verdaderamente el Rey del mundo.
Ahora ha sido realmente «ensalzado». En su descendimiento, ascendió. Ahora
ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento
de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor.
Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita
el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a
toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de
este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y
ausente. La Cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece
cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la Cruz
nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y
entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la Cruz, Él triunfa siempre de
nuevo.
El icono de Jesús crucificado se halla en el
centro de la capilla del Calvario, junto a los de la Santísima Virgen y San
Juan Evangelista. Debajo de la imagen de Jesús se encuentra el altar que
protege el lugar donde fue levantada la Cruz. A ambos lados del altar se puede
ver aun hoy parte de la roca del Calvario. Esta capilla pertenece a los griegos
ortodoxos.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, en la hora de tu
muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la Cruz.
En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran
sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el Rostro de Dios, tu Rostro,
aparece difuminado, irreconocible. Pero en la Cruz te has hecho reconocer.
Porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado.
Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación,
ayúdanos a reconocer tu Rostro. A creer en Ti y a seguirte en el momento de la
necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz
que se manifieste tu salvación.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Fac me vere tecum flere,
Crucifixo condolore,
donec ego vixero.