OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V /. Adoramus te, Christe, et
benedicimus tibi.
R /. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.
V /. Te adoramos Cristo y
te bendecimos.
R /. Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Imagen del Vía Crucis que se realiza cada viernes por las calles de Jerusalén.
Lectura del Evangelio según San Lucas
23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les
dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por
vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las
estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado».
Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a
las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué
pasará con el seco?
MEDITACIÓN
Oír a Jesús cuando exhorta a las
mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por Él, nos hace reflexionar. ¿Cómo
entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente
sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve
compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si
nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo
que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad
del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y
los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a
dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al
final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y
amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo
podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos
solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad
del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede
seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre.
También Él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros...
porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
Este episodio es recordado con una cruz que se
halla en el exterior del muro de un convento griego.
ORACIÓN
Señor, a las mujeres que lloran les
has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu
presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar un concepción
del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar
nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad,
el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que
caminemos junto a Ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión.
Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos
como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en Ti, la vid
verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
Todos:
Pater noster, qui es in cælis:
sanctificetur nomen tuum;
adveniat regnum tuum;
fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum divide.