1.
En la narración evangélica
de la Visitación, Isabel,
"llena de Espíritu
Santo", acogiendo a
María en su casa, exclama:
"¡Feliz la que ha
creído que se cumplirían
las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor!"
(Lc 1, 45). Esta
bienaventuranza, la
primera que refiere el
evangelio de san Lucas,
presenta a María como la
mujer que con su fe
precede a la Iglesia en la
realización del espíritu
de las bienaventuranzas.
El
elogio que Isabel hace de
la fe de María se
refuerza comparándolo con
el anuncio del ángel a
Zacarías. Una lectura
superficial de las dos
anunciaciones podría
considerar semejantes las
respuestas de Zacarías y
de María al mensajero
divino: "¿En qué lo
conoceré? Porque yo soy
viejo y mi mujer avanzada
en edad", dice Zacarías;
y María: "¿Cómo
será esto, puesto que no
conozco varón?" (Lc
1, 18. 34). Pero la
profunda diferencia entre
las disposiciones íntimas
de los protagonistas de
los dos relatos se
manifiesta en las palabras
del ángel, que reprocha a
Zacarías su incredulidad,
mientras que da
inmediatamente una
respuesta a la pregunta de
María. A diferencia del
esposo de Isabel, María
se adhiere plenamente al
proyecto divino, sin
subordinar su
consentimiento a la
concesión de un signo
visible.
Al
ángel que le propone ser
madre, María le hace
presente su propósito de
virginidad. Ella, creyendo
en la posibilidad del
cumplimiento del anuncio,
interpela al mensajero
divino sólo sobre la
modalidad de su realización,
para corresponder mejor a
la voluntad de Dios, a la
que quiere adherirse y
entregarse con total
disponibilidad. "Buscó
el modo; no dudó de la
omnipotencia de Dios",
comenta san Agustín (Sermo
291).
2.
También el contexto en el
que se realizan las dos
anunciaciones contribuye a
exaltar la excelencia de
la fe de María. En la
narración de san Lucas
captamos la situación más
favorable de Zacarías y
lo inadecuado de su
respuesta. Recibe el
anuncio del ángel en el
templo de Jerusalén, en
el altar delante del
"Santo de los
Santos" (cf. Ex
30, 6-8); el ángel se
dirige a él mientras
ofrece el incienso; por
tanto, durante el
cumplimiento de su función
sacerdotal, en un momento
importante de su vida; se
le comunica la decisión
divina durante una visión.
Estas circunstancias
particulares favorecen una
comprensión más fácil
de la autenticidad divina
del mensaje y son un
motivo de aliento para
aceptarlo prontamente.
Por
el contrario, el anuncio a
María tiene lugar en un
contexto más simple y
ordinario, sin los
elementos externos de carácter
sagrado que están
presentes en el anuncio a
Zacarías. San Lucas no
indica el lugar preciso en
el que se realiza la
anunciación del
nacimiento del Señor;
refiere, solamente, que
María se hallaba en
Nazaret, aldea poco
importante, que no parece
predestinada a ese
acontecimiento. Además,
el evangelista no atribuye
especial importancia al
momento en que el ángel
se presenta, dado que no
precisa las circunstancias
históricas. En el
contacto con el mensajero
celestial, la atención se
centra en el contenido de
sus palabras, que exigen a
María una escucha intensa
y una fe pura.
Esta
última consideración nos
permite apreciar la
grandeza de la fe de María,
sobre todo si la
comparamos con la
tendencia a pedir con
insistencia, tanto ayer
como hoy, signos sensibles
para creer. Al contrario,
la aceptación de la
voluntad divina por parte
de la Virgen está
motivada sólo por su amor
a Dios.
3.
A María se le propone que
acepte una verdad mucho más
alta que la anunciada a
Zacarías. Éste fue
invitado a creer en un
nacimiento maravilloso que
se iba a realizar dentro
de una unión matrimonial
estéril, que Dios quería
fecundar. Se trata de una
intervención divina análoga
a otras que habían
recibido algunas mujeres
del Antiguo Testamento:
Sara (Gn 17, 15-21;
18, 10-14), Raquel (Gn
30, 22), la madre de Sansón
(Jc 13, 1-7) y Ana,
la madre de Samuel (1 S
1, 11-20). En estos
episodios se subraya,
sobre todo, la gratuidad
del don de Dios.
María
es invitada a creer en una
maternidad virginal, de la
que el Antiguo Testamento
no recuerda ningún
precedente. En realidad,
el conocido oráculo de
Isaías: "He aquí
que una doncella está
encinta y va a dar a luz
un hijo, y le pondrá por
nombre Emmanuel" (Is
7, 14), aunque no excluye
esta perspectiva, ha sido
interpretado explícitamente
en este sentido sólo
después de la venida de
Cristo, y a la luz de la
revelación evangélica.
A
María se le pide que
acepte una verdad jamás
enunciada antes. Ella la
acoge con sencillez y
audacia. Con la pregunta:
"¿Cómo será esto?",
expresa su fe en el poder
divino de conciliar la
virginidad con su
maternidad única y
excepcional.
Respondiendo:
"El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te
cubrirá con su sombra"
(Lc 1, 35), el ángel
da la inefable solución
de Dios a la pregunta
formulada por María. La
virginidad, que parecía
un obstáculo, resulta ser
el contexto concreto en
que el Espíritu Santo
realizará en ella la
concepción del Hijo de
Dios encarnado. La
respuesta del ángel abre
el camino a la cooperación
de la Virgen con el Espíritu
Santo en la generación de
Jesús.
4.
En la realización del
designio divino se da la
libre colaboración de la
persona humana. María,
creyendo en la palabra del
Señor, coopera en el
cumplimiento de la
maternidad anunciada.
Los
Padres de la Iglesia
subrayan a menudo este
aspecto de la concepción
virginal de Jesús. Sobre
todo san Agustín,
comentando el evangelio de
la Anunciación, afirma:
"El ángel anuncia,
la Virgen escucha, cree y
concibe" (Sermo 13
in Nat. Dom.). Y añade:
"Cree la Virgen en el
Cristo que se le anuncia,
y la fe le trae a su seno;
desciende la fe a su corazón
virginal antes que a sus
entrañas la fecundidad
maternal" (Sermo 293).
El
acto de fe de María nos
recuerda la fe de Abraham,
que al comienzo de la
antigua alianza creyó en
Dios, y se convirtió así
en padre de una
descendencia numerosa (cf.
Gn 15, 6; Redemptoris
Mater, 14). Al
comienzo de la nueva
alianza también María,
con su fe, ejerce un
influjo decisivo en la
realización del misterio
de la Encarnación, inicio
y síntesis de toda la
misión redentora de Jesús.
La
estrecha relación entre
fe y salvación, que Jesús
puso de relieve durante su
vida pública (cf. Mc 5,
34; 10, 52; etc.), nos
ayuda a comprender también
el papel fundamental que
la fe de María ha desempeñado
y sigue desempeñando en
la salvación del género
humano.