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MEDITACIONES
Y ORACIONES
DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER
SUMO
PONTÍFICE
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PRIMERA
ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
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SEGUNDA
ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
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TERCERA
ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
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CUARTA
ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
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QUINTA
ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
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SEXTA
ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
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SÉPTIMA
ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
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OCTAVA
ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
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NOVENA
ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
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DÉCIMA
ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
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UNDÉCIMA
ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz
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DUODÉCIMA
ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
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DECIMOTERCERA
ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
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DECIMOCUARTA
ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
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ESTACIÓN
DE LA
ANASTASIS
MEMORIA DE LA RESURRECCIÓN DE CRISTO |
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Querido
(a) Suscriptor/a de El Camino de María
El Vía Crucis era
uno de los ejercicios de piedad predilectos del Siervo de Dios
Juan Pablo II; una predilección que hunde sus raíces en
la tradición familiar, en la práctica de la parroquia donde
Karol Wojtyła fue bautizado y en las opciones pastorales de
aquella Polonia en cuyo cuerpo – su tierra – herido, dividido
y despojado por potencias extranjeras se ha prolongado el
misterio de la Pasión de Cristo. Se comprende, pues, cómo el
piadoso ejercicio del Vía Crucis, que ya había adquirido
la forma actual en la primera mitad del siglo XVIII y había sido
aprobado por la Santa Sede, se difundiera rápidamente en Polonia,
enraizándose firmemente en el humus de la piedad popular.
Juan Pablo II, desde que
Dios, en su designio providencial, lo llamó a la cátedra de
Pedro (16 de octubre de 1978), nunca había faltado al «Vía
Crucis del Coliseo» la tarde de Viernes Santo (hasta que su
enfermedad se lo impidió en el año 2005). El Papa Juan Pablo II
sentía en él con gran intensidad una profunda relación que une
Jerusalén, la ciudad donde Jesús cargado con la Cruz recorrió
el último tramo del camino de su vida, con Cracovia, su antigua
sede episcopal, cuya catedral se yergue en la colina Wawel,
durante muchos siglos corazón de la monarquía y de la Iglesia,
prácticamente un emblema de la Polonia gloriosa y arrasada. Y
también con Roma, sede del Sucesor de Pedro, a quien Jesús
confió la misión de confirmar a los hermanos en la fe (cf. Lc
22, 31), de apacentar sus corderos y sus ovejas (cf. Jn
21, 15-17) y a quien dirigió la última y perentoria invitación:
«tú sígueme» (Jn 21, 22).
La Iglesia concede indulgencia
plenaria a los fieles cristianos que devotamente hacen las
Estaciones de la Cruz, según lo establece la Enchiridion
Indulgentiarium Normae et Concessiones (Mayo de 1986,
Librería Editrice Vaticana). Las
normas para obtener estas indulgencias plenarias son:
1.Deben hacerse ante Estaciones de la Cruz establecidas.
2.Deben haber catorce cruces. Para ayudar en la devoción estas
cruces están normalmente adjuntas a catorce imágenes o tablas
representando las estaciones de Jerusalén.
3.Las Estaciones consisten en catorce piadosas lecturas con
oraciones vocales. Pero para hacer estos ejercicios solo se
requiere que se medite devotamente la Pasión y Muerte del Señor.
No se requiere la meditación de cada misterio de las estaciones.
4.El movimiento de una Estación a la otra. Si no es
posible a todos los presentes hacer este movimiento sin causar
desorden al hacerse las Estaciones públicamente, es
suficiente que la persona que lo dirige se mueva de Estación a
Estación mientras los otros permanecen en su lugar.
5.Las personas que están legítimamente impedidas de
satisfacer los requisitos anteriormente indicados, pueden
obtener indulgencias si al menos pasan algún tiempo, por
ejemplo, quince minutos en la lectura devota y la meditación de
la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo.
6.Otros ejercicios de devoción son equivalentes a las
Estaciones de la Cruz, aun en cuanto a indulgencias, si éstos
nos recuerdan la Pasión y muerte del Señor y están aprobados
por una autoridad competente.
En el día de mañana
recibirá en su dirección de e-mail la meditación de la primera Estación del Via
Crucis en el Coliseo que presidiera el hoy Santo Padre Benedicto
XVI el Viernes Santo del 2005. Luego recibirá las meditaciones
de las restantes 13 Estaciones y una meditación
correspondiente a la
Estación de la Anástasis haciendo
Memoria de la Resurrección de Cristo.
El
contenido total del VIA CRUCIS, lo puede leer y/o imprimir
desde las siguientes direcciones de nuestros sitios:
http://www.JuanPabloMagno.org/ViaCrucis/index.htm
http://www.BenedictumXVI.com.ar/ViaCrucis/index.htm
Hoy le invitamos a meditar la
Introducción al Via Crucis en el Coliseo que escribiera y
presidiera el hoy Santo Padre Benedicto XVI.
PRESENTACIÓN DEL VÍA
CRUCIS EN EL COLISEO
VIERNES SANTO 2005
El tema central de este Vía crucis se
indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la
XIV Estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de
su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que
deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). De este modo,
el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de
trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su
Vida terrenal, su Muerte y Resurrección, en la perspectiva de la Santísima
Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado
su Muerte como ofrecimiento de Sí, como acto de Amor, su Cuerpo ha sido
transformado en la nueva vida de la Resurrección. Por eso Él, el Verbo hecho
carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo
eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del Cielo, convirtiéndose así
en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el
sacramento. De este modo, el Vía Crucis es un camino que se adentra en el
misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia
se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía Crucis puede entenderse
como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin
la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía Crucis se muestra, pues,
como recorrido «mistagógico» (Mistagogía: proceso del crecimiento del
cristiano en el Misterio de Dios).
A esta visión del Vía Crucis se
contrapone una concepción meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en
la
VIII
Estación, advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por Él. No
basta el simple sentimiento; el Vía Crucis debería ser una escuela de fe, de
esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo
cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento. Para los Padres de la
Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad;
por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de
Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les
daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). El Vía Crucis nos muestra un
Dios que padece Él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no
permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su
Muerte en la Cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras
amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere
transformar nuestro
«corazón de piedra»
y llamarnos a compartir también el
sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea
insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al
amor que cura y socorre. Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús
acerca del grano, que Él mismo trasforma en la fórmula básica de la existencia
cristiana: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo
en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt
16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: «El que pretenda guardarse su
vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará»). Así se explica también el
significado de la frase que, en los Evangelios sinópticos, precede a estas
palabras centrales de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a
sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Con todas estas
expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía Crucis, nos enseña
cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es
decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino, el
que nos quiere enseñar la oración del Vía Crucis. Volvemos así al grano de
trigo, a la Santísima Eucaristía, en la cual se hace continuamente presente
entre nosotros el fruto de la Muerte y Resurrección de Jesús. En la Eucaristía Jesús
camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez
con los discípulos de Emaús.
ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo.
R. Amen.
Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr
la suerte del gano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto
(Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se
pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida
eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No
queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla,
no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos
nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía Crucis quieres guiarnos hacia
el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La
cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho. Pero en tu Vía Crucis
Tú
has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado,
porque tu Amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una
manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve
contigo tu Cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la
redención del mundo. Ayúdame para que mi Vía Crucis sea algo más que un
momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles
pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos
concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser
por la vía de la cruz y sigamos siempre tu huellas. Líbranos del temor a la
cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar
nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a
desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al
final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de
la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano
de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que
verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).
Con
nosotros está también Santa María, -expresaba Juan Pablo II en
la Oración inicial del Via Crucis 2003-. Ella estuvo sobre la cumbre del
Gólgota como Madre del Hijo moribundo, Discípula del Maestro de la
verdad, nueva Eva junto al árbol de la vida, Mujer del dolor asociada
al «Varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53, 3), Hija de Adán,
Hermana nuestra, Reina de la Paz. Madre de misericordia, Ella se
inclina sobre sus hijos, aún expuestos a peligros y afanes, para ver
los sufrimientos, escuchar el gemido que surge de su miseria, para
confortarles y reavivar la esperanza de la paz.
Pidamos a María,
Madre de Misericordia, que nos ayude a conservar
en nuestro corazón
y a comprender con nuestra inteligencia, las meditaciones de cada
una de las Estaciones del Via Crucis. Lo podemos hacer con la
oración conclusiva de la Carta-Encíclica "Veritaris
Splendor":
María
Madre de misericordia,
cuida de todos para que no se haga inútil
la Cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado y crezca
en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia» (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que El le asignó (cf. Ef 2, 10) y,
de esta manera, toda su vida sea
«un himno a su gloria» (Ef 1, 12).
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Marisa y Eduardo
131.
Entre los ejercicios de piedad con los que
los fieles veneran la Pasión del Señor,
hay pocos que sean tan estimados como el Vía
Crucis.
A través de este ejercicio de
piedad los fieles recorren, participando con
su afecto, el último tramo del camino
recorrido por Jesús durante su vida terrena:
del Monte de los Olivos, donde en el "huerto
llamado Getsemani" (Mc 14,32) el Señor
fue "presa de la angustia" (Lc
22,44), hasta el Monte Calvario, donde fue
crucificado entre dos malhechores (cfr. Lc
23,33), al jardín donde fue sepultado en un
sepulcro nuevo, excavado en la roca (cfr. Jn
19,40-42).
Un
testimonio del amor del pueblo cristiano por
este ejercicio de piedad son los
innumerables Vía Crucis erigidos en
las iglesias, en los santuarios, en los
claustros e incluso al aire libre, en el
campo, o en la subida a una colina, a la
cual las diversas estaciones le confieren
una fisonomía sugestiva.
132.
El Vía Crucis es la síntesis de
varias devociones surgidas desde la alta
Edad Media: la peregrinación a Tierra
Santa, durante la cual los fieles visitan
devotamente los lugares de la Pasión del Señor;
la devoción a las "caídas de Cristo"
bajo el peso de la Cruz; la devoción a los
"caminos dolorosos de Cristo", que
consiste en ir en procesión de una iglesia
a otra en memoria de los recorridos de
Cristo durante su Pasión; la devoción a
las "estaciones de Cristo", esto
es, a los momentos en los que Jesús se
detiene durante su camino al Calvario, o
porque le obligan sus verdugos o porque está
agotado por la fatiga, o porque, movido por
el amor, trata de entablar un diálogo con
los hombres y mujeres que asisten a su
Pasión.
En
su forma actual, que está ya atestiguada en
la primera mitad del siglo XVII, el Vía
Crucis, difundido sobre todo por San
Leonardo de Porto Mauricio (+1751), ha sido
aprobado por la Sede Apostólica, dotado de
indulgencias y consta de catorce estaciones.
133.
El Vía Crucis es un camino trazado
por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía
en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y
lo impulsó hasta el Calvario; es un camino
amado por la Iglesia, que ha conservado la
memoria viva de las palabras y de los
acontecimientos de los último días de su
Esposo y Señor.
En
el ejercicio de piedad del Vía Crucis
confluyen también diversas expresiones
características de la espiritualidad
cristiana: la comprensión de la vida como
camino o peregrinación; como paso, a través
del misterio de la Cruz, del exilio terreno
a la patria celeste; el deseo de conformarse
profundamente con la Pasión de Cristo; las
exigencias de la sequela Christi, según
la cual el discípulo debe caminar detrás
del Maestro, llevando cada día su propia
cruz (cfr. Lc 9,23)
Por
todo esto el Vía Crucis es un
ejercicio de piedad especialmente adecuado
al tiempo de Cuaresma.
134.
Para realizar con fruto el Vía Crucis
pueden ser útiles las siguientes
indicaciones:
-
la forma tradicional, con sus catorce
Estaciones, se debe considerar como la forma
típica de este ejercicio de piedad; sin
embargo, en algunas ocasiones, no se debe
excluir la sustitución de una u otra "Estación"
por otras que reflejen episodios evangélicos
del camino doloroso de Cristo, y que no se
consideran en la forma tradicional;
-
en todo caso, existen formas alternativas
del Vía Crucis aprobadas por la Sede
Apostólica o usadas públicamente por el
Romano Pontífice: estas se deben considerar
formas auténticas del mismo, que se pueden
emplear según sea oportuno;
-
el Vía Crucis es un ejercicio de
piedad que se refiere a la Pasión de Cristo;
sin embargo es oportuno que concluya de
manera que los fieles se abran a la
expectativa, llena de fe y de esperanza, de
la Resurrección; tomando como modelo la
Estación de la Anastasis al final
del Vía Crucis de Jerusalén,
se puede concluir con la Memoria de la
Resurrección del Señor.
135.
Los textos para el Vía Crucis son
innumerables. Han sido compuestos por
pastores movidos por una sincera estima a
este ejercicio de piedad y convencidos de su
eficacia espiritual; otras veces tienen por
autores a fieles laicos, eminentes por la
santidad de vida, doctrina o talento
literario.
La
selección del texto, teniendo presente las
eventuales indicaciones del Obispo, se deberá
hacer considerando sobre todo las características
de los que participan en el ejercicio de
piedad y el principio pastoral de combinar
sabiamente la continuidad y la innovación.
En todo caso, serán preferibles los textos
en los que resuenen, correctamente aplicadas,
las palabras de la Biblia, y que estén
escritos con un estilo digno y sencillo.
Un
desarrollo inteligente del Vía Crucis,
en el que se alternan de manera equilibrada:
palabra, silencio, canto, movimiento
procesional y parada meditativa, contribuye
a que se obtengan los frutos espirituales de
este ejercicio de piedad.
(DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA
LITURGIA. PRINCIPIOS Y ORIENTACIONES)
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ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL BEATO JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria. |
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