1.
La relación que todo fiel,
como consecuencia de su
unión con Cristo,
mantiene con María santísima
queda aún más acentuada
en la vida de las personas
consagradas. Se trata de
un aspecto esencial de su
espiritualidad, expresada
más directamente en el título
de algunos institutos, que
toman el nombre de María,
llamándose sus hijos o
hijas, siervos o siervas,
apóstoles, etc.
Muchos institutos
reconocen y proclaman el vínculo
con María como
particularmente arraigado
en su tradición de
doctrina y devoción, ya
desde sus orígenes. En
todos existe la convicción
de que la presencia de María
tiene una importancia
fundamental tanto para la
vida espiritual de cada
alma consagrada, como para
la consistencia, la unidad
y el progreso de toda la
comunidad.
2.
Hay sólidas razones para
ello, incluso en la
sagrada Escritura. En la
Anunciación, el ángel
Gabriel define a María gratia
plena (kecharitoméne:
Lc 1, 28),
aludiendo explícitamente
a la acción soberana y
gratuita de la gracia (cf.
encíclica Redemptoris
Mater, 7). María
fue elegida en virtud de
un singular amor divino.
Si es totalmente de Dios y
vive para él, es porque
antes que nada Dios tomó
posesión de ella, ya
que quiso convertirla en
el lugar privilegiado de
su relación con la
humanidad en la Encarnación.
Así pues, María recuerda
a los consagrados que la
gracia de la vocación es
un don que no han merecido.
Dios es quien los ha amado
primero (cf. 1 Jn
4, 10. 19), con un amor
gratuito, que debe
suscitar su acción de
gracias.
María
es también el modelo de
la acogida de la gracia
por parte de la criatura
humana. En ella, la gracia
misma produjo el «sí»
de la voluntad, la adhesión
libre, la docilidad
consciente del «fiat»
que la llevó a una
santidad cada vez mayor
durante su vida. María no
puso obstáculos a ese
crecimiento; siempre siguió
las inspiraciones de la
gracia e hizo suyas las
intenciones divinas.
Siempre cooperó con Dios.
Con su ejemplo, enseña a
los consagrados a no
desaprovechar ninguna de
las gracias recibidas, a
responder cada vez con más
generosidad a la llamada
divina, y a dejarse
inspirar, mover y guiar
por el Espíritu Santo.
3.
María es la que ha creído,
como reconoce su prima
Isabel. Esta fe le permite
colaborar en la realización
del plan de Dios, que, de
acuerdo con las
previsiones humanas, parecía
«imposible» (cf. Lc 1,
37); y así se llevó a
cabo el misterio de la
venida del Salvador al
mundo. El gran mérito de
la Virgen santísima
consiste en haber
cooperado a su venida por
una senda que ella misma,
al igual que los demás
mortales, no sabía cómo
podía recorrerse. María
creyó, y «el Verbo se
hizo carne» (Jn 1,
14) por obra del Espíritu
Santo (cf. Redemptoris
Mater, 12-14).
También
los que aceptan la llamada
a la vida consagrada
necesitan una gran fe.
Para comprometerse en el
camino de los consejos
evangélicos, es preciso
creer en Aquel que llama a
vivirlos y en el destino
superior que él ofrece.
Para entregarse
completamente a Cristo,
hay que reconocer en él
al Señor y Maestro
absoluto, que puede
pedirlo todo, porque puede
hacerlo todo para traducir
en realidad lo que pide.
Así
pues, María, modelo de fe,
guía a los consagrados en
el camino de la fe.
4.
María es la Virgen de
las vírgenes (Virgo
virginum). Ya desde
los primeros siglos de la
Iglesia, ha sido
reconocida como Modelo
de la virginidad
consagrada.
La
voluntad de María de
conservar la virginidad es
sorprendente en un
ambiente donde ese ideal
no se hallaba difundido.
Su decisión es fruto de
una gracia especial del
Espíritu Santo, que
suscitó en su corazón el
deseo de ofrecerse
totalmente a sí misma, en
alma y cuerpo, a Dios,
realizando así, del modo
más elevado y humanamente
inimaginable, la vocación
de Israel a desposarse con
Dios, a pertenecerle de
forma total y exclusiva
como su pueblo.
El
Espíritu Santo la preparó
para su maternidad
extraordinaria por medio
de la virginidad, porque,
según el plan eterno de
Dios, un alma virginal debía
acoger al Hijo de Dios en
su encarnación. El
ejemplo de María ayuda a
comprender la belleza de
la virginidad y estimula a
los llamados a la vida
consagrada a seguir ese
camino. Es tiempo de
volver a valorar, a la luz
de María, la virginidad.
Es tiempo de volverla a
proponer a los chicos y a
las chicas como un serio
proyecto de vida. María
sostiene con su ayuda a
los que se comprometen en
ella, les hace comprender
la nobleza de la entrega
total del corazón a Dios,
y afianza continuamente su
fidelidad, incluso en las
horas de dificultad y de
peligro.
5.
María se dedicó por
completo durante muchos años
al servicio de su Hijo: le
ayudó a crecer y a
prepararse para su misión
en la casa y en la
carpintería de Nazaret
(cf. Redemptoris
Mater, 17). En Caná
le pidió que manifestara
su poder de Salvador y
obtuvo su primer milagro
en favor de un matrimonio
que se encontraba en un
apuro (cf. Redemptoris
Mater, 18 y 23);
nos señaló el camino de
la perfecta docilidad a
Cristo, diciendo: «Haced
lo que él os diga» (Jn
2, 5). En el Calvario
estuvo cerca de Jesús
como madre. En el cenáculo,
junto con los discípulos
de Jesús, pasó en oración
el tiempo de la espera del
Espíritu Santo, prometido
por él.
Por
consiguiente, María
muestra a los consagrados
la senda de la entrega a
Cristo en la Iglesia como
familia de fe, caridad y
esperanza, y les alcanza
las maravillas de la
manifestación del poder
soberano de su Hijo,
nuestro Señor y Salvador.
6.
La nueva maternidad
conferida a María en el
Calvario es un don que
enriquece a todos los
cristianos, pero tiene un
valor más marcado para
los consagrados. Juan, el
discípulo predilecto, había
ofrecido todo su corazón
y todas sus fuerzas a
Cristo. Al oír las
palabras: «Mujer, ahí
tienes a tu hijo» (Jn
19, 26), María acogió a
Juan como hijo suyo, y
comprendió también que
esa nueva maternidad
abarcaba a todos los discípulos
de Cristo. Su comunión de
ideales con Juan y con
todos los consagrados
permite a su maternidad
expandirse en plenitud.
María
se comporta como Madre muy
atenta para ayudar a los
que han consagrado a
Cristo todo su amor.
Manifiesta una gran
solicitud en sus
necesidades espirituales.
Socorre también a las
comunidades, como a menudo
atestigua la historia de
los institutos religiosos.
A ella, que se hallaba
presente en la comunidad
primitiva (cf. Hch
1, 14), le agrada
permanecer en medio de
todas las comunidades
reunidas en el nombre de
su Hijo. En particular,
vela por la conservación
y expansión de su caridad.
Las
palabras de Jesús al discípulo
predilecto: «Ahí tienes
a tu madre» (Jn
19, 27) cobran especial
profundidad en la vida de
las personas consagradas,
que están invitadas a
considerar a María como
su madre y a amarla como
Cristo la amó. Más en
particular, como Juan, están
llamadas a «acogerla en
su casa» (literalmente,
«entre sus bienes») (Jn
19, 27). Sobre todo deben
hacerle un lugar en su
corazón y en su vida.
Deben tratar de
desarrollar cada vez más
sus relaciones con María,
modelo y madre de la
Iglesia, modelo y madre de
las comunidades, modelo y
madre de cada uno de los
llamados por Cristo a
seguirlo.
Amadísimos
hermanos, ¡cuán hermosa,
venerable y, en cierto
modo, envidiable es esta
posición privilegiada de
los consagrados bajo el
manto y en el corazón de
María! Oremos para
obtener que la Virgen esté
siempre con ellos y brille
cada vez más como
estrella luminosa de su
vida.