SEGUNDA PARTE
LA
MADRE DE DIOS EN EL CENTRO DE LA IGLESIA
PEREGRINA
El
Magníficat de la Iglesia en camino

35. La Iglesia, pues, en la presente
fase de su camino, trata de buscar la
unión de quienes profesan su fe en
Cristo para manifestar la obediencia a
su Señor que, antes de la pasión, ha
rezado por esta unidad. La Iglesia « va
peregrinando ..., anunciando la Cruz del
Señor hasta que venga »
« Caminando, pues, la Iglesia en medio
de tentaciones y tribulaciones, se ve
confortada con el poder de la gracia de
Dios, que le ha sido prometida para que
no desfallezca de la fidelidad perfecta
por la debilidad de la carne, antes al
contrario, persevere como esposa digna
de su Señor y, bajo la acción del Espíritu
Santo, no cese de renovarse hasta que
por la cruz llegue a aquella luz que no
conoce ocaso ».
La
Virgen Madre está constantemente
presente en este camino de fe del Pueblo
de Dios hacia la luz. Lo demuestra de
modo especial el
cántico del Magníficat que, salido de
la fe profunda de María en la
visitación, no deja de vibrar en el
corazón de la Iglesia a través de los
siglos. Lo prueba su recitación diaria
en la liturgia de las Vísperas y en
otros muchos momentos de devoción tanto
personal como comunitaria.
«Proclama
mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador;
porque ha mirado la humillación de su
esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras
grandes por mí;
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos,
enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros
padres—
en favor de Abraham y su descendencia
por siempre»
(Lc
1, 46-55).

36.
Cuando Isabel saludó a la joven
pariente que llegaba de Nazaret, María
respondió con el Magníficat. En el
saludo Isabel había llamado antes a María
« bendita » por « el fruto de su
vientre », y luego « feliz » por su
fe (cf. Lc
1, 42. 45). Estas dos bendiciones se
referían directamente al momento de la
anunciación. Después, en la visitación,
cuando el saludo de Isabel da testimonio
de aquel momento culminante, la fe de
María adquiere una nueva conciencia y
una nueva expresión. Lo que en el
momento de la anunciación permanecía
oculto en la profundidad de la «
obediencia de la fe », se diría que
ahora se manifiesta como una llama del
espíritu clara y vivificante. Las
palabras usadas por María en el umbral
de la casa de Isabel constituyen una
inspirada profesión le su fe, en la
que la
respuesta a la palabra de la revelación
se expresa con la elevación
espiritual y poética de todo su ser
hacia Dios. En estas sublimes palabras,
que son al mismo tiempo muy sencillas y
totalmente inspiradas por los textos
sagrados del pueblo de Israel,
se vislumbra la experiencia personal de
María, el éxtasis de su corazón.
Resplandece en ellas un rayo del
misterio de Dios, la gloria de su
inefable santidad, el eterno amor
que, como un don irrevocable, entra en
la historia del hombre.
María es la primera en participar de
esta nueva revelación de Dios y, a
través de ella, de esta nueva «
autodonación » de Dios. Por esto
proclama: « ha hecho obras grandes por
mí; su nombre es santo ». Sus palabras
reflejan el gozo del espíritu, difícil
de expresar: « se alegra mi espíritu en
Dios mi salvador ». Porque « la verdad
profunda de Dios y de la salvación del
hombre ... resplandece en Cristo,
mediador y plenitud de toda la
revelación »
En su arrebatamiento María confiesa que
se ha encontrado en
el centro mismo de esta plenitud de
Cristo. Es consciente de que en ella se
realiza la promesa hecha a los padres y,
ante todo, « en favor de Abraham y su
descendencia por siempre »; que en ella,
como madre de Cristo, converge toda
la economía salvífica, en la que,
« de generación en generación », se
manifiesta aquel que, como Dios de la
Alianza, se acuerda « de la
misericordia ».

37.
La Iglesia, que desde el principio
conforma su camino terreno con el de la
Madre de Dios, siguiéndola repite
constantemente las palabras del Magníficat.
Desde la profundidad de la fe de la
Virgen en la anunciación y en la
visitación, la Iglesia llega a la
verdad sobre el Dios de la Alianza,
sobre Dios que es todopoderoso y hace «
obras grandes » al hombre: « su nombre
es santo ». En el Magníficat
la Iglesia encuentra vencido de raíz
el pecado del comienzo de la historia
terrena del hombre y de la mujer, el
pecado de la incredulidad o de la «
poca fe » en Dios. Contra la «
sospecha » que el « padre de la
mentira » ha hecho surgir en el corazón
de Eva, la primera mujer, María, a la
que la tradición suele llamar « nueva
Eva »
y verdadera « madre de los vivientes »,
proclama con fuerza la verdad no
ofuscada sobre Dios: el Dios Santo y
todopoderoso, que desde el comienzo es la
fuente de todo don, aquel que « ha
hecho obras grandes ». Al crear, Dios
da la existencia a toda la realidad.
Creando al hombre, le da la dignidad de
la imagen y semejanza con él de manera
singular respecto a todas las criaturas
terrenas. Y no deteniéndose en su
voluntad de prodigarse no obstante el
pecado del hombre, Dios
se da en el Hijo: « Porque tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único
» (Jn
3, 16). María es el primer testimonio
de esta maravillosa verdad, que se
realizará plenamente mediante lo que
hizo y enseñó su Hijo (cf. Hch
1, 1) y, definitiva mente, mediante
su Cruz y resurrección.
La
Iglesia, que aun « en medio de
tentaciones y tribulaciones » no cesa
de repetir con María las palabras del Magníficat,
« se ve confortada » con la fuerza
de la verdad sobre Dios, proclamada
entonces con tan extraordinaria
sencillez y, al mismo tiempo, con
esta verdad sobre Dios desea iluminar las
difíciles y a veces intrincadas vías
de la existencia terrena de los hombres.
El camino de la Iglesia, pues, ya al
final del segundo Milenio cristiano,
implica un renovado empeño en su misión.
La Iglesia, siguiendo a aquel que dijo
de sí mismo: « (Dios) me ha enviado
para anunciar a
los pobres la Buena Nueva » (cf. Lc
4, 18), a través de las generaciones,
ha tratado y trata hoy de cumplir la
misma misión.
Su
amor preferencial por los pobres
está
inscrito admirablemente en el Magníficat
de María.
El Dios de la Alianza,
cantado por la Virgen de Nazaret en la
elevación de su espíritu, es a la vez
el que « derriba del trono a los
poderosos, enaltece a los humildes, a
los hambrientos los colma de bienes y a
los ricos los despide vacíos, ...
dispersa a los soberbios ... y conserva
su misericordia para los que le temen ».
María está profundamente impregnada
del espíritu de los « pobres de Yahvé
», que en la oración de los Salmos
esperaban de Dios su salvación,
poniendo en El toda su confianza (cf. Sal
25; 31; 35; 55). En cambio, Ella
proclama la venida del misterio de la
salvación, la venida del « Mesías de
los pobres » (cf. Is
11, 4; 61, 1). La Iglesia, acudiendo
al corazón de María, a la profundidad
de su fe, expresada en las palabras del Magníficat,
renueva cada vez mejor en sí la
conciencia de que no
se puede separar la verdad sobre Dios
que salva, sobre Dios que es fuente
de todo don, de
la manifestación de su amor
preferencial por los pobres y los
humildes, que, cantado en el Magníficat,
se encuentra luego expresado en las
palabras y obras de Jesús.
La
Iglesia, por tanto, es consciente —y
en nuestra época tal conciencia se
refuerza de manera particular— de que
no sólo no se pueden separar estos dos
elementos del mensaje contenido en el Magníficat,
sino que también se debe
salvaguardar cuidadosamente la
importancia que « los pobres » y « la
opción en favor de los pobres » tienen
en la palabra del Dios vivo. Se trata de
temas y problemas orgánicamente
relacionados con el sentido
cristiano de la libertad y de la
liberación. « Dependiendo
totalmente de Dios y plenamente
orientada hacia El por el empuje de su
fe, María, al lado de su Hijo, es la
imagen más perfecta de la libertad y de
la liberación de la humanidad y del
cosmos. La Iglesia debe mirar hacia Ella,
Madre y Modelo para comprender en su
integridad el sentido de su misión ».