1.
En María, llena de
gracia, la Iglesia ha
reconocido a la "toda
santa, libre de toda
mancha de pecado, (...)
enriquecida desde el
primer instante de su
concepción con una
resplandeciente santidad
del todo singular" (Lumen
gentium, 56).
Este
reconocimiento requirió
un largo itinerario de
reflexión doctrinal, que
llevó a la proclamación
solemne del dogma de la
Inmaculada Concepción.
El
término "hecha llena
de gracia" que el
ángel aplica a María en
la Anunciación se refiere
al excepcional favor
divino concedido a la
joven de Nazaret con
vistas a la maternidad
anunciada, pero indica
más directamente el
efecto de la gracia divina
en María, pues fue
colmada, de forma íntima
y estable, por la gracia
divina y, por tanto,
santificada. El
calificativo "llena
de gracia" tiene
un significado densísimo,
que el Espíritu Santo ha
impulsado siempre a la
Iglesia a profundizar.
2.
En la catequesis anterior
puse de relieve que en el
saludo del ángel la
expresión llena de
gracia equivale
prácticamente a un nombre:
es el nombre de María a
los ojos de Dios. Según
la costumbre semítica, el
nombre expresa la realidad
de las personas y de las
cosas a que se refiere.
Por consiguiente, el
título llena de gracia
manifiesta la
dimensión más profunda
de la personalidad de la
joven de Nazaret: de tal
manera estaba colmada de
gracia y era objeto del
favor divino, que podía
ser definida por esta
predilección especial.
El
Concilio recuerda que a
esa verdad aludían los
Padres de la Iglesia
cuando llamaban a María la
toda santa, afirmando
al mismo tiempo que era
"una criatura nueva,
creada y formada por el
Espíritu Santo" (Lumen
gentium, 56).
La
gracia, entendida en su
sentido de gracia santificante
que lleva a cabo la
santidad personal,
realizó en María la
nueva creación,
haciéndola plenamente
conforme al proyecto de
Dios.
3.
Así, la reflexión
doctrinal ha podido
atribuir a María una
perfección de santidad
que, para ser completa,
debía abarcar
necesariamente el origen
de su vida.
A
esta pureza original
parece que se refería un
obispo de Palestina, que
vivió entre los años 550
y 650, Theoteknos de
Livias. Presentando a
María como "santa y
toda hermosa", "pura
y sin mancha", alude
a su nacimiento con estas
palabras: "Nace como
los querubines la que
está formada por una
arcilla pura e inmaculada"
(Panegírico para la
fiesta de la Asunción,
5-6).
Esta
última expresión,
recordando la creación
del primer hombre, formado
por una arcilla no
manchada por el pecado,
atribuye al nacimiento de
María las mismas
características: también
el origen de la Virgen fue
puro e inmaculado,
es decir, sin ningún
pecado. Además, la
comparación con los
querubines reafirma la
excelencia de la santidad
que caracterizó la vida
de María ya desde el
inicio de su existencia.
La
afirmación de Theoteknos
marca una etapa
significativa de la
reflexión teológica
sobre el misterio de la
Madre del Señor. Los
Padres griegos y
orientales habían
admitido una purificación
realizada por la gracia en
María tanto antes de la
Encarnación (san Gregorio
Nacianceno, Oratio 38,
16) como en el momento
mismo de la Encarnación
(san Efrén, Javeriano de
Gabala y Santiago de Sarug).
Theoteknos de Livias
parece exigir para María
una pureza absoluta ya
desde el inicio de su vida.
En efecto, la mujer que
estaba destinada a
convertirse en Madre del
Salvador no podía menos
de tener un origen
perfectamente santo, sin
mancha alguna.
4.
En el siglo VIII, Andrés
de Creta es el primer
teólogo que ve en el
nacimiento de María una
nueva creación. Argumenta
así: "Hoy la
humanidad, en todo el
resplandor de su nobleza
inmaculada, recibe su
antigua belleza. Las
vergüenzas del pecado
habían oscurecido el
esplendor y el atractivo
de la naturaleza humana;
pero cuando nace la Madre
del Hermoso por excelencia,
esta naturaleza recupera,
en su persona, sus
antiguos privilegios, y es
formada según un modelo
perfecto y realmente digno
de Dios. (...) Hoy
comienza la reforma de
nuestra naturaleza, y el
mundo envejecido, que
sufre una transformación
totalmente divina, recibe
las primicias de la
segunda creación" (Sermón
I, sobre el nacimiento de
María).
Más
adelante, usando la imagen
de la arcilla primitiva,
afirma: "El cuerpo de
la Virgen es una tierra
que Dios ha trabajado, las
primicias de la masa
adamítica divinizada en
Cristo, la imagen
realmente semejante a la
belleza primitiva, la
arcilla modelada por las
manos del Artista divino"
(Sermón I, sobre la
dormición de María).
La
Concepción pura e
inmaculada de María
aparece así como el
inicio de la nueva
creación. Se trata de un
privilegio personal
concedido a la mujer
elegida para ser la Madre
de Cristo, que inaugura el
tiempo de la gracia
abundante, querido por
Dios para la humanidad
entera.
Esta
doctrina, recogida en el
mismo siglo VIII por san
Germán de Constantinopla
y por san Juan Damasceno,
ilumina el valor de la
santidad original de
María, presentada como el
inicio de la redención
del mundo.
De
este modo, la reflexión
eclesial ha recibido y
explicitado el sentido
auténtico del título llena
de gracia, que el
ángel atribuye a la
Virgen santa. María está
llena de gracia
santificante, y lo está
desde el primer momento de
su existencia. Esta gracia,
según la carta a los
Efesios (Ef 1, 6),
es otorgada en Cristo a
todos los creyentes. La
santidad original de
María constituye el
modelo insuperable del don
y de la difusión de la
gracia de Cristo en el
mundo.