1) Aquí tienes, alma predestinada, un
secreto que me ha enseñado el Altísimo, y que en ningún libro
antiguo ni moderno he podido encontrar. Voy a confiártelo con la
gracia del Espíritu Santo; pero con estas condiciones:
a) Que no lo comuniques sino a las personas que lo merezcan, por sus
oraciones, sus mortificaciones, sus limosnas, sus persecuciones, su
abnegación y su celo por el bien de las almas.
b) Que te valgas de él para hacerte santa y espiritual; porque la
importancia de este secreto se mide por el uso que de él se hace.
Cuidado con cruzarte de brazos, sin trabajar; que mi secreto se
convertirá en veneno y vendrá a ser tu condenación.
c) Que todos los días de tu vida des gracias a Dios, por el favor
que te hace al enseñarte un secreto que no mereces saber.
Y a medida que lo vayas poniendo en práctica en las acciones
ordinarias de la vida, comprenderás su precio y excelencia; que, al
principio, por la multitud y gravedad de los pecados y aficiones
secretas que te atan, sólo imperfectamente lo conocerás.
2) No te dejes llevar de ese deseo
precipitado y natural de conocer la verdad, di primero devotamente,
de rodillas, el Ave Maris Stella y el Veni Creator Spiritus, para
pedir a Dios la gracia de entender y saborear este misterio divino.
Como tengo poco tiempo para escribir y tú tienes poco para leer, te
lo diré en compendio.
Necesidad de una Verdadera Devoción a María
I. La gracia de Dios es absolutamente necesaria.
3) Lo que Dios quiere de ti, alma que eres su imagen viva, comprada
con la Sangre de Jesucristo, es que llegues a ser santa, como Él,
en esta vida, y glorificada, como Él, en la otra.
Tu vocación cierta es adquirir la santidad divina; y todos tus
pensamientos, palabras y obras, tus sufrimientos, los movimientos
todos de tu vida a eso se deben dirigir; no resistas a Dios, dejando
de hacer aquello para que te ha criado y hasta ahora te conserva.
¡Qué obra tan admirable! El polvo trocado en luz, el pecado en santidad, la criatura en su Creador, y el
hombre en Dios. Obra admirable, repito, pero difícil en sí misma,
y a la naturaleza por sí sola imposible. Nadie si no Dios con su
gracia y gracia abundante y extraordinaria puede llevarla a cabo; la
creación de todo el universo no es obra tan grande como ésta.
4) Y tú ¿cómo lo conseguirás? ¿Qué medios vas a escoger
para levantarte a la perfección a que Dios te llama? Los medios de
salvación y santificación son de todos conocidos; señalados están
en el Evangelio, explicados por los maestros de la vida espiritual,
practicados por los santos. Todo el que quiera salvarse y llegar a
ser perfecto necesita *humildad de corazón, *oración
continua, *mortificación universal, *abandono en la
Divina Providencia y *conformidad con la voluntad de
Dios.
5) Para poner en práctica todos estos medios de salvación y
santificación, nadie duda que la gracia de Dios es absolutamente
necesaria y que, más o menos, a todos se da. Más o menos digo,
porque Dios, a pesar de ser infinitamente bueno, no da a todos el
mismo grado de gracia, aunque da a cada uno la suficiente. El alma
fiel con mucha gracia hace grandes cosas, y con poca gracia, pequeñas.
Lo que valora y hace subir de quilates nuestras acciones es la
gracia dada por Dios y seguida por el alma. Estos principios son
incontestables.
II. Para hallar la gracia de Dios hay que hallar a María.
6) Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil con que consigamos
de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te
voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios hay
que hallar a María. Por las siguientes razones:
7) *Sólo María es la que ha hallado gracia delante de Dios, ya
para Sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular; que
ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la ley
antigua pudieron hallarla.
8) *María es Madre de la gracia, Mater gratiae,
porque Ella es la que dio el ser y la vida al Autor de toda gracia.
9) *Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia desciende
como fuente esencial, dándole al Hijo, le dio todas las gracias;
de suerte, que, como dice San Bernardo, se le ha dado en Él y con Él la voluntad de Dios.
10) *Dios la ha escogido por tesorera, administradora y
dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y
dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando
quiere y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes
de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.
11) Así como en el orden de la naturaleza es necesario que tenga
el niño padre y madre, así en el orden de la gracia es necesario
que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María
por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por padre, sin la
ternura de verdadero hijo para con María, es un engañador.
12) Puesto que María ha formado la Cabeza de los predestinados,
Jesucristo, tócale a Ella el formar los miembros de esa Cabeza, los
verdaderos cristianos: que no forman las madres cabezas sin miembros,
ni miembros sin cabeza. Quien quiera, pues, ser miembro de
Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe formarse en María,
mediante la gracia de Jesucristo, que en Ella plenamente reside,
para de lleno comunicarse a los verdaderos miembros de Jesucristo,
que son verdaderos hijos de María.
13) El Espíritu Santo, que se desposó con María, y en Ella,
por Ella y de Ella, produjo su obra maestra, el Verbo encarnado
Jesucristo, continúa produciendo todos
los días en Ella y por Ella a los predestinados, por verdadero
aunque misterioso modo.
14) María ha recibido de Dios particular dominio sobre las almas,
para alimentarlas y hacerlas crecer en Él. Aun llega a decir San
Agustín que en este mundo los predestinados todos están encerrados
en el seno de María, y que no salen a la luz hasta que esta buena
Madre les conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el
niño saca todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado
a su debilidad, así los predestinados sacan todo su alimento
espiritual y toda su fuerza de María.
15) María es a quien ha dicho el Padre: "in Jacob inhabita",
hija mía, mora en Jacob, es decir, en mis predestinados, figurados
por Jacob; María es a quien ha dicho el Hijo: "in Israel haereditare", hereda en Israel, madre querida, es decir, en los
predestinados; María es a quien ha dicho el Espíritu
Santo: "in electis meis mitte radices", arraiga fiel
esposa, en mis elegidos. Quienquiera, pues, que sea elegido o
predestinado, tiene a María por moradora de su casa, es decir, de
su alma y la deja echar raíces de humildad profunda, de caridad
ardiente y de todas las virtudes.
16) Molde viviente de Dios, "forma Dei", llama San Agustín a María
y, en efecto, lo es. Quiero decir que en Ella sola se formó Dios
hombre, al natural, sin que rasgo alguno de divinidad le faltara; y
en Ella sola también puede formarse el hombre en Dios, al natural,
en cuanto es capaz de ello la naturaleza humana, con la gracia de
Cristo.
De dos maneras puede un escultor sacar al natural una estatua o
retrato: primera, con fuerza y saber y buenos instrumentos puede
labrar la figura en materia dura e informe; y segunda, puede
vaciarla en un molde. Largo, difícil, expuesto a muchos tropiezos
es el primer modo; un golpe mal dado, de cincel o de martillo, basta,
a veces, para echarlo a perder todo. Pronto, fácil y suave es el
segundo, casi sin trabajo y sin gastos, con tal que el molde sea
perfecto y que represente al natural la figura; con tal que la
materia de que nos servimos sea manejable y de ningún modo resista
a la mano.
17) El gran molde de Dios, hecho por el Espíritu Santo, para formar
al natural un Hombre-Dios, por la unión hipostática, y para formar
un hombre-Dios por la gracia, es María. Ni un solo rasgo de
divinidad falta en este molde; cualquiera que se meta en él y se
deje modelar, recibe allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero
Dios; y esto de manera suave y proporcionada a la debilidad humana,
sin grandes trabajos ni agonías; de manera segura y sin miedo de
ilusiones, puesto que el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada
en María, Santa e Inmaculada, sin la menor mancilla de culpa.
18) ¡Oh alma querida, cuánto va del alma formada en Jesucristo,
por los medios ordinarios de la que, como los escultores, se fía de
su pericia, y se apoya en su industria, al alma bien tratable, bien
desligada, bien fundida, que sin estribar en sí, se mete dentro de
María y se deja manejar allí por la acción del Espíritu Santo!
¡Cuántas tachas, cuántos defectos, cuántas tinieblas, cuántas
ilusiones, cuánto de natural y humano hay en la primera! Y la
segunda, ¡cuán pura es y divina y semejante a Cristo!
19) No hay ni habrá jamás criatura, sin exceptuar bienaventurados,
ni querubines, ni serafines de los más altos en el mismo cielo, en
que Dios sea más grande que en la Bienaventurada Virgen María.
Ella es el paraíso de Dios y su mundo inefable, donde el Hijo de
Dios entró para hacer maravillas, para guardarle y tener en Él sus
complacencias. Un mundo hecho para el hombre peregrino, que es la
tierra que habitamos; otro mundo para el hombre bienaventurado, que
es el paraíso; mas para Sí mismo, ha hecho otro mundo y lo ha
llamado María; mundo desconocido a casi todos los mortales de la
tierra, e incomprensible a los ángeles y bienaventurados del cielo,
que, admirados de ver a Dios tan elevado y lejano, tan escondido en
su mundo que es la Bienaventurada Virgen María, claman sin cesar:
"Santo,
Santo, Santo".
20) Feliz y mil veces feliz es en la tierra el alma a quien el Espíritu
Santo revela el Secreto de María para que lo conozca, a quien abre
este huerto cerrado, para que en él entre, y esta fuente sellada
para que de ella saque el agua viva de la gracia y beba en larga
vena de su corriente. Puesto que en todas partes está Dios,
en todas se le puede hallar: pero no hay
sitio en que la criatura encontrarle pueda tan cerca y tan al
alcance de su debilidad como en María, pues para eso bajó a Ella.
En todas partes es el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en
María es el Pan de los niños.
21) Nadie, pues, se imagine, como algunos falsos iluminados, que María,
por ser criatura, es impedimento para la unión con el Creador. No
es ya María quien vive, es sólo Jesucristo, es sólo Dios quien
vive en Ella. La transformación de María en Dios excede a la de
San Pablo y otros santos más que el cielo se levanta sobre la
tierra.
Sólo para Dios nació María, y tan lejos está de ¡retener!
consigo a las almas que, por el contrario, hace que remonten hasta
Dios su vuelo, y tanto más perfectamente las une con Él, cuanto
con Ella están más unidas.
María es eco admirable de Dios, que cuando se grita: María, no
responde más que: Dios; y cuando con Santa Isabel se la saluda
bienaventurada, no hace más que engrandecer a Dios. Si los
falsos iluminados, de quienes tan miserablemente ha abusado el
demonio, hasta en la oración, hubieran sabido hallar a María y por
María a Jesús y por Jesús a Dios, no hubieran dado tan terribles
caídas. Una vez que se ha encontrado a María, y por María a Jesús y
por Jesús a Dios Padre, se ha encontrado todo bien, como dicen las
almas santas. Quien dice todo, nada exceptúa: toda gracia y
amistad cerca de Dios, toda seguridad contra los enemigos de Dios,
toda verdad contra la mentira, toda facilidad para vencer las
dificultades en el camino de la salvación, toda dulzura y gozo en
las amarguras de la vida.
22) Y no es que esté exento de sufrimientos y cruces el que ha
encontrado a María mediante la verdadera devoción: lejos de eso, más
que a ningún otro le asaltan, porque María, que es la madre de los
vivientes, da a sus hijos los trozos del Árbol de la Vida, que es
la Cruz de Jesucristo; mas al repartirles buenas cruces, les da
gracias para llevarlas con paciencia y aun con alegría (de suerte
que las cruces que da Ella a los suyos son cruces de dulce,
almibaradas más bien que amargas); o si por algún tiempo gustas la
amargura del cáliz, que necesariamente han de beber los amigos de
Dios, la consolación y gozo que esta buena Madre hace suceder a la
tristeza, les alienta infinito para llevar otras cruces, aun más
amargas y pesadas.
III. Una Verdadera Devoción a María es indispensable.
23) Lo importante está, pues, en saber hallar de veras a la Bienaventurada Virgen
María, para dar con la abundancia de todas las gracias. Dueño
absoluto, Dios puede por sí mismo comunicar lo que ordinariamente
no comunica sino por medio de María; y negar que alguna vez así lo
haga, sería temerario; pero según el orden establecido por la
Divina Sabiduría, como dice Santo Tomás, Dios no se comunica
ordinariamente a los hombres, en el orden de la gracia, sino por María.
Para subir y unirse a Él, preciso es valerse del mismo medio de que
Él se valió para descender a nosotros, para hacerse hombre y para
comunicarnos sus gracias; y ese medio es una Verdadera Devoción a
la Santísima Virgen.
En qué consiste la
Verdadera Devoción a María
I. Varias verdaderas devociones a la Santísima Virgen.
24) Hay varias verdaderas devociones a la Virgen Santísima: no
hablo aquí de las falsas.
25) La primera consiste en cumplir con los deberes de cristiano,
evitando el pecado mortal, obrando más por amor que por temor,
rogando de tiempo en tiempo a la Santísima Virgen y honrándola como
Madre de Dios, sin ninguna otra especial devoción para con Ella.
26) La segunda tiene para la Virgen más altos sentimientos de
estima, amor, veneración y confianza; induce a entrar en las cofradías
del Santo Rosario y del Escapulario, a rezar el Santo
Rosario, a honrar las imágenes y altares de María, a publicar sus
alabanzas, a alistarse en sus congregaciones. Y esta devoción, al
excluir de nuestra vida el pecado, es buena, santa y laudable; pero
no es tan perfecta ni tan capaz de apartar a las almas de las criaturas
y desprenderlas de sí mismas a fin de unirlas a Jesucristo.
27) La tercera devoción a la Santísima Virgen, de muy pocas
personas conocida y practicada, es, almas predestinadas, la que os
voy a descubrir.
II. La devoción perfecta a María.
a) En qué
consiste.
28) Consiste en darse todo entero, como esclavo, a María y a Jesús
por Ella; y en hacer todas las cosas con María, en María, por María
y para María.
Voy a explicar estas palabras.
29) Hay que escoger un día señalado para entregarse, consagrarse y
sacrificarse; y esto ha de ser voluntariamente y por amor, sin
encogimiento, por entero y sin reserva alguna; cuerpo y alma, bienes
exteriores y fortuna, como casa, familia, rentas; bienes interiores
del alma, a saber: sus méritos, gracias, virtudes y satisfacciones.
Es preciso notar aquí que con esta devoción se inmola el alma a
Jesús por María, con un sacrificio, que ni en orden religiosa
alguna se exige, de todo cuanto el alma más aprecia; y del derecho
que cada cual tiene para disponer a su arbitrio del valor de todas
sus oraciones, limosnas, mortificaciones y satisfacciones; de suerte
que todo se deja a disposición de la Virgen Santísima, que a
voluntad suya lo aplicará, para la mayor gloria de Dios, que sólo
Ella perfectamente conoce.
30) A disposición María se deja todo el valor satisfactorio e
impetratorio de las buenas obras; así que, después de la oblación
que de ellas se ha hecho, aunque sin voto alguno, de nada de cuanto
bueno hace es ya uno dueño; la Virgen Santísima puede aplicarlo;
ya a un alma del purgatorio para aliviarla o libertarla, ya a un
pobre pecador para convertirle.
31) También nuestros méritos los ponemos con esta devoción en
manos de la Virgen Santísima; pero es para que nos los guarde,
aumente y embellezca; puesto que ni los méritos de la gracia
santificante, ni los de la gloria podemos unos a otros comunicarnos.Le entregamos todas nuestras oraciones y obras buenas, en
cuanto son satisfactorias e impetratorias, para que Ella las distribuya y
aplique a quien le plazca. Y si después de estar así consagrados a
la Santísima Virgen, deseamos aliviar algún alma del purgatorio,
salvar a algún pecador, sostener a alguno de nuestros amigos con
nuestras oraciones, mortificaciones, limosnas, sacrificios, preciso
es pedírselo humildemente a Ella, y estar a lo que determine,
aunque no lo conozcamos: bien persuadidos de que el valor de
nuestras acciones, administrado por las mismas manos (las de la
Virgen) de las que Dios se sirve para distribuirnos sus gracias y dones,
no podrá menos de aplicarse a la mayor gloria suya.
32) He dicho que consiste esta devoción en entregarse a María en
calidad de esclavo; y es de notar que hay tres clases de esclavitud.
La primera es esclavitud de naturaleza; buenos y malos son de esta
manera esclavos de Dios.
La segunda es esclavitud forzada; los demonios y los condenados son
de este modo esclavos de Dios. La tercera es esclavitud de amor y voluntad; y con ésta debemos
consagrarnos a Dios por medio de María, del modo más perfecto en
que una criatura puede entregarse a su Creador.
33) Debes tener en cuenta, además, que de criado a esclavo hay mucha diferencia. El
criado pide paga por sus servicios; el esclavo, no. El criado está
libre para dejar a su señor cuando quiera, y no le sirve sino a
plazos, el esclavo no puede dejarle, pues se le ha entregado para
siempre. El criado no da a su señor derecho de vida y muerte sobre
su persona; el esclavo se le entrega por completo, de suerte que su
señor puede hacerle morir sin que la justicia le inquiete.
Fácilmente se echa de ver que el esclavo forzado vive en la más
estrecha de las sujeciones. Tal, que sólo puede convenir al hombre
respecto de su Creador.
34) ¡Feliz y mil veces feliz el alma generosa que se consagra a Jesús
por María, como esclava de amor, después de haber sacudido en el
bautismo la esclavitud tiránica del demonio!
b) Excelencia de esta
práctica.
35) Muchas luces necesitaría yo para describir perfectamente la
excelencia de esta práctica; sólo de corrida tocaré algunos
puntos.
* El entregarse así a Jesús por María es imitar a Dios Padre,
que no nos ha dado a Jesús sino por María, y que no nos comunica
sus gracias sino por María; es imitar a Dios Hijo, que no ha venido
a nosotros sino por María, y como nos ha dado ejemplo para que según
hizo Él hagamos nosotros, nos ha invitado a ir a Él por el mismo
camino que Él ha venido, que es María; es imitar al Espíritu
Santo, que no nos comunica sus gracias y dones, sino por María
"¿No es justo, dice San Bernardo, que vuelva la gracia a
su Autor por el mismo canal por donde se nos ha transmitido?"
36) *Ir de este modo a Jesús por María es verdaderamente honrar
a Jesucristo, pues es dar a entender que por razón de nuestros
pecados, no somos dignos de acercarnos directamente ni por nosotros
mismos a su infinita santidad, y que nos hace falta María, su Santísima
Madre, para que sea nuestra Abogada y Mediadora con nuestro único Mediador
ante Dios Padre
que es Él. Esto es al mismo tiempo acercarnos a Él como medianero
y hermano nuestro y humillarnos ante Él, como ante nuestro Dios y
nuestro Juez; es, en una palabra, practicar la humildad, que
arrebata siempre el Corazón de Dios.
37) *Consagrarse así a Jesús por María es poner en manos de María
nuestras buenas acciones, que, aunque parezcan buenas, están muchas
veces manchadas y son indignas de que las mire y las acepte Dios,
ante quien no son puras las estrellas.
¡Ah!, roguemos a esta buena Madre y Señora, que después de
recibir nuestro pobre presente, Ella lo purifique, Ella lo
santifique, Ella lo suba de punto y lo embellezca de tal suerte, que
le haga digno de Dios. Todas las rentas de nuestra pobre alma, para
Dios Padre, son menos, para ganar su amistad y gracia,
de lo que sería para un rey la manzana agusanada que para pagar su
arriendo le presentara un pobre colono de su majestad. ¿Qué haría
este pobre hombre si fuera listo y tuviera cabida con la reina? Benévola
ella con el pobre campesino y respetuosa con el rey, ¿no quitaría
a la manzana lo que tuviera de agusanado y de podrido y la pondría
en fuente de oro, rodeada de flores? Y el rey, ¿no la recibiría
sin inconveniente y aun con gusto, de manos de la reina, que tanto
quiere al campesino? Modicum quid offerre desideras?, manibus Mariae
tradere cura, si non vis sustinere repulsam. ¿Deseas ofrecer alguna
poca cosa?, dice San Bernardo. Por manos de María procura
entregarla, si no quieres sufrir repulsa.
38) ¡Ay, buen Señor! ¡qué poca cosa es todo cuánto hacemos!
Pero pongámoslo, con esta devoción, en manos de María. Una vez
que del todo nos hayamos dado a Ella, en cuanto darnos podamos,
despojándonos en su honor de todo, Ella, infinitamente más
generosa, se comunicará del todo a
nosotros, con sus méritos y virtudes; Ella colocará nuestros
presentes en la bandeja de oro de su caridad; Ella, como Rebeca a
Jacob, nos revestirá de los hermosos vestidos de su primogénito y
unigénito Jesucristo, es decir, de sus méritos, que a la disposición
de Ella están; y así, como esclavos y domésticos suyos, después
de habernos despojado de todo para honrarla, tendremos dobles
vestidos (omnes domestici ejus vestiti sunt duplicibus); trajes,
galas, perfumes, méritos y virtudes de Jesús y de María, en el
alma del esclavo de Jesús y de María, despojado de sí mismo y
fiel en vivir su consagración.
39) *Entregarse así a la Santísima Virgen, es ejercitar en el más
alto grado posible la caridad con el prójimo; puesto que es dar a
María lo que más apreciamos para que de ello disponga, según su
voluntad, en favor de vivos y difuntos.
40) *Esta es la devoción con que se ponen en seguro las gracias,
méritos y virtudes, haciendo depositaria de ellos a María y diciéndola:
"Toma, querida dueña mía: he aquí lo que con la gracia de tu
querido Hijo he hecho de bueno; por mi debilidad e inconstancia, por
el gran número y malicia de mis enemigos, que día y noche me
acometen, no soy capaz de guardarlo. ¡Ay!, que todos los días
estamos viendo caer en el lodo los cedros del Líbano, y venir a
parar en aves nocturnas las águilas que se levantan hasta el sol!
Así mil justos caen a mi izquierda y a mi diestra diez mil; pero Tú,
mi poderosa y más que poderosa Princesa, tenme que no caiga; guarda
todos mis bienes, que no me los roben; te confío en depósito todos
mis bienes; Depositum custodi. - Scio cui credidi. Bien sé quién
eres; por eso me confío por completo a Ti. Tú eres fiel a Dios y a
los hombres y no permitirás que perezca nada de cuanto a Ti se confía;
eres poderosa y nadie podrá dañarte, ni arrebatarte de entre las
manos lo que tienes." ("Ipsam sequens non devias; ipsam rogans non
desperas; ipsam cogitans non erras; ipsa tenente, non corruis; ipsa
protegente, non metuis; ipsa duce, non fatigaris; ipsa propitia,
pervenis (San Bernardo, Inter flores, cap. 135), y en otra parte:
Detinet Filium ne percutiat; detinet diabolum ne noceat; detinet
virtutes ne fugiant; detinet merita ne pereant; detinet gratiam, ne
effluat.") Estas son palabras de San Bernardo, que en sustancia
expresan todo lo que acabo de decir. Aunque no hubiera otro motivo
para excitarme a esta devoción, sino el ser medio seguro para
conservar y aumentar en mí la gracia de Dios, debía yo abrasarme
de entusiasmo por ella.
41) Esta devoción torna el alma verdaderamente libre, con la
libertad de los hijos de Dios. Ya que por amor a María se reduce
uno a la esclavitud, esta querida Señora le ensancha y dilata en
recompensa el corazón, y le hace marchar a pasos de gigante por el
camino de los mandamientos de Dios. Ahuyenta el disgusto, la
tristeza y el escrúpulo. Esta fue la devoción que el Señor enseñó
a la madre Inés de Jesús, como medio seguro para salir de grandes
penas y perplejidades en que se hallaba "Hazte esclava de mi
Madre", le dijo. Lo hizo así, y al momento sus penas cesaron.
42) Para autorizar esta devoción convendría contar aquí las bulas
e indulgencias de los Papas, los decretos de los Obispos en favor
suyo, las cofradías establecidas en su honor, el ejemplo de muchos
santos y grandes personajes que la han practicado; pero todo esto lo
paso en silencio.
c) Su fórmula interior y
espíritu.
Ad Iesum per Mariam (A Jesús por
María)
43) He dicho, además, que esta devoción consiste en hacer todas
las cosas con María, en María, por María y para María.
44) No basta entregarse por esclavo a María una vez sola; ni aun es
bastante hacerlo todos los meses o todas las semanas. Devoción
harto pasajera sería ésa, que no elevaría el alma a la perfección
a que, si bien se practica, la puede levantar. No es muy difícil
alistarse en una cofradía, ni aun abrazar esta devoción y rezar
diariamente algunas oraciones prescritas; lo difícil es entrar en
el espíritu de ella, que es hacer que el alma en su interior
dependa y sea esclava de la Santísima Virgen y de Jesús por Ella.
Muchas personas he hallado que con admirable entusiasmo se han
sometido a tan santas esclavitudes exteriormente; pero muy pocas que
hayan cogido el espíritu de esta devoción y menos todavía que
hayan perseverado en él.
Obrar con María.
45) *La práctica esencial de esta devoción consiste en hacer
todas las acciones con María; es decir, tomar a la Virgen Santísima
por modelo acabado en todo lo que se ha de hacer.
46) Por eso antes de hacer cualquier cosa: *Hay que anonadarse delante de
Dios, como quien de su cosecha es incapaz de todo bien sobrenatural
y de toda acción útil para la vida eterna. *Hay que recurrir a la
Virgen Santísima y unirse a sus intenciones, aunque no se conozcan.
*Hay que unirse por María a las intenciones de Jesucristo, es decir,
ponerse en manos de la Virgen Santísima como instrumento, para que
Ella obre en nosotros, y haga de nosotros lo que bien le parezca,
para gloria de su hijo Jesucristo, para gloria del Padre: de suerte
que no haya vida interior, ni operación del espíritu que de Ella
no dependa.
Obrar en María.
47) *Hay que hacer todas las cosas en María, es decir, que hay
que irse acostumbrando a recogerse dentro de sí mismo, para formar
una pequeña idea o retrato espiritual de la Santísima Virgen. Ella
será para el alma oratorio en que dirija a Dios sus plegarias, sin
temor de ser desechada. Torre de David para ponerse en seguro contra
los enemigos. Lámpara encendida para alumbrar las entrañas del
alma y abrasarla en amor divino. Recámara sagrada para ver a Dios
con Ella. María, en fin, será únicamente para esta alma su
recurso universal y su todo. Si ruega será en María; si recibe a
Jesús en la Sagrada Comunión le meterá en María para que allí
tenga Él sus complacencias. Si algo hace será en María; y en
todas partes y en todo hará actos de desasimiento de sí misma.
Obrar por María.
48) *Hay que acostumbrarse a acudir a Nuestro Señor Jesucristo por medio de María,
por su intercesión y su crédito para con Él, de suerte que nunca
nos hallemos solos cuando vayamos a pedirle.
Obrar para María.
49) *Finalmente, hay que hacer todas las acciones para María, es
decir, que como esclavos que somos de esta augusta Madre de Dios, no
trabajemos más que para Ella, para su provecho y gloria, como fin
próximo y para gloria de Dios, como fin último. Debe esta alma en
todo lo que hace, renunciar al amor propio, que casi siempre, aun
sin darse cuenta, se toma a sí mismo por fin, y repetir muchas
veces en el fondo del corazón: por Vos, mi amada Señora, hago esto
o aquello, voy aquí o allá, sufro tal pena o tal injuria.
50) Guárdate bien de creer que lo más perfecto
es ir todo derecho a Jesucristo, todo derecho a Dios; tu obra, tu
intención poco valdrá; pero yendo por María será la obra no tuya,
sino de María en ti, y será por consiguiente, muy levantada y muy
digna de Dios.
51) Guárdate bien, además, de hacerte violencia para sentir y
gustar lo que dices y haces; dilo y hazlo todo con la fe que María
tuvo en la tierra, y que con el tiempo Ella te comunicará. Deja a
tu Soberana, pobre esclavillo, la vista clara de Dios, los
transportes, los gozos, los placeres, las riquezas, y no tomes para
ti más que la fe pura, llena de disgusto, de distracciones, de
fastidio, de sequedad. Di: Amén, así sea, a cuanto hace María, mi
Reina, en el cielo; para mí es lo mejor que puedo hacer ahora.
52) Tampoco te atormentes, si no gozas tan pronto de la dulce
presencia de la Santísima Virgen. No es para todos esta gracia. Y
cuando por su gran misericordia favorece Dios con ella, muy fácilmente
el alma la pierde, si no es fiel en recogerse con frecuencia. Si tal
desgracia te ocurriese, vuélvete dulcemente a tu Soberana y pídele
perdón.
d) Efectos maravillosos que produce en un alma
fiel.
53) Infinitamente más de lo que aquí te digo, te enseñará la
experiencia y tantas riquezas y gracias hallarás en la práctica si
eres fiel en lo poco que aquí te enseño, que te quedarás
sorprendido y con el alma llena de júbilo.
54) Trabajemos, pues, alma querida, y hagamos de manera que por la
fiel práctica de esta devoción, el alma de María esté en
nosotros para engrandecer al Señor, el espíritu de María esté en
nosotros para regocijarse en Dios su Salvador. Palabras son éstas
de San Ambrosio: Sit in singulis anima Mariae ut magnificet Dominum,
sit in singulis spiritus Mariae ut exultet in Deo. No creas que haya
mayor gloria y felicidad en morar en el seno de Abrahán, que se
llama paraíso, que en el seno de María, en el que el Señor ha
puesto su trono. Son palabras del sabio Abad Guerrico: Ne credideris
majoris esse felicitatis habitare in sinu Abrahae, qui vocatur
Paradisus, quam in sinu Mariae in quo Dominus thronum suum posuit.
55) Infinidad de efectos produce en el alma esta devoción fielmente
practicada; pero el principal es hacer que de tal modo viva María
en un alma de la tierra, que no sea ya más el alma quien vive, sino
María en ella; porque, por decirlo así, el alma de María viene a
ser su alma. Pues cuando por una gracia inefable, pero verdadera, la
Bienaventurada Virgen María es Reina del alma, ¿qué maravillas no hace en ella?
Como es Ella la obradora de las grandes maravillas, sobre todo
dentro de los corazones, trabaja allá, a escondidas del alma misma:
que si se diera cuenta de esas obras echaría a perder su hermosura.
56) Como Ella es dondequiera la Virgen fecunda, en todas las almas
en que vive hace brotar la pureza de corazón y de cuerpo, la pureza
de intenciones y designios y la fecundidad de buenas obras. No creas,
alma querida, que María, la más fecunda de todas las criaturas, la
que llegó hasta el punto de producir un Dios, permanezca ociosa en
un alma fiel. Ella sin cesar hará vivir el alma en Jesucristo y hará
vivir a Jesucristo en el alma. Filioli mei, quos iterum parturio
donec formetur Christus in vobis (Gál 4,19). Si, como lo fue al
nacer en el mundo, es Jesucristo fruto de María en cada una de las
almas; sin duda que en aquellas donde Ella habita es singularmente
Jesucristo fruto y obra maestra suya.
57) En fin, que para estas almas María viene a serlo todo junto a
Jesucristo. Ella esclarece su espíritu con su fe pura. Ella
profundiza su corazón con su humildad. Ella con su caridad le
acrecienta y le abrasa. Ella le purifica con su pureza. Ella le
ennoblece y ensancha con su maternidad. Pero, ¿adónde voy a parar?
No hay modo de enseñar, si no se experimentan, estas maravillas de
María, maravillas increíbles a las gentes sabias y orgullosas, y
aún al común de los devotos y devotas.
58) Así como por María, vino Dios al mundo la vez primera en
humildad y anonadamiento, ¿no podría también decirse que por María
vendrá la segunda vez, como toda la Iglesia le espera, para reinar
en todas partes y juzgar a los vivos y a los muertos? ¿Cómo y cuándo?,
¿quién lo sabe? Pero yo bien sé que Dios, cuyos pensamientos se
apartan de los nuestros más que el cielo de la tierra, vendrá en
el tiempo y en el modo menos esperado de los hombres, aun de los más
sabios y entendidos en la Escritura Santa, que está en este punto
muy oscura.
59) Pero todavía debe creerse que al fin de los tiempos, y tal vez
más pronto de lo que se piensa, suscitará Dios grandes hombres
llenos del Espíritu Santo y del espíritu de María por los cuales
esta Bienaventurada Virgen Soberana hará grandes maravillas en la tierra para
destruir en ella el pecado y establecer el reinado de Jesucristo su
Hijo sobre el corrompido mundo; y por medio de esta devoción a la
Santísima Virgen, que no hago más que descubrir a grandes rasgos,
empequeñeciéndola con mi miseria, estos santos personajes saldrán
con todo.
e) Prácticas
exteriores.
60) Además de la práctica interior de esta devoción, que acabo de
describir, hay otras exteriores, que no se deben omitir ni
despreciar.
Consagración y renovación.
61) La primera es entregarse, en algún día señalado, a Jesucristo,
por manos de María, cuyos esclavos nos hacemos, comulgar al efecto
en ese día y pasarlo en oración. Y esta consagración ha de
renovarse por lo menos todos los años en el mismo día.
Ofrenda de un tributo a la Santísima Virgen.
62) La segunda dar todos los años en el mismo día un pequeño
tributo a la Santísima Virgen en testimonio de servidumbre y
dependencia; tal es siempre el homenaje de los esclavos para con sus
señores. Consiste, pues, este tributo en alguna mortificación,
limosna o peregrinación, o en algunas oraciones. Lo importante es
que,
si no se le da mucho a María, debe al menos ofrecerse lo que se le
presente con humildad y agradecido corazón.
Celebrar especialmente la fiesta de la Anunciación.
63) La tercera es celebrar todos los años con devoción particular
la fiesta de la Anunciación, que es la fiesta principal de esta
devoción establecida para honrar e imitar la dependencia en que el
Verbo eterno por amor nuestro en este día se puso.
Rezar la Coronilla de la Santísima Virgen y el Magnificat.
64) La cuarta práctica externa es rezar todos los días el Santo
Rosario (sin que haya obligación bajo pena de pecado por faltar
a ello), y rezar frecuentemente el Magnificat, que es el único cántico
que tenemos de María, para dar gracias a Dios por sus beneficios y
para atraer otros nuevos; sobre todo no se ha de dejar de decir
después de la Sagrada Comunión.
MAGNIFICAT (Lc 1, 46-55)
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en
Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el
Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su
misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los
hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo
había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su
descendencia por siempre. Gloria al Padre.
Llevar la cadenilla.
65) La quinta es llevar una cadenilla bendita al cuello, al brazo o
al pie o a través del cuerpo. Esta práctica puede en absoluto
omitirse, sin perjuicio de lo esencial de esta devoción; sin
embargo, será pernicioso despreciarla y condenarla y peligroso
descuidarla.
He aquí las razones de llevar esta señal exterior: 1) Para
librarse de las funestas cadenas del pecado original y actual, que
nos han tenido atados. 2) Para honrar las sogas y ataduras amorosas
con que nuestro Señor tuvo a bien ser atado para tornarnos
verdaderamente libres. 3) Ya que estas ataduras son de caridad,
traham eos in vinculis caritatis, para hacernos recordar que sólo
debemos obrar movidos por esta virtud. 4) Y en fin, para recordarnos
nuestra dependencia de Jesús y de María en calidad de esclavos.
¡Oh cadenas más preciosas y más gloriosas que los collares de oro
y piedras preciosas de todos los emperadores porque nos atan a
Jesucristo y a su Santísima Madre!
Hay que notar que conviene que estas cadenas si no son de plata,
sean al menos de hierro, para llevarlas con comodidad.
No deben dejarse nunca durante la vida, para que nos acompañen
hasta el día del juicio. ¡Qué gozo, qué gloria, qué triunfo
para el consagrado, cuando al sonido de la trompeta resucite
adornado todavía con esta cadena, que, probablemente, no se habrá
gastado aún! Este solo pensamiento bastaría para que te animes
poderosamente a no dejarla nunca.
Oraciones a Jesús y a María
66) Dejadme, amabilísimo Jesús mío, que me dirija a Vos, para
atestiguaros mi reconocimiento por la merced que me habéis hecho
con la devoción de la esclavitud, dándome a vuestra Santísima
Madre para que sea Ella mi abogada delante de vuestra Majestad, y en
mi grandísima miseria mi universal suplemento. ¡Ay, Señor! tan
miserable soy, que sin esta buena Madre, infaliblemente me hubiera
perdido.
Sí, que a mí me hace falta María, delante de Vos y en
todas partes; me hace falta para calmar vuestra justa cólera, pues
tanto os he ofendido y todos los días os ofendo; me hace falta para
detener los eternos y merecidos castigos con que vuestra justicia me
amenaza, para miraros, para hablaros, para pediros, para acercarme a
Vos y para daros gusto; me hace falta para salvar mi alma y la de
otros; me hace falta, en una palabra, para hacer siempre vuestra
voluntad, buscar en todo vuestra mayor gloria.
¡Ah, si pudiera yo publicar por todo el universo esta misericordia
que habéis tenido conmigo! ¡Si pudiera hacer que conociera todo el
mundo que si no fuera por María estaría yo condenado! ¡Si yo
pudiera dignamente daros las gracias por tan grande beneficio! María
está en mí. Haec facta est mihi. ¡Oh, qué tesoro! ¡Oh, qué
consuelo! Y, de ahora en adelante, ¿no seré todo para Ella? ¡Oh,
qué ingratitud! Antes la muerte. Salvador mío queridísimo, no
permitáis tal desgracia, que mejor quiero morir que vivir sin ser
todo de María.
Mil y mil veces, con San Juan al pie de la Cruz,
la he tomado en vez de todas mis cosas. ¡Cuántas veces me he
entregado a Ella! Pero si todavía no he hecho esta entrega a
vuestro gusto, la hago ahora, mi Jesús querido, como Vos queréis
la haga. Y si en mi alma o en mi cuerpo veis alguna cosa que no
pertenezca a tu Bienaventurada Madre, arrancadla, os ruego, arrojadla
lejos de mí; que no siendo de María, indigna es de Vos.
67) ¡Oh, Espíritu Santo! Concededme todas las gracias, plantad,
regad y cultivad en mi alma el Árbol de la Vida verdadero, que es
la amabilísima María, para que crezca y florezca y dé con
abundancia el fruto de vida. ¡Oh, Espíritu Santo! Dadme mucha
devoción a María, vuestra Inmaculada Esposa; que me
apoye mucho en su seno maternal y recurra de continuo a su
misericordia, para que en Ella forméis dentro de mí a Jesucristo,
al natural, grande y poderoso, hasta la plenitud de su edad
perfecta. Amén.
68) Te saludo,
María, Hija predilecta del Padre eterno. Te saludo, María, Madre
admirable del Hijo. Te saludo María, Esposa fidelísima del Espíritu
Santo.
Te saludo, María, mi amada Madre, mi amable Señora, mi poderosa
Soberana. Te saludo, mi gozo, mi gloria, mi corazón y mi alma. Vos sois
toda mía por misericordia, y yo soy todo vuestro por justicia. Pero
todavía no lo soy bastante. De nuevo me entrego a Vos todo entero
en calidad de eterno esclavo, sin reservar nada ni para mí, ni para
otros.
Si algo veis en mí que todavía no sea vuestro, tomadlo en seguida,
os lo suplico, y haceos dueña absoluta de todos mis haberes para
destruir y desarraigar y aniquilar en mí todo lo que desagrade a
Dios y plantad, levantad y producid todo lo que os guste.
La luz de vuestra fe disipe las tinieblas de mi espíritu; vuestra
humildad profunda ocupe el lugar de mi orgullo; vuestra contemplación
sublime detenga las distracciones de mi fantasía vagabunda; vuestra
continua vista de Dios llene de Su presencia mi memoria, la caridad de vuestro
Corazón abrase la tibieza y frialdad del mío;
cedan el sitio a vuestras virtudes mis pecados; vuestros méritos
sean delante de Dios mi adorno y suplemento. En fin, queridísima y
amadísima Madre, haced, si es posible, que no tenga yo más espíritu
que el vuestro para conocer a Jesucristo y su divina voluntad; que
no tenga más alma que la vuestra para alabar y glorificar al Señor;
que no tenga más corazón que el vuestro para amar a Dios con amor
puro y con amor ardiente como Vos.
69) No pido visiones, ni revelaciones, ni gustos, ni contentos, ni
aun espirituales. Para Vos el ver claro, sin tinieblas; para Vos el
gustar por entero sin amargura; para Vos el triunfar gloriosa a la
diestra de vuestro Hijo, sin humillación; para Vos el mandar a los
ángeles, hombres y demonios, con poder absoluto, sin resistencia, y
el disponer en fin, sin reserva alguna de todos los bienes de Dios.
Esta es, Bienaventurada Virgen María, la mejor parte que se os ha concedido, y que
jamás se os quitará, que es para mí grandísimo gozo. Para mí y
mientras viva no quiero otro, sino el experimentar el que Vos
tuvisteis: creer a secas, sin nada ver y gustar; sufrir con alegría,
sin consuelo de las criaturas; morir a mí mismo, continuamente y
sin descanso; trabajar mucho hasta la muerte por Vos, sin interés,
como el más vil de los esclavos. La sola gracia, que por pura
misericordia os pido, es que en todos los días y en todos los
momentos de mi vida diga tres amenes: amén a todo lo que
hicisteis sobre la tierra cuando vivíais; amén a todo lo que hacéis
al presente en el cielo; amén a todo lo que hacéis en mi alma,
para que en ella no haya nada más que Vos, para glorificar
plenamente a Jesús en mí, en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Cultivo y crecimiento del Árbol de la Vida
Qué
hacer para que María viva y reine en nuestras almas
a) La Santa Esclavitud de amor. El Árbol de la Vida.
70) Alma predestinada, ¿has comprendido por obra del Espíritu
Santo lo que acabo de decirte? Entonces da gracias a Dios; que es un
secreto que casi todo el mundo ignora. Si has hallado el tesoro
escondido en el campo de María, la perla preciosa del Evangelio,
tienes que venderlo todo para comprarla; tienes que hacer el
sacrificio de ti mismo en manos de María y perderte dichosamente en
Ella para hallar allí a sólo a Dios.
Si el Espíritu Santo ha plantado en tu alma el verdadero Árbol de
la Vida que es la devoción que acabo de explicarte, has de poner
todo cuidado en cultivarle para que dé fruto a su tiempo. Es esta
devoción el grano de mostaza de que habla el Evangelio, que siendo,
al parecer, el más pequeño de los granos, llega, sin embargo, a
ser muy grande: y tan alto sube su tallo, que las aves del cielo, es
decir, los predestinados, anidan en sus ramas y en el calor del sol
reposan a su sombra y en él se guarecen de las fieras.
b) Manera de cultivar al Árbol de la Vida.
He aquí la manera de cultivarle:
71) *Plantado este árbol en un corazón muy fiel, quiere estar
expuesto a todos los vientos, sin apoyo alguno humano; este árbol,
que es divino, quiere estar siempre sin criatura alguna que le
pudiera impedir levantarse a su principio, que es Dios. Así que no
ha de apoyarse uno en su industria, o en sus talentos naturales, o
en el crédito o en la autoridad de los hombres, hay que recurrir a
María y apoyarse en su socorro.
72) *El alma, donde este árbol se ha plantado, ha de estar, como
buen jardinero, sin cesar ocupada en guardarle y mirarle. Porque
este árbol que es vivo y debe producir frutos de vida, quiere que
se le cultive y haga crecer con el continuo mirar o contemplación
del alma. Y éste es el efecto del alma perfecta, pensar en esto
continuamente, de modo que sea ésta su principal ocupación.
73) *Hay que arrancar y cortar las espinas y cardos, que con el
tiempo pudieran ahogar este árbol e impedir que diera fruto: es
decir, que hay que ser fiel en cortar y tronchar, con la mortificación
habitual, todos los placeres inútiles y vanas
ocupaciones con las criaturas; en otros términos: crucificar la
carne, guardar silencio y mortificar los sentidos.
74) *Hay que tener cuidado de que las orugas no le dañen. Estas
orugas que comen las hojas verdes y destruyen las hermosas
esperanzas de fruto que el árbol daba, son el amor propio y el amor
de las comodidades: porque el amor de sí mismo y el amor de María
no se pueden en manera alguna conciliar.
75) *No hay que dejar que las bestias se acerquen a él. Estas
bestias son los pecados, que, con sólo su contacto, podrían matar
el Árbol de la Vida. Ni siquiera hay que permitir que lo alcancen
con su aliento, es decir, los pecados veniales, que son siempre muy
peligrosos si no les damos importancia.
76) *Hay que regar continuamente este árbol divino, con Santa
Misa, la Comunión Eucarística, y otras oraciones públicas y privadas, sin lo cual dejaría
de dar fruto.
77) *No hay que acongojarse si el viento le agita y sacude, porque
es necesario que el viento de las tentaciones sople para derribarle,
y que las nieves y heladas le rodeen para perderle; es decir, que
esta devoción a la Santísima Virgen, necesariamente ha de ser
acometida y contradicha; pero con tal que se persevere en cultivarla
nada hay que temer.
c) Jesucristo es el Fruto duradero del
Árbol de la Vida.
78) Si así cultivas tu Árbol de la Vida, recientemente plantado en
ti por el Espíritu Santo, yo te aseguro, alma predestinada, que en
poco tiempo crecerá tan alto, que las aves del cielo harán morada
en él y vendrá a ser tan perfecto que dará a su tiempo el fruto
de honor y de gracia, es decir, el amable y adorable Jesús, que
siempre ha sido y siempre será el único fruto de María.
Dichosa el alma en quien está plantado el Árbol de la Vida, María;
más dichosa aquella en que ha podido crecer y florecer; dichosísima
aquella en que da su fruto; pero la más dichosa de todas es aquella
que goza de su fruto y lo conserva hasta la muerte y por los siglos
de los siglos. Amén.
Qui tenet, teneat.
Ave, maris stella,
Dei Mater alma,
Atque semper Virgo,
Felix caeli porta.
Sumens illud Ave
Gabrielis ore,
Funda nos in pace,
Mutans Evae nomen.
Solve vincla reis,
Profer lumen caecis,
Mala nostra pelle,
Bona cuncta posce.
Monstra te esse matrem,
Sumat per te preces
Qui pro nobis natus
Tulit esse tuus.
Virgo singularis,
Inter omnes mitis,
Nos culpis solutos
Mites fac et castos.
Vitam praesta puram,
Iter para tutum,
Ut videntes Iesum
Semper collaetemur.
Sit laus Deo Patri,
Summo Christo decus,
Spiritui Sancto,
Tribus honor unus.
Salve, Estrella del mar,
Madre santa de Dios
y siempre Virgen,
feliz puerta del cielo.
Aceptando aquel «Ave»
de la boca de Gabriel,
afiánzanos en la paz
al trocar el nombre de Eva.
Desata las ataduras de los reos,
da luz a quienes no ven,
ahuyenta nuestros males,
pide para nosotros todos los bienes.
Muestra que eres nuestra Madre,
que por ti acoja nuestras súplicas
Quien nació por nosotros,
tomando el ser de ti.
Virgen singular,
dulce como ninguna,
líbranos de la culpa,
haznos dóciles y castos.
Facilítanos una vida pura,
prepáranos un camino seguro,
para que viendo a Jesús,
nos podamos alegrar para siempre contigo.
Alabemos a Dios Padre,
glorifiquemos a Cristo soberano
y al Espíritu Santo,
y demos a las Tres personas un mismo honor.
Amén.
Veni, Creator Spiritus,
Mentes tuorum visita,
Imple superna gratia
Quae tu creasti pectora.
Qui diceris Paraclitus,
Altissimi donum Dei,
Fons vivus, ignis, caritas,
Et spiritalis unctio.
Tu septiformis munere,
Digitus paternae dexterae,
Tu rite promissum Patris,
Sermone ditans guttura.
Accende lumen sensibus,
Infunde amorem cordibus,
Infirma nostri corporis
Virtute firmans perpeti.
Hostem repellas longius,
Pacemque dones protinus,
Ductore sic te praevio
Vitemus onme noxium.
Per Te sciamus da Patrem,
Noscamus atque Filium,
Teque utriusque Spiritum
Credamus omni tempore.
Deo Patri sit gloria,
Et Filio, qui a mortuis
Surrexit, ac Paraclito,
In saeculorum saecula.
Ven Espíritu
Creador
Ven, Espíritu
Creador,
visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tu, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos. Amén.
V.
Envía tu Espíritu y serán creados.
R. Y renovarás
la faz de la tierra.
Oremos.
Oh Dios, que
has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu
Santo; haznos dóciles a tu Espíritu para gustar siempre el bien
y gozar de su consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
CARTA DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN
PABLO II
A LA FAMILIA MONFORTANA
A los religiosos y a las
religiosas
de la familia monfortana
Un texto clásico de la espiritualidad mariana
1. Hace ciento sesenta años se publicaba una obra destinada a
convertirse en un clásico de la espiritualidad mariana. San Luis
María Grignion de Montfort compuso el Tratado de la verdadera
devoción a la santísima Virgen a comienzos del año 1700, pero el
manuscrito permaneció prácticamente desconocido durante más de un
siglo. Finalmente, en 1824 fue descubierto casi por casualidad, y en
1843, cuando se publicó, tuvo un éxito inmediato, revelándose como
una obra de extraordinaria eficacia en la difusión de la "Verdadera
Devoción" a la Virgen Santísima. A mí personalmente, en los años de
mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro, en el que
"encontré la respuesta a mis dudas", debidas al temor de que el
culto a María, "si se hace excesivo, acaba por comprometer la
supremacía del culto debido a Cristo" (Don y misterio).
Bajo la guía sabia de San Luis María comprendí que, si
se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe. En
efecto, el pensamiento mariológico de este santo "está basado en el
misterio trinitario y en la verdad de la encarnación del Verbo de
Dios" (ib.).
La Iglesia, desde sus orígenes, y especialmente en los momentos más
difíciles, ha contemplado con particular intensidad uno de los
acontecimientos de la Pasión de Jesucristo referido por San Juan:
"Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre y la hermana de su
Madre,
María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre
y junto a Ella al discípulo a quien amaba, dijo a su Madre: "Mujer,
ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu
Madre". Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa"
(Jn
19, 25-27). A lo largo de su historia, el pueblo de Dios ha
experimentado este don hecho por Jesús crucificado: el don de su
Madre. María Santísima es verdaderamente Madre nuestra, que nos
acompaña en nuestra peregrinación de fe, esperanza y caridad hacia
la unión cada vez más intensa con Cristo, único salvador y mediador
de la salvación (cf.
Lumen gentium,
60 y 62).
Como es sabido, en mi escudo episcopal, que es ilustración simbólica
del texto evangélico recién citado, el lema Totus tuus se
inspira en la doctrina de San Luis María Grignion de Montfort (Don y misterio;
Rosarium Virginis Mariae,
15). Estas dos palabras expresan la pertenencia total a Jesús por
medio de María: "Tuus totus ego sum, et omnia mea, tua sunt",
escribe San Luis María; y traduce: "Soy todo vuestro, y todo lo que
tengo os pertenece, ¡oh mi amable Jesús!, por María vuestra
Santísima Madre" (Tratado de la verdadera devoción a la
Santísima
Virgen, 233).
La
doctrina de este santo ha ejercido un profundo influjo en la
devoción mariana de muchos fieles y también en mi vida. Se trata de
una doctrina vivida, de notable profundidad ascética y
mística, expresada con un estilo vivo y ardiente, que utiliza a
menudo imágenes y símbolos. Sin embargo, desde el tiempo en que
vivió San Luis María en adelante, la teología mariana se ha
desarrollado mucho, sobre todo gracias a la decisiva contribución
del concilio Vaticano II. Por tanto, a la luz del Concilio se debe
releer e interpretar hoy la doctrina monfortana, que, no obstante,
conserva su valor fundamental.
En esta carta quisiera compartir con vosotros, religiosos y
religiosas de la familia monfortana, la meditación de algunos
pasajes de los escritos de san Luis María, que en estos momentos
difíciles nos ayuden a alimentar nuestra confianza en la mediación
materna de la Madre del Señor.
"Ad Iesum per Mariam"
2. San Luis María propone con singular eficacia la contemplación
amorosa del misterio de la Encarnación. La verdadera devoción
mariana es Cristocéntrica. En efecto, como recordó el Concilio
Vaticano II, "la Iglesia, meditando sobre ella (María) con amor y
contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración,
penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación" (Lumen
gentium, 65).
El amor a Dios mediante la unión con Jesucristo es la finalidad de
toda devoción auténtica, porque -como escribe san Luis María- Cristo
"es el único Maestro que debe enseñarnos, es nuestro único Señor de
quien debemos depender, nuestro único Jefe a quien debemos
pertenecer, nuestro único Modelo al que debemos conformarnos,
nuestro único Médico que nos debe sanar, nuestro único Pastor que
debe alimentarnos, nuestro único Camino por donde debemos andar,
nuestra única Verdad que debemos creer, nuestra única Vida
que debe
vivificarnos, y nuestro único Todo en todas las cosas que debe
bastarnos" (Tratado de la verdadera devoción,
61).
3. La devoción a la Santísima Virgen es un medio privilegiado
"para
hallar a Jesucristo perfectamente, para amarle tiernamente
y servirle fielmente" (Tratado de la verdadera devoción,
62). Este
deseo central de "amar tiernamente" se dilata enseguida en una
ardiente oración a Jesús, pidiendo la gracia de participar en la
indecible comunión de amor que existe entre Él y su Madre.
La
orientación total de María a Cristo, y en Él a la Santísima
Trinidad, se experimenta ante todo en esta observación:
"Porque no
pensaréis jamás en María sin que María, por vosotros, piense en
Dios; no alabaréis ni honraréis jamás a María, sin que María alabe y
honre a Dios. María es toda relativa a Dios, y me atrevo a llamarla la relación de Dios, pues sólo existe con respecto a
Él, o
el eco de Dios, ya que no dice ni repite otra cosa más que Dios.
Si dices María, Ella dice Dios. Santa Isabel alabó a María y la
llamó Bienaventurada por haber creído, y María, el eco fiel de Dios,
exclamó: Mi alma glorifica al Señor. Lo que en esta ocasión
hizo María, lo hace todos los días; cuando la alabamos, la amamos,
la honramos o nos damos a Ella, alabamos a Dios, amamos a Dios,
honramos a Dios, nos damos a Dios por María y en María" ((Tratado de la verdadera devoción,
226).
También en la oración a la Madre del Señor San Luis María expresa la
dimensión trinitaria de su relación con Dios: "Te saludo, María,
hija predilecta del Padre eterno. Te saludo, María, Madre admirable
del Hijo. Te saludo María, Esposa fidelísima del Espíritu Santo"
(El
Secreto de María, 68). Esta expresión tradicional, que ya usó
san Francisco de Asís (cf. Fuentes franciscanas, 281), aunque
contiene niveles heterogéneos de analogía, es sin duda eficaz para
expresar de algún modo la especial participación de la Virgen en la
vida de la Santísima Trinidad.
4. San Luis María contempla todos los misterios a partir de la
Encarnación, que se realizó en el momento de la Anunciación.
Así, en el
Tratado de la verdadera devoción,
María aparece
como "el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán", la
"tierra
virgen e inmaculada" de la que él fue modelado (n. 261). Ella es
también la nueva Eva, asociada al nuevo Adán en la
obediencia que repara la desobediencia original del hombre y de la
mujer (cf. ib., 53; San Ireneo, Adversus haereses, III,
21, 10-22, 4). Por medio de esta obediencia, el Hijo de Dios entra
en el mundo. Incluso la Cruz ya está misteriosamente presente en el
instante de la Encarnación, en el momento de la Concepción de Jesús
en el seno de María. En efecto, el ecce venio de la carta a
los Hebreos (cf. Hb 10, 5-9) es el acto primordial de
obediencia del Hijo al Padre, con el que aceptaba su sacrificio
redentor "ya cuando entró en el mundo".
"Toda (...) nuestra perfección -escribe san Luis María Grignion de
Montfort- consiste en estar conformes, unidos y consagrados a
Jesucristo; la más perfecta de todas las devociones es sin duda
alguna la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a este
acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre todas las
criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que, entre
todas las devociones, la que consagra y conforma más un alma a
nuestro Señor es la devoción a la Santísima Virgen, su Santa Madre,
y cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con
Jesucristo" (Tratado de la verdadera devoción, 120, o.c.,
p. 83).
San Luis María, dirigiéndose a Jesús, expresa cuán
admirable es la unión entre el Hijo y la Madre: "de tal modo está
Ella transformada en vos por la gracia, que no vive, no existe, sino
que sólo Vos, mi Jesús, vivís y reináis en ella... ¡Oh! si fuere
conocida la gloria y el amor que recibisteis, Señor, en esta
admirable criatura... María os está tan íntimamente unida...; porque
Ella os ama más ardientemente y os glorifica más perfectamente que
todas vuestras criaturas juntas" (Tratado de la verdadera devoción,
63.
María, miembro eminente del Cuerpo místico y Madre de la
Iglesia
5. Como dice el Concilio Vaticano II, María "es también saludada
como miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia y como
su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor" (Lumen
gentium, 53). La Madre del
Redentor también ha sido redimida por Él, de modo único en su
Inmaculada Concepción, y nos ha precedido en la escucha creyente y
amorosa de la palabra de Dios que nos hace felices (cf. ib., 58).
También por eso María "está íntimamente unida a la Iglesia"
La Madre de Dios es figura (typus) de la Iglesia, como ya
enseñaba San Ambrosio: en el orden de la fe, del amor y de la
unión perfecta con Cristo. Ciertamente, en el misterio de la
Iglesia, que también es llamada con razón Madre y Virgen, la
Santísima Virgen María fue por delante mostrando en forma
eminente y singular el modelo de Virgen y Madre" (ib., 63).
El mismo Concilio contempla a María como Madre de los miembros de
Cristo (cf. ib., 53, 62), y así Pablo VI la proclamó
Madre de la Iglesia. La doctrina del Cuerpo místico, que expresa
del modo más fuerte la unión de Cristo con la Iglesia, es también el
fundamento bíblico de esta afirmación. "La cabeza y los miembros
nacen de una misma madre" (Tratado de la verdadera devoción,
32), nos recuerda San Luis María. En este
sentido, decimos que, por obra del Espíritu Santo, los miembros
están unidos y son configurados con Cristo Cabeza, Hijo del Padre y
de María, de modo que "todo hijo verdadero de la Iglesia debe tener
a Dios por Padre y a María por Madre" (El Secreto de María,
11).
En Cristo, Hijo unigénito, somos realmente hijos del Padre y, al
mismo tiempo, hijos de María y de la Iglesia. En el nacimiento
virginal de Jesús, renace de algún modo toda la humanidad. A la
Madre del Señor "se le pueden aplicar, con más verdad que a
San
Pablo estas palabras: "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo
dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19).
Yo doy a luz todos los días hijos de Dios, para que Jesucristo, mi
Hijo, se forme en ellos en la plenitud de su edad" (Tratado de la verdadera devoción, 33).
Esta doctrina tiene
su expresión más bella en la oración: "¡Oh, Espíritu
Santo! Dadme mucha devoción a María, vuestra Inmaculada Esposa; que
me apoye mucho en su seno maternal y recurra de continuo a su
misericordia, para que en Ella forméis dentro de mí a Jesucristo, al
natural, grande y poderoso, hasta la plenitud de su edad perfecta.
Amén." (El Secreto de María, 67).
Una de las expresiones más altas de la espiritualidad de San Luis
María Grignion de Montfort se refiere a la identificación del fiel
con María en su amor a Jesús, en su servicio a Jesús. Meditando en
el conocido texto de san Ambrosio: "Que el alma de María esté en
cada uno para glorificar al Señor; que el espíritu de María esté en
cada uno para exultar en Dios" (Expos. in Luc., 12, 26:
PL 15, 1561), escribe: "¡Qué dichosa es un alma, cuando... está
del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un
espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido,
puro y fecundo!" (Tratado de la verdadera devoción,
258).
La identificación mística con María está
totalmente orientada a Jesús, como se expresa en la oración: "Por
último, mi queridísima y amadísima Madre, haz que, si es posible, no
tenga yo otro espíritu que el tuyo para conocer a Jesucristo y sus
divinos designios; que no tenga otra alma que la tuya para alabar y
glorificar al Señor; que no tenga otro corazón que el tuyo para amar
a Dios con caridad pura y ardiente como Tú" (El Secreto de María,
68).
La santidad, perfección de la caridad
6. La constitución
Lumen gentium
afirma también: "La Iglesia en la
Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27). En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en
vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus
ojos a María, que resplandece ante toda la comunidad de los elegidos
como modelo de todas las virtudes" (n. 65). La santidad es
perfección de la caridad, del amor a Dios y al prójimo, que es
el objeto del principal mandamiento de Jesús (cf. Mt 22, 38),
y es también el don más grande del Espíritu Santo (cf. 1 Co
13, 13). Así, en sus Cánticos, San Luis María presenta
sucesivamente a los fieles la excelencia de la caridad (Cántico
5), la luz de la fe (Cántico 6) y la firmeza de la esperanza
(Cántico 7).
En la espiritualidad monfortana, el dinamismo de la caridad se
expresa especialmente a través del símbolo de la esclavitud de
amor a Jesús, según el ejemplo y con la ayuda materna de María.
Se trata de la comunión plena en la kénosis de Cristo;
comunión vivida con María, íntimamente presente en los misterios de
la vida del Hijo: "No hay, asimismo, nada entre los cristianos que
nos haga pertenecer tanto a Jesucristo y a su santa Madre como la
esclavitud voluntaria, según el ejemplo del mismo Jesucristo, que
"tomó la forma de esclavo" (Flp 2, 7) por nuestro amor, y el
de la Santísima Virgen, que se llamó esclava del Señor. El
apóstol se llama por altísima honra "siervo de Cristo" (Ga 1,
10). Los cristianos son llamados muchas veces en la Escritura
sagrada, servi Christi" (Tratado de la verdadera devoción,
72).
En efecto, el Hijo de Dios, que por obediencia al Padre vino al
mundo en la Encarnación (cf. Hb 10, 7), se humilló después
haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (cf. Flp
2, 7-8). María correspondió a la voluntad de Dios con la entrega
total de Sí misma, en cuerpo y alma, para siempre, desde la
Anunciación hasta la Cruz, y desde la Cruz hasta la Asunción.
Ciertamente, entre la obediencia de Cristo y la obediencia de María
hay una asimetría determinada por la diferencia ontológica
entre la Persona divina del Hijo y la persona humana de María, de la
que se sigue también la exclusividad de la eficacia salvífica
de la obediencia de Cristo, de la cual su misma Madre recibió la
gracia de poder obedecer de modo total a Dios y colaborar así con la
misión de su Hijo.
Por tanto, la esclavitud de amor debe interpretarse a la luz
del admirable intercambio entre Dios y la humanidad en el misterio
del Verbo encarnado. Es un verdadero intercambio de amor entre Dios
y su criatura en la reciprocidad de la entrega total de sí. "El
espíritu de esta devoción... consiste en hacer que el alma sea
interiormente dependiente y esclava de la Santísima Virgen y de
Jesús por medio de Ella" (El Secreto de María, 44).
Paradójicamente, este "vínculo de caridad", esta
"esclavitud de
amor", hace al hombre plenamente libre, con la verdadera libertad de
los hijos de Dios (cf.
Tratado de la verdadera devoción,
169). Se trata de entregarse totalmente a Jesús, respondiendo al
amor con el que Él nos ha amado primero. Todo el que viva en este
amor puede decir como san Pablo: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo
quien vive en mí" (Ga 2, 20).
La "peregrinación de la fe"
7. En la Carta Apostólica
Novo millennio ineunte
escribí que "a Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe"
(n. 19). Precisamente este fue el camino que siguió María durante
toda su vida terrena, y es el camino de la Iglesia peregrinante
hasta el fin de los tiempos. El concilio Vaticano II insistió mucho
en la fe de María, misteriosamente compartida por la Iglesia,
poniendo de relieve el itinerario de la Virgen desde el momento de
la Anunciación hasta el de la Pasión Redentora (cf.
Lumen gentium,
57 y 67;
Redemptoris Mater,
25-27).
En los escritos de San Luis María encontramos el mismo énfasis en la
fe que vivió la Madre de Jesús a lo largo de un camino que va desde
la Encarnación hasta la Cruz, una fe en la que María es modelo y
"tipo" de la Iglesia. San Luis María lo expresa con una gran riqueza
de matices cuando expone a su lector los "efectos maravillosos" de
la perfecta devoción mariana:
"Cuanto más ganéis la benevolencia de
esta augusta Princesa y Virgen fiel, más fe verdadera tendréis en
toda vuestra conducta; una fe pura, que hará que no os inquietéis de
lo sensible y de lo extraordinario; una fe viva y animada por la
caridad, que hará que no obréis sino por motivos de puro amor; una
fe firme e inquebrantable como una roca, que os mantendrá firmes y
constantes en medio de las tempestades y las tormentas; una fe
activa y penetrante que, como un divino salvoconducto, proporcionará
entrada en todos los misterios de Jesucristo, en los fines últimos
del hombre, y en el corazón de Dios mismo; una fe animosa que os
animará e inducirá a emprender y llevar a cabo, sin titubear,
grandes cosas por la gloria de Dios, y para la salud de las almas;
en fin, una fe que será vuestra lumbrera ardiente, vuestra vida
divina, vuestro tesoro escondido y rico de la divina sabiduría, y
vuestra poderosísima arma, de la que os serviréis para iluminar a
los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, para
abrasar a los tibios y a los que tienen necesidad de la caridad,
para dar vida a los que están muertos por el pecado, para conmover y
convertir por vuestras dulces y poderosas palabras los corazones de
mármol y arrancar los cedros del Líbano, y en fin, para resistir al
demonio y a todos los enemigos de la salvación" (Tratado
de la verdadera devoción,
214).
Como San Juan de la Cruz, san Luis María insiste sobre todo en la
pureza de la fe, y en su esencial y a menudo dolorosa oscuridad (cf.
El Secreto de María, 51-52). Es la fe contemplativa la que,
renunciando a las cosas sensibles o extraordinarias, penetra en las
misteriosas profundidades de Cristo. Así, en su oración, san Luis
María se dirige a la Madre del Señor, diciendo: "No te pido
visiones o revelaciones, ni gustos o delicias, aunque fueran
espirituales... Aquí en la tierra no quiero para mí otro don, fuera
del que Tú recibiste, es decir, creer con fe pura, sin gustar ni ver
nada" (El Secreto de María, 69). La
Cruz es el momento culminante de la fe de
María, como escribí en la encíclica
Redemptoris Mater: "Por medio de esta fe María está unida perfectamente a Cristo en su
despojamiento... Es esta tal vez la más profunda kénosis de
la fe en la historia de la humanidad" (n. 18).
Signo de esperanza cierta
8. El Espíritu Santo invita a María a "reproducirse" en sus
elegidos, extendiendo en ellos las raíces de su "fe invencible",
pero también de su "firme esperanza" (cf.
Tratado de la verdadera devoción, 34). Lo recordó el concilio Vaticano II:
"La Madre de
Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y
comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro.
También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla
ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza cierta y de
consuelo" (Lumen
gentium, 68). San Luis María
contempla esta dimensión escatológica especialmente cuando habla de
los "santos de los últimos tiempos", formados por la
Santísima
Virgen para dar a la Iglesia la victoria de Cristo sobre las fuerzas
del mal (cf.
Tratado de la verdadera devoción, 49-59). No se
trata, en absoluto, de una forma de "milenarismo", sino del sentido
profundo de la índole escatológica de la Iglesia, vinculada a la
unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo. La Iglesia espera
la venida gloriosa de Jesús al final de los tiempos. Como María y
con María, los santos están en la Iglesia y para la Iglesia, a fin
de hacer resplandecer su santidad y extender hasta los confines del
mundo y hasta el final de los tiempos la obra de Cristo, único
Salvador.
En la antífona Salve Regina, la Iglesia llama a la Madre de
Dios "Esperanza nuestra". San Luis María usa esa misma expresión a
partir de un texto de san Juan Damasceno, que aplica a María el
símbolo bíblico del ancla (cf. Hom. I in Dorm. B.V.M., 14:
PG 96, 719): "Unimos (...) las almas a vuestras esperanzas,
como a un ancla firme. Los santos se han salvado porque han sido los
más unidos a ella, y han servido a los demás para perseverar en la
virtud. Dichosos, pues; mil veces dichosos los cristianos que ahora
se unen fiel y enteramente a María como a un ancla firme y segura" (Tratado
de la verdadera devoción,
175). A través de
la devoción a María, Jesús mismo "escuda el corazón con una firme
confianza en Dios, haciéndole mirar a Dios como su Padre; le inspira
un amor tierno y filial" (Tratado
de la verdadera devoción,
169).
Junto con la Santísima Virgen, con el mismo corazón de madre, la
Iglesia ora, espera e intercede por la salvación de todos los
hombres. Son las últimas palabras de la constitución
Lumen gentium:
"Todos los cristianos han de ofrecer insistentes súplicas a la Madre
de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente
en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones, también ahora en
el cielo, exaltada sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en
comunión con todos los santos, interceda ante su Hijo, hasta el
momento en que todos los pueblos, los que se honran con el nombre de
cristianos, así como los que todavía no conocen a su Salvador,
puedan verse felizmente reunidos en paz y concordia en el único
pueblo de Dios para gloria de la santísima e indivisible Trinidad"
(n. 69).
Haciendo nuevamente mío este deseo, que juntamente con los demás
padres conciliares expresé hace casi cuarenta años, envío a toda la
familia monfortana una especial bendición apostólica.
Vaticano, 8 de diciembre de 2003, Solemnidad de la Inmaculada
Concepción de la Virgen María
DIRECTORIO SOBRE LA PIEDAD POPULAR Y LA
LITURGIA
PRINCIPIOS Y
ORIENTACIONES
LA CONSAGRACIÓN-ENTREGA A MARÍA
204 .
A lo largo de la historia de la piedad aparecen diversas
experiencias, personales y colectivas, de
"consagración-entrega-dedicación a la Virgen" (oblatio,
servitus, commendatio, dedicatio). Estas fórmulas aparecen en
los devocionarios y en los estatutos de asociaciones marianas, en
los cuales encontramos fórmulas de "consagración" y oraciones para
la misma o en recuerdo de ella.
Respecto a la práctica piadosa de la "consagración a María"
no son infrecuentes las expresiones de aprecio de los Romanos
Pontífices y son conocidas las fórmulas que ellos han recitado
públicamente.
Un
conocido maestro de la espiritualidad que presenta dicha práctica es
San Luis María Grignion de Montfort, "el cual proponía a
los cristianos la consagración a Cristo por manos de María, como
medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo".
A la
luz del testamento de Cristo (cfr. Jn 19,25-27), el acto de
consagración es el reconocimiento consciente del puesto singular que
ocupa María de Nazaret en el Misterio de Cristo y de la Iglesia, del
valor ejemplar y universal de su testimonio evangélico, de la
confianza en su intercesión y la eficacia de su patrocinio, de la
multiforme función materna que desempeña, como verdadera madre en el
orden de la gracia, a favor de todos y de cada uno de sus hijos.
Hay
que notar, sin embargo, que el término "consagración" se usa
con cierta amplitud e impropiedad: "se dice, por ejemplo "consagrar
los niños a la Virgen", cuando en realidad sólo se pretende poner a
los pequeños bajo la protección de la Virgen y pedir para ellos su
bendición maternal". Se entiende así la sugerencia de bastantes, de
sustituir el término "consagración" por otros, como "entrega",
"donación". De hecho, en nuestros días, los avances de la teología
litúrgica y la exigencia consiguiente de un uso riguroso de los
términos, sugieren que se reserve el término consagración a la
ofrenda de uno mismo que tiene como término a Dios, como
características la totalidad y la perpetuidad, como garantía la
intervención de la Iglesia, como fundamento los sacramentos del
Bautismo y de la Confirmación.
En
cualquier caso, con respecto a esta práctica es necesario instruir a
los fieles sobre su naturaleza. Aunque tenga las características de
una ofrenda total y perenne: es sólo analógica respecto a la
"consagración a Dios"; debe ser fruto no de una emoción
pasajera, sino una decisión personal, libre, madurada en el ámbito
de una visión precisa del dinamismo de la gracia; se debe expresar
de modo correcto, en una línea, por así decir, litúrgica: al
Padre por Cristo en el Espíritu Santo, implorando la intercesión
gloriosa de María, a la cual se confía totalmente, para guardar con
fidelidad los compromisos bautismales y vivir en una actitud filial
con respecto a Ella; se debe realizar fuera del Sacrificio
eucarístico, pues se trata de un acto de devoción que no se puede
asimilar a la Liturgia: la entrega a María se distingue
sustancialmente de otras formas de consagración litúrgica.
ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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Libro de Visitas de Juan Pablo Magno
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