1. La oración de Jesús como Hijo
“salido del Padre” expresa de modo especial el hecho de que El “va al Padre” (cf.
Jn 16, 28). “Va”, y conduce al Padre a todos aquellos, que el Padre “le ha
dado” (cf. Jn 17). Además, a todos les deja el patrimonio duradero
de su oración filial: “Cuando oréis, decid: ‘Padre nuestro’...”
(Mt
6, 9; cf. Lc 11, 2). Como aparece en esta fórmula que enseñó Jesús, su
oración al Padre se caracteriza por algunas notas fundamentales: es una
oración llena de alabanza, llena de un abandono ilimitado a la voluntad del
Padre, y, por lo que se refiere a nosotros, llena de súplica y petición de
perdón. En este contexto se sitúa de modo especial la oración de acción de
gracias.
2. Jesús dice: “Yo te alabo, Padre,
Señor del cielo y tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y
discretos y las revelaste a los pequeñuelos...” (Mt 11, 5). Con la
expresión “Te alabo”, Jesús quiere significar la gratitud por el don de la
revelación de Dios, porque “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a
quien el Hijo quisiere revelárselo” (Mt 11, 27). También la oración
sacerdotal, si bien posee el
carácter de una gran petición que el Hijo hace al Padre al final de su misión
terrena, al mismo tiempo está también impregnada en un profundo sentido de
acción de gracias. Se puede incluso decir que la acción de gracias
constituye el contenido esencial no sólo de la oración de Cristo, sino de la
misma intimidad existencial suya con el Padre. En el centro de todo lo
que Jesús hace y dice, se encuentra la conciencia del don: todo es don de
Dios, creador y Padre; y una respuesta adecuada al don es la gratitud, la
acción de gracias.
3. Hay que prestar atención a los
pasajes evangélicos, especialmente a los de San Juan, donde esta acción de
gracias se pone claramente de relieve. Tal es, por ejemplo, la oración con
motivo de la resurrección de Lázaro: “Padre, te doy gracias porque me has
escuchado” (Jn 11, 41). En la multiplicación de los panes (junto a
Cafarnaún) “Jesús tomó los panes y, dando gracias, dio a los que estaban
recostados, e igualmente de los peces...” (Jn 6, 11). Finalmente,
en
la institución de la Eucaristía, Jesús, antes de pronunciar las palabras
de la institución sobre el pan y el vino “dio gracias” (Lc 22, 17; cf.,
también Mc 14, 23; Mt 26, 27). Esta expresión la usa respecto al
cáliz del vino, mientras que con referencia al pan se habla igualmente de la
“bendición”. Sin embargo, según el Antiguo Testamento, “bendecir a
Dios” significa también darle gracias, además de “alabar a Dios”,
“confesar al Señor”.
4. En la oración de acción de gracias
se prolonga la tradición bíblica, que se expresa de modo especial en los
Salmos. “Bueno es alabar a Yahvé y cantar para tu nombre, oh Altísimo... Pues
me has alegrado, oh Yahvé, con tus hechos, y me gozo en las obras de tus
manos” (Sal 91/92, 2-5). “Alabad a Yahvé, porque es bueno,
porque es eterna su misericordia. Digan así los rescatados de Yahvé...
Den gracias a Dios por su piedad y por los maravillosos favores que hace a los
hijos de los hombres. Y ofrézcanle sacrificios de alabanza (zebah todah)
(Sal 106/197, 1. 2. 21-22). “Alabad a Yavé porque es bueno, porque es
eterna su misericordia... Te alabo porque me oíste y fuiste para mí la
salvación... Tú eres mi Dios, yo te alabaré; mi Dios, yo te ensalzaré” (Sal
117/118, 1. 21. 28). “¿Qué podré yo dar a Yahvé por todos los beneficios
que me ha hecho? Te ofreceré sacrificios de alabanza e invocaré el nombre
de Yahvé” (Sal 115/116, 12. 17). “Te alabaré por el
maravilloso modo con que me hiciste; admirables son tus obras, conoces del
todo mi alma” (Sal 138/139, 14). “Quiero ensalzarte, Dios mío, Rey, y bendecir tu nombre por los siglos”
(Sal 144/145, 1).
5. En el Libro del Eclesiástico se
lee también: “Bendecid al Señor en todas sus obras. Ensalzad su nombre, y
uníos en la confesión de sus alabanzas.” “Alabadle así con alta voz: Las
obras del Señor son todas buenas, sus órdenes se cumplen a tiempo, pues todas
se hacen desear a su tiempo... No ha lugar a decir: ¿Qué es esto, para qué
esto? Todas las cosas fueron creadas para sus fines” (Eclo 39, 19-21.
26). La exhortación del Eclesiástico a “bendecir al Señor” tiene un tono
didáctico.
6. Jesús acogió esta herencia
tan significativa para el Antiguo Testamento, explicitando en el filón de la
bendición —confesión— alabanza la dimensión de acción de gracias. Por eso se
puede decir que el momento culminante de esta tradición bíblica tuvo lugar en
la última Cena cuando Cristo instituyó el sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre el día antes de ofrecer ese Cuerpo y esa Sangre en el Sacrificio de la
cruz. Como escribe San Pablo: “El Señor Jesús, en la noche en que fue
entregado, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo:
“Esto es mi Cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía”
(1
Cor 11, 23-24). Del mismo modo, los evangelistas sinópticos hablan también
de a acción de gracias sobre el cáliz: “Tomando el cáliz, después de
dar gracias, se lo entregó, y bebieron de él todos. Y les dijo. ‘esta es
mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’” (Mc 14, 23-24;
cf. Mt 26. 27; Lc 22, 17).
7. El original griego de la expresión
“dar gracias” es “εύχαριστήσας” (de “eujaristein”),
de donde Eucaristía. Así pues, el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre
instituido como el Santísimo Sacramento de la Iglesia, constituye el
cumplimiento y al mismo tiempo la superación de los sacrificios de bendición y
de alabanza, de los que se habla en los Salmos (zebah todah) Las
comunidades cristianas, desde los tiempos más antiguos, unían la
celebración de la Eucaristía a la acción de gracias, como demuestra el
texto de la “Didajé” (escrito y compuesto entre finales del siglo I y
principios del II, probablemente en Siria, quizá en la misma Antioquía):
“Te damos gracias, Padre
nuestro, por la santa vida de David tu Siervo, que nos has hecho
desvelar por Jesús tu Siervo...”.
“Te damos gracias, Padre
nuestro, por la vida y el conocimiento que nos has hecho desvelar por
Jesucristo, tu Siervo...”.
“Te damos gracias, Padre
santo, por tu santo nombre, que has hecho habitar en nuestros
corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has
hecho desvelar por Jesucristo tu Siervo” (Didajé 9, 2-3; 10, 2).
8. El Canto de acción de gracias de
la Iglesia que acompaña la celebración de la Eucaristía, nace de lo íntimo de
su corazón, y del Corazón mismo del Hijo, que vivía en acción de gracias.
Por eso podemos decir que su oración, y toda su existencia terrena, se
convirtió en revelación de esta verdad fundamental enunciada por la Carta de
Santiago: “Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del
Padre de las luces...” (Sant 1, 17).Viviendo en a acción de gracias,
Cristo, el Hijo del hombre, el nuevo “Adán”, derrotaba en su raíz misma
el pecado que bajo el influjo del “padre de la mentira” había sido
concebido en el espíritu “del primer Adán” (cf. Gén 3) La acción de
gracias restituye al hombre la conciencia del don entregado por Dios
“desde el principio” y al mismo tiempo expresa la disponibilidad a
intercambiar el don: darse a Dios, con todo el corazón y darle todo lo
demás. Es como una restitución, porque todo tiene en Él su principio y su
fuente.
“Gratias agamus Domino Deo
nostro”: es la invitación que la Iglesia pone en el centro de la liturgia
eucarística. También en esta exhortación resuena fuerte el eco de la acción de
gracias, del que vivía en la tierra el Hijo de Dios. Y la voz del Pueblo de
Dios responde con un humilde y gran testimonio coral: “Dignum et iustum est”,
“es justo y necesario”.