Catequesis sobre DIOS PADRE  
por el Siervo de Dios
JUAN PABLO II

(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.

 
EL HIJO VIVE EN ACTITUD DE ACCIÓN DE GRACIAS AL PADRE
 
Audiencia del miércoles 29 de julio de 1987
 

1. La oración de Jesús como Hijo “salido del Padre” expresa de modo especial el hecho de que El “va al Padre” (cf. Jn 16, 28). “Va”, y conduce al Padre a todos aquellos, que el Padre “le ha dado” (cf. Jn 17). Además, a todos les deja el patrimonio duradero de su oración filial: “Cuando oréis, decid: ‘Padre nuestro’...” (Mt 6, 9; cf. Lc 11, 2). Como aparece en esta fórmula que enseñó Jesús, su oración al Padre se caracteriza por algunas notas fundamentales: es una oración llena de alabanza, llena de un abandono ilimitado a la voluntad del Padre, y, por lo que se refiere a nosotros, llena de súplica y petición de perdón. En este contexto se sitúa de modo especial la oración de acción de gracias.

2. Jesús dice: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos...” (Mt 11, 5). Con la expresión “Te alabo”, Jesús quiere significar la gratitud por el don de la revelación de Dios, porque “nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiere revelárselo” (Mt 11, 27). También la oración sacerdotal, si bien posee el carácter de una gran petición que el Hijo hace al Padre al final de su misión terrena, al mismo tiempo está también impregnada en un profundo sentido de acción de gracias. Se puede incluso decir que la acción de gracias constituye el contenido esencial no sólo de la oración de Cristo, sino de la misma intimidad existencial suya con el Padre. En el centro de todo lo que Jesús hace y dice, se encuentra la conciencia del don: todo es don de Dios, creador y Padre; y una respuesta adecuada al don es la gratitud, la acción de gracias.

3. Hay que prestar atención a los pasajes evangélicos, especialmente a los de San Juan, donde esta acción de gracias se pone claramente de relieve. Tal es, por ejemplo, la oración con motivo de la resurrección de Lázaro: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado” (Jn 11, 41). En la multiplicación de los panes (junto a Cafarnaún) “Jesús tomó los panes y, dando gracias, dio a los que estaban recostados, e igualmente de los peces...” (Jn 6, 11). Finalmente, en la institución de la Eucaristía, Jesús, antes de pronunciar las palabras de la institución sobre el pan y el vino “dio gracias” (Lc 22, 17; cf., también Mc 14, 23; Mt 26, 27). Esta expresión la usa respecto al cáliz del vino, mientras que con referencia al pan se habla igualmente de la “bendición”. Sin embargo, según el Antiguo Testamento, “bendecir a Dios” significa también darle gracias, además de “alabar a Dios”, “confesar al Señor”.

4. En la oración de acción de gracias se prolonga la tradición bíblica, que se expresa de modo especial en los Salmos. “Bueno es alabar a Yahvé y cantar para tu nombre, oh Altísimo... Pues me has alegrado, oh Yahvé, con tus hechos, y me gozo en las obras de tus manos” (Sal 91/92, 2-5). “Alabad a Yahvé, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Digan así los rescatados de Yahvé... Den gracias a Dios por su piedad y por los maravillosos favores que hace a los hijos de los hombres. Y ofrézcanle sacrificios de alabanza (zebah todah) (Sal 106/197, 1. 2. 21-22). “Alabad a Yavé porque es bueno, porque es eterna su misericordia... Te alabo porque me oíste y fuiste para mí la salvación... Tú eres mi Dios, yo te alabaré; mi Dios, yo te ensalzaré” (Sal 117/118, 1. 21. 28). “¿Qué podré yo dar a Yahvé por todos los beneficios que me ha hecho? Te ofreceré sacrificios de alabanza e invocaré el nombre de Yahvé” (Sal 115/116, 12. 17). “Te alabaré por el maravilloso modo con que me hiciste; admirables son tus obras, conoces del todo mi alma” (Sal 138/139, 14). “Quiero ensalzarte, Dios mío, Rey, y bendecir tu nombre por los siglos” (Sal 144/145, 1).

5. En el Libro del Eclesiástico se lee también: “Bendecid al Señor en todas sus obras. Ensalzad su nombre, y uníos en la confesión de sus alabanzas.”   “Alabadle así con alta voz: Las obras del Señor son todas buenas, sus órdenes se cumplen a tiempo, pues todas se hacen desear a su tiempo... No ha lugar a decir: ¿Qué es esto, para qué esto? Todas las cosas fueron creadas para sus fines” (Eclo 39, 19-21. 26). La exhortación del Eclesiástico a “bendecir al Señor” tiene un tono didáctico.

6. Jesús acogió esta herencia tan significativa para el Antiguo Testamento, explicitando en el filón de la bendición —confesión— alabanza la dimensión de acción de gracias. Por eso se puede decir que el momento culminante de esta tradición bíblica tuvo lugar en la última Cena cuando Cristo instituyó el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre el día antes de ofrecer ese Cuerpo y esa Sangre en el Sacrificio de la cruz. Como escribe San Pablo: “El Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 23-24). Del mismo modo, los evangelistas sinópticos hablan también de a acción de gracias sobre el cáliz: “Tomando el cáliz, después de dar gracias, se lo entregó, y bebieron de él todos. Y les dijo. ‘esta es mi Sangre de la Alianza, que es derramada por muchos’” (Mc 14, 23-24; cf. Mt 26. 27; Lc 22, 17).

7. El original griego de la expresión “dar gracias” es “εύχαριστήσας” (de “eujaristein”), de donde Eucaristía. Así pues, el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre instituido como el Santísimo Sacramento de la Iglesia, constituye el cumplimiento y al mismo tiempo la superación de los sacrificios de bendición y de alabanza, de los que se habla en los Salmos (zebah todah) Las comunidades cristianas, desde los tiempos más antiguos, unían la celebración de la Eucaristía a la acción de gracias, como demuestra el texto de la “Didajé” (escrito y compuesto entre finales del siglo I y principios del II, probablemente en Siria, quizá en la misma Antioquía):

“Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa vida de David tu Siervo, que nos has hecho desvelar por Jesús tu Siervo...”.

“Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos has hecho desvelar por Jesucristo, tu Siervo...”.

“Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre, que has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has hecho desvelar por Jesucristo tu Siervo” (Didajé 9, 2-3; 10, 2).

8. El Canto de acción de gracias de la Iglesia que acompaña la celebración de la Eucaristía, nace de lo íntimo de su corazón, y del Corazón mismo del Hijo, que vivía en acción de gracias. Por eso podemos decir que su oración, y toda su existencia terrena, se convirtió en revelación de esta verdad fundamental enunciada por la Carta de Santiago: “Todo buen don y toda dádiva perfecta viene de arriba, desciende del Padre de las luces...” (Sant 1, 17).Viviendo en a acción de gracias, Cristo, el Hijo del hombre, el nuevo “Adán”, derrotaba en su raíz misma el pecado que bajo el influjo del “padre de la mentira” había sido concebido en el espíritu “del primer Adán” (cf. Gén 3) La acción de gracias restituye al hombre la conciencia del don entregado por Dios “desde el principio” y al mismo tiempo expresa la disponibilidad a intercambiar el don: darse a Dios, con todo el corazón y darle todo lo demás. Es como una restitución, porque todo tiene en Él su principio y su fuente.

“Gratias agamus Domino Deo nostro”: es la invitación que la Iglesia pone en el centro de la liturgia eucarística. También en esta exhortación resuena fuerte el eco de la acción de gracias, del que vivía en la tierra el Hijo de Dios. Y la voz del Pueblo de Dios responde con un humilde y gran testimonio coral: “Dignum et iustum est”, “es justo y necesario”.

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Siendo pues fuente de caridad, la Eucaristía ha ocupado siempre el centro de la vida de los discípulos de Cristo. Tiene el aspecto de pan y de vino, es decir, de comida y de bebida; por lo mismo es tan familiar al hombre, y está tan estrechamente vinculada a su vida, como lo están efectivamente la comida y la bebida. La veneración a Dios que es Amor nace del culto eucarístico de esa especie de intimidad en la que el mismo, análogamente a la comida y a la bebida, llena nuestro ser espiritual, asegurándole, al igual que ellos, la vida. Tal veneración «eucarística» de Dios corresponde pues estrictamente a sus planes salvíficos. Él mismo, el Padre, quiere que los «verdaderos adoradores» (27)  lo adoren precisamente así, y Cristo es intérprete de este querer con sus palabras a la vez que con este Sacramento, en el cual nos hace posible la adoración al Padre, de la manera más conforme a su voluntad.

De tal concepción del culto eucarístico brota todo el estilo sacramental de la vida del cristiano. En efecto, conducir una vida basada en los sacramentos, animada por el sacerdocio común, significa ante todo por parte del cristiano, desear que Dios actúe en él para hacerle llegar en el Espíritu «a la plena madurez de Cristo». (28)  Dios, por su parte, no lo toca solamente a través de los acontecimientos y con su gracia interna, sino que actúa en él, con mayor certeza y fuerza, a través de los sacramentos. Ellos dan a su vida un estilo sacramental.

Ahora bien, entre todos los sacramentos, es el de la Santísima Eucaristía el que conduce a plenitud su iniciación de cristiano y confiere al ejercicio del sacerdocio común esta forma sacramental y eclesial que lo pone en conexión -como hemos insinuado anteriormente- (29) con el ejercicio del sacerdocio ministerial. De este modo el culto eucarístico es centro y fin de toda la vida sacramental. (30)  Resuenan continuamente en él, como un eco profundo, los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo y Confirmación. ¿Dónde está mejor expresada la verdad de que además de ser «llamados hijos de Dios», lo «somos realmente», (31) en virtud del Sacramento del Bautismo, sino precisamente en el hecho de que en la Eucaristía nos hacemos partícipes del Cuerpo y de la Sangre del unigénito Hijo de Dios? Y ¿qué es lo que nos predispone mayormente a «ser verdaderos testimonios de Cristo», (32) frente al mundo, como resultado del Sacramento de la Confirmación, sino la comunión eucarística, en la que Cristo nos da testimonio a nosotros y nosotros a Él?

Es imposible analizar aquí en sus pormenores los lazos existentes entre la Eucaristía y los demás Sacramentos, particularmente con el Sacramento de la vida familiar y el Sacramento de los enfermos. Acerca de la estrecha vinculación, existente entre el Sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía llamé ya la atención en la Encíclica «Redemptor hominis».


[27] Jn 4, 23
[28] Ef 4, 13
[29] Cf. supra, § 2.
[30] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, nn. 9 y 13: AAS 58 (1966), pp. 958; 967 s.; Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, n. 5: AAS 58 (1966), p. 997.
[31] 1 Jn 3,1.
[32] CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 11: AAS 57 (1965), p. 15.
[33] Cf. n. 20: AAS
 

 
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ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org



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