e-Curso: ORACIÓN CON LA MADRE DEL REDENTOR
Capítulo 4
CARTA ENCÍCLICA
REDEMPTORIS MATER
I PARTE - MARÍA EN EL MISTERIO DE
CRISTO
"AHÍ TIENES A TU MADRE"
(I)
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PRIMERA PARTE.
MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO
"AHÍ TIENES A TU MADRE"
20. El evangelio
de Lucas recoge el momento en el que «
alzó la voz una mujer de entre la gente,
y dijo, dirigiéndose a Jesús: « ¡Dichoso
el seno que te llevó y los pechos que
te criaron! » (Lc 11, 27).
Estas palabras constituían una alabanza
para María como madre de Jesús, según la
carne. La Madre de Jesús quizás no era
conocida personalmente por esta mujer.
En efecto, cuando Jesús comenzó su
actividad mesiánica, María no le
acompañaba y seguía permaneciendo en
Nazaret. Se diría que las palabras de
aquella mujer desconocida le hayan hecho
salir, en cierto modo, de su
escondimiento.
A través de
aquellas palabras ha pasado rápidamente
por la mente de la muchedumbre, al menos
por un instante, el evangelio de la
infancia de Jesús. Es el evangelio en
que María está presente como la madre
que concibe a Jesús en su seno, le da a
luz y le amamanta maternalmente: la
madre-nodriza, a la que se refiere
aquella mujer del pueblo. Gracias a
esta maternidad Jesús —Hijo del
Altísimo (cf. Lc 1, 32)— es un
verdadero hijo del hombre. Es
«carne », como todo hombre: es « el
Verbo (que) se hizo carne » (cf. Jn
1, 14). Es carne y sangre de María.
Pero a la
bendición proclamada por aquella mujer
respecto a su madre según la carne,
Jesús responde de manera significativa:
« Dichosos más bien los que oyen la
Palabra de Dios y la guardan » (cf.
Lc 11, 28). Quiere quitar la
atención de la maternidad entendida sólo
como un vínculo de la carne, para
orientarla hacia aquel misterioso
vínculo del espíritu, que se forma en la
escucha y en la observancia de la
palabra de Dios.
El mismo paso a la
esfera de los valores espirituales se
delinea aun más claramente en otra
respuesta de Jesús, recogida por todos
los Sinópticos. Al ser anunciado a Jesús
que su « madre y sus hermanos están
fuera y quieren verle », responde:
« Mi madre y mis hermanos son
aquellos que oyen la Palabra de Dios y
la cumplen » (cf. Lc
8, 20-21). Esto dijo « mirando en
torno a los que estaban sentados en
corro », como leemos en Marcos (3, 34)
o, según Mateo (12, 49) « extendiendo su
mano hacia sus discípulos ».
Estas expresiones
parecen estar en la línea de lo que
Jesús, a la edad de doce años,
respondió a María y a José, al ser
encontrado después de tres días en el
templo de Jerusalén.
Así pues, cuando
Jesús se marchó de Nazaret y dio
comienzo a su vida pública en Palestina,
ya estaba completa y exclusivamente
« ocupado en las cosas del Padre
» (cf. Lc 2, 49). Anunciaba el
Reino: « Reino de Dios » y « cosas del
Padre », que dan también una dimensión
nueva y un sentido nuevo a todo lo que
es humano y, por tanto, a toda relación
humana, respecto a las finalidades y
tareas asignadas a cada hombre. En esta
dimensión nueva un vínculo, como el de
la « fraternidad », significa también
una cosa distinta de la « fraternidad
según la carne », que deriva del origen
común de los mismos padres. Y aun la «
maternidad », en la dimensión
del reino de Dios, en la esfera de la
paternidad de Dios mismo, adquiere un
significado diverso. Con las
palabras recogidas por Lucas Jesús
enseña precisamente este nuevo sentido
de la maternidad.
¿Se aleja con esto
de la que ha sido su madre según la
carne? ¿Quiere tal vez dejarla en la
sombra del escondimiento, que ella misma
ha elegido? Si así puede parecer en base
al significado de aquellas palabras, se
debe constatar, sin embargo, que la
maternidad nueva y distinta, de la que
Jesús habla a sus discípulos, concierne
concretamente a María de un modo
especialísimo. ¿No es tal vez María
la primera entre «aquellos que
escuchan la Palabra de Dios y la cumplen
»? Y por consiguiente ¿no se refiere
sobre todo a ella aquella bendición
pronunciada por Jesús en respuesta a las
palabras de la mujer anónima? Sin lugar
a dudas, María es digna de bendición por
el hecho de haber sido para Jesús Madre
según la carne (« ¡Dichoso el seno que
te llevó y los pechos que te criaron!
»), pero también y sobre todo porque ya
en el instante de la anunciación ha
acogido la palabra de Dios, porque ha
creído, porque fue obediente a Dios,
porque « guardaba » la palabra y «
la conservaba cuidadosamente en su
corazón » (cf. Lc 1, 38.45; 2,
19. 51 ) y la cumplía totalmente en su
vida. Podemos afirmar, por lo tanto, que
el elogio pronunciado por Jesús no se
contrapone, a pesar de las apariencias,
al formulado por la mujer desconocida,
sino que viene a coincidir con ella en
la persona de esta Madre-Virgen, que se
ha llamado solamente « esclava del Señor
» (Lc 1, 38). Sies cierto
que « todas las generaciones la llamarán
bienaventurada » (cf. Lc 1,
48), se puede decir que aquella
mujer anónima ha sido la primera en
confirmar inconscientemente aquel
versículo profético del Magníficat
de María y dar comienzo al
Magníficat de los siglos.
Si por medio de
la fe María se ha convertido en la
Madre del Hijo que le ha sido dado por
el Padre con el poder del Espíritu
Santo, conservando íntegra su
virginidad, en la misma fe ha
descubierto y acogido la otra dimensión
de la maternidad, revelada por Jesús
durante su misión mesiánica. Se puede
afirmar que esta dimensión de la
maternidad pertenece a María desde el
comienzo, o sea desde el momento de la
concepción y del nacimiento del Hijo.
Desde entonces era « la que ha creído ».
A medida que se esclarecía ante sus ojos
y ante su espíritu la misión del Hijo,
ella misma como Madre se abría cada
vez más a aquella « novedad »de
la maternidad, que debía constituir
su « papel » junto al Hijo. ¿No había
dicho desde el comienzo: « He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra »? (Lc 1, 38). Por
medio de la fe María seguía oyendo y
meditando aquella palabra, en la que se
hacía cada vez más transparente, de un
modo « que excede todo conocimiento » (Ef
3, 19), la autorrevelación del Dios
viviente. María madre se convertía así,
en cierto sentido, en la primera
« discípula » de su Hijo,
la primera a la cual parecía decir: «
Sígueme » antes aún de dirigir esa
llamada a los apóstoles o a cualquier
otra persona (cf. Jn 1, 43).
21. Bajo este
punto de vista, es particularmente
significativo el texto del Evangelio
de Juan, que nos presenta a María en
las bodas de Caná. María aparece allí
como Madre de Jesús al comienzo de su
vida pública: « Se celebraba una boda
en Caná de Galilea y estaba allí la
Madre de Jesús. Fue invitado también a
la boda Jesús con sus discípulos (Jn
2, 1-2). Según el texto resultaría
que Jesús y sus discípulos fueron
invitados junto con María, dada su
presencia en aquella fiesta: el Hijo
parece que fue invitado en razón de la
madre. Es conocida la continuación de
los acontecimientos concatenados con
aquella invitación, aquel « comienzo de
las señales » hechas por Jesús —el agua
convertida en vino—, que hace decir al
evangelista: Jesús « manifestó su
gloria, y creyeron en él sus discípulos
» (Jn 2, 11).
María está presente
en Caná de Galilea como Madre de
Jesús, y de modo significativo
contribuye a aquel « comienzo de las
señales », que revelan el poder
mesiánico de su Hijo. He aquí que: «
como faltaba vino, le dice a Jesús su
Madre: "no tienen vino". Jesús le
responde: « ¿Qué tengo yo contigo,
mujer? Todavía no ha llegado mi hora » (Jn
2, 3-4). En el Evangelio de
Juan aquella « hora » significa el
momento determinado por el Padre, en el
que el Hijo realiza su obra y debe ser
glorificado (cf. Jn 7, 30; 8, 20;
12, 23. 27; 13, 1; 17, 1; 19, 27).
Aunque la respuesta de Jesús a su
madre parezca como un rechazo (sobre
todo si se mira, más que a la pregunta,
a aquella decidida afirmación: « Todavía
no ha llegado mi hora »), a pesar de
esto María se dirige a los criados y les
dice: « Haced lo que él os diga » (Jn
2, 5). Entonces Jesús ordena a los
criados llenar de agua las tinajas, y el
agua se convierte en vino, mejor del que
se había servido antes a los invitados
al banquete nupcial.
¿Qué entendimiento
profundo se ha dado entre Jesús y su
Madre? ¿Cómo explorar el misterio de su
íntima unión espiritual? De todos modos
el hecho es elocuente. Es evidente que
en aquel hecho se delinea ya con
bastante claridad la nueva dimensión,
el nuevo sentido de la maternidad
de María. Tiene un significado que
no está contenido exclusivamente en las
palabras de Jesús y en los diferentes
episodios citados por los Sinópticos (Lc
11, 27-28; 8, 19-21; Mt 12,
46-50; Mc 3, 31-35). En estos
textos Jesús intenta contraponer sobre
todo la maternidad, resultante del hecho
mismo del nacimiento, a lo que esta «
maternidad » (al igual que la «
fraternidad ») debe ser en la dimensión
del Reino de Dios, en el campo salvífico
de la paternidad de Dios. En el texto
joánico, por el contrario, se delinea en
la descripción del hecho de Caná lo que
concretamente se manifiesta como nueva
maternidad según el espíritu y no
únicamente según la carne, o sea la
solicitud de María por los hombres,
el ir a su encuentro en toda la gama de
sus necesidades. En Caná de Galilea se
muestra sólo un aspecto concreto de la
indigencia humana, aparentemente pequeño
y de poca importancia « No tienen vino
»). Pero esto tiene un valor simbólico.
El ir al encuentro de las necesidades
del hombre significa, al mismo tiempo,
su introducción en el radio de acción de
la misión mesiánica y del poder
salvífico de Cristo. Por consiguiente,
se da una mediación: María se pone entre
su Hijo y los hombres en la realidad de
sus privaciones, indigencias y
sufrimientos. Se pone « en
medio », o sea hace de mediadora
no como una persona extraña, sino en su
papel de madre, consciente de que
como tal puede —más bien « tiene el
derecho de »— hacer presente al Hijo las
necesidades de los hombres. Su
mediación, por lo tanto, tiene un
carácter de intercesión: María «
intercede » por los hombres. No sólo:
como Madre desea también que se
manifieste el poder mesiánico del Hijo,
es decir su poder salvífico
encaminado a socorrer la desventura
humana, a liberar al hombre del mal que
bajo diversas formas y medidas pesa
sobre su vida. Precisamente como había
predicho del Mesías el Profeta Isaías en
el conocido texto, al que Jesús se ha
referido ante sus conciudadanos de
Nazaret « Para anunciar a los pobres la
Buena Nueva, para proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a
los ciegos ... » (cf. Lc 4, 18).
Otro elemento
esencial de esta función materna de
María se encuentra en las palabras
dirigidas a los criados: «Haced lo que
Él os diga». La Madre de Cristo
se presenta ante los hombres como
portavoz de la voluntad del Hijo,
indicadora de aquellas exigencias que
deben cumplirse. para que pueda
manifestarse el poder salvífico del
Mesías. En Caná, merced a la intercesión
de María y a la obediencia de los
criados, Jesús da comienzo a « su hora
». En Caná María aparece como la que
cree en Jesús; su fe provoca
la primera « señal » y contribuye a
suscitar la fe de los discípulos.
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ORACIÓN PARA
IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN
DEL BEATO
JUAN PABLO II
Oh
Trinidad Santa, te
damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él
has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la
Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El,
confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la
maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen
viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto
grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para
alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad,
el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto
incluido en el número de tus santos.
Padrenuestro.
Avemaría. Gloria.
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