1.
En el relato de la
Anunciación, la primera
palabra del saludo del
ángel ―Alégrate―
constituye una invitación
a la alegría que remite a
los oráculos del Antiguo
Testamento dirigidos a la hija
de Sión. Lo hemos
puesto de relieve en la
catequesis anterior,
explicando también los
motivos en los que se
funda esa invitación: la
presencia de Dios en medio
de su pueblo, la venida
del rey mesiánico y la
fecundidad materna. Estos
motivos encuentran en
María su pleno
cumplimiento.
El
ángel Gabriel,
dirigiéndose a la Virgen
de Nazaret, después del
saludo "alégrate",
la llama "llena de
gracia". Esas
palabras del texto griego:
"alégrate" y
"llena de gracia",
tienen entre sí una
profunda conexión: María
es invitada a alegrarse
sobre todo porque Dios la
ama y la ha colmado de
gracia con vistas a la
maternidad divina.
La
fe de la Iglesia y la
experiencia de los santos
enseñan que la gracia es
la fuente de alegría y
que la verdadera alegría
viene de Dios. En María,
como en los cristianos, el
don divino es causa de un
profundo gozo.
2.
"Llena de gracia":
esta palabra dirigida a
María se presenta como
una calificación propia
de la mujer destinada a
convertirse en la madre de
Jesús. Lo recuerda
oportunamente la
constitución Lumen
gentium, cuando
afirma: "La Virgen de
Nazaret es saludada por el
ángel de la Anunciación,
por encargo de Dios, como
'llena de gracia' "
(n. 56).
El
hecho de que el mensajero
celestial la llame así
confiere al saludo
angélico un valor más
alto: es manifestación
del misterioso plan
salvífico de Dios con
relación a María. Como
escribí en la encíclica Redemptoris
Mater: "La
plenitud de gracia indica
la dádiva sobrenatural,
de la que se beneficia
María porque ha sido
elegida y destinada a ser
Madre de Cristo" (n.
9).
Llena
de gracia es el nombre
que María tiene a los
ojos de Dios. En efecto,
el ángel, según la
narración del evangelista
san Lucas, lo usa incluso
antes de pronunciar el
nombre de María,
poniendo así de relieve
el aspecto principal que
el Señor ve en la
personalidad de la Virgen
de Nazaret.
La
expresión "llena de
gracia" traduce la
palabra griega "kexaritomene",
la cual es un participio
pasivo. Así pues, para
expresar con más
exactitud el matiz del
término griego, no se
debería decir simplemente
llena de gracia,
sino "hecha llena
de gracia" o "colmada
de gracia", lo
cual indicaría claramente
que se trata de un don
hecho por Dios a la Virgen.
El término, en la forma
de participio perfecto,
expresa la imagen de una
gracia perfecta y duradera
que implica plenitud. El
mismo verbo, en el
significado de "colmar
de gracia", es usado
en la carta a los Efesios
para indicar la abundancia
de gracia que nos concede
el Padre en su Hijo amado
(cf. Ef 1, 6).
María la recibe como
primicia de la Redención
(cf. Redemptoris
Mater, 10).
3.
En el caso de la Virgen,
la acción de Dios resulta
ciertamente sorprendente.
María no posee ningún
título humano para
recibir el anuncio de la
venida del Mesías. Ella
no es el sumo sacerdote,
representante oficial de
la religión judía, y ni
siquiera un hombre, sino
una joven sin influjo en
la sociedad de su tiempo.
Además, es originaria de
Nazaret, aldea que nunca
cita el Antiguo Testamento
y que no debía gozar de
buena fama, como lo dan a
entender las palabras de
Natanael que refiere el
evangelio de san Juan:
"¿De Nazaret puede
salir algo bueno?" (Jn
1, 46).
El
carácter extraordinario y
gratuito de la
intervención de Dios
resulta aún más evidente
si se compara con el texto
del evangelio de san Lucas
que refiere el episodio de
Zacarías. Ese pasaje pone
de relieve la condición
sacerdotal de Zacarías,
así como la ejemplaridad
de vida, que hace de él y
de su mujer Isabel modelos
de los justos del Antiguo
Testamento: "Caminaban
sin tacha en todos los
mandamientos y preceptos
del Señor" (Lc
1, 6).
En
cambio, ni siquiera se
alude al origen de María.
En efecto, la expresión
"de la casa de
David" (Lc 1,
27) se refiere sólo a
José. No se dice nada de
la conducta de María. Con
esa elección literaria,
san Lucas destaca que en
ella todo deriva de una
gracia soberana. Cuanto le
ha sido concedido no
proviene de ningún
título de mérito, sino
únicamente de la libre y
gratuita predilección
divina.
4.
Al actuar así, el
evangelista ciertamente no
desea poner en duda el
excelso valor personal de
la Virgen santa. Más bien,
quiere presentar a María
como puro fruto de la
benevolencia de Dios,
quien tomó de tal manera
posesión de ella, que la
hizo, como dice el ángel,
llena de gracia.
Precisamente la abundancia
de gracia funda la riqueza
espiritual oculta en
María.
En
el Antiguo Testamento,
Yahveh manifiesta la
sobreabundancia de su amor
de muchas maneras y en
numerosas circunstancias.
En María, en los albores
del Nuevo Testamento, la
gratuidad de la
misericordia divina
alcanza su grado supremo.
En ella la predilección
de Dios, manifestada al
pueblo elegido y en
particular a los humildes
y a los pobres, llega a su
culmen.
La
Iglesia, alimentada por la
palabra del Señor y por
la experiencia de los
santos, exhorta a los
creyentes a dirigir su
mirada hacia la Madre del
Redentor y a sentirse como
ella amados por Dios. Los
invita a imitar su
humildad y su pobreza,
para que, siguiendo su
ejemplo y gracias a su
intercesión, puedan
perseverar en la gracia
divina que santifica y
transforma los corazones.