Lectura del libro del profeta Isaías
53, 4-6
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y
humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos
como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos
nuestros crímenes.
MEDITACIÓN
El hombre ha caído y cae siempre de
nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de
ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso la imagen por
excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó
en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto,
sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un
hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo,
como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de
su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así,
actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso
de la Cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria
para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro
orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo
nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos
artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento
de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y
terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de
nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce.
Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía
y aprendamos de Él, que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera
grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.

Parte de la Vía Dolorosa camino a la tercera
Estación
ORACIÓN
Señor Jesús, el peso de la Cruz te
ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te
derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y
simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos
porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que
podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una
especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de
material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por
nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que
mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos
porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y,
aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedica
mater Unigeniti!