e-Curso: ORACIÓN CON LA MADRE DEL REDENTOR
Capítulo 2
CARTA ENCÍCLICA
REDEMPTORIS MATER
I PARTE - MARÍA EN EL MISTERIO DE
CRISTO
"LLENA DE GRACIA"
|
PRIMERA PARTE.
MARÍA EN EL MISTERIO DE CRISTO
"LLENA DE GRACIA"
7. «Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que nos ha bendecido con
toda clase de bendiciones
espirituales, en los cielos, en
Cristo» (Ef 1, 3).
Estas palabras de la Carta a los
Efesios revelan el eterno
designio de Dios Padre, su plan de
salvación del hombre en Cristo. Es
un plan universal, que comprende a
todos los hombres creados a imagen y
semejanza de Dios (cf. Gén 1,
26). Todos, así como están
incluidos «al comienzo» en la obra
creadora de Dios, también están
incluidos eternamente en el plan
divino de la salvación, que se debe
revelar completamente, en la
«plenitud de los tiempos», con la
venida de Cristo. En efecto, Dios,
que es «Padre de nuestro Señor
Jesucristo, —son las palabras
sucesivas de la misma Carta—
«nos ha elegido en Él antes de la
fundación del mundo, para ser
santos e inmaculados en su
presencia, en el amor; eligiéndonos
de antemano para ser sus «hijos
adoptivos por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
para alabanza de la gloria de su
gracia, con la que nos agració en el
Amado. En Él tenemos por medio de su
Sngre la Redención, el perdón de
los delitos, según la riqueza de su
gracia» (Ef 1,
4-7).
El plan
divino de la salvación, que nos
ha sido revelado plenamente con la
venida de Cristo, es eterno. Está
también —según la enseñanza
contenida en aquella Carta y
en otras Cartas paulinas—
eternamente unido a Cristo.
Abarca a todos los hombres, pero
reserva un lugar particular a la «mujer»
que es la Madre de Aquél, al
cual el Padre ha confiado la obra de
la salvación.19
Como escribe el Concilio Vaticano
II, « Ella misma es insinuada
proféticamente en la promesa dada a
nuestros primeros padres caídos en
pecado», según el libro del
Génesis (cf. 3, 15). «Así
también, Ella es la Virgen que
concebirá y dará a luz un Hijo cuyo
nombre será Emmanuel», según las
palabras de Isaías (cf. 7, 14).
De este modo el Antiguo Testamento
prepara aquella « plenitud de los
tiempos», en que Dios «envió a su
Hijo, nacido de mujer, ... para que
recibiéramos la filiación adoptiva».
La venida del Hijo de Dios al mundo
es el acontecimiento narrado en los
primeros capítulos de los Evangelios
según Lucas y Mateo.
8.
María es introducida
definitivamente en el
misterio de Cristo a través de
este acontecimiento: la
Anunciación del Ángel.
Acontece en Nazaret, en
circunstancias concretas de la
historia de Israel, el primer pueblo
destinatario de las promesas de
Dios. El mensajero divino dice a la
Virgen: « Alégrate, llena de gracia,
el Señor está contigo » (Lc
1, 28). María « se conturbó
por estas palabras, y discurría qué
significaría aquel saludo » (Lc
1, 29). Qué significarían aquellas
extraordinarias palabras y, en
concreto, la expresión «llena de
gracia» (Kejaritoméne).21
Si queremos
meditar junto a María sobre estas
palabras y, especialmente sobre la
expresión «llena de gracia», podemos
encontrar una verificación
significativa precisamente en el
pasaje anteriormente citado de la
Carta a los Efesios. Si, después
del anuncio del mensajero celestial,
la Virgen de Nazaret es llamada
también «bendita entre las mujeres»
(cf. Lc 1, 42), esto se explica
por aquella bendición de la que « Dios
Padre » nos ha colmado « en los
cielos, en Cristo ». Es una
bendición espiritual, que se
refiere a todos los hombres, y lleva
consigo la plenitud y la universalidad
(« toda bendición »), que brota del
amor que, en el Espíritu Santo, une al
Padre el Hijo consubstancial. Al mismo
tiempo, es una bendición derramada por
obra de Jesucristo en la historia del
hombre desde el comienzo hasta el
final: a todos los hombres. Sin
embargo, esta bendición se refiere
a María de modo especial y
excepcional; en efecto, fue
saludada por Isabel como «bendita
entre las mujeres».
La razón de este
doble saludo es, pues, que en el alma
de esta «Hija de Sión » se ha
manifestado, en cierto sentido, toda
la « gloria de su gracia », aquella
con la que el Padre « nos agració en
el Amado ». El mensajero saluda, en
efecto, a María como «llena de gracia»; la llama así, como si éste fuera su
verdadero nombre. No llama a su
interlocutora con el nombre que le es
propio en el registro civil: « Miryam
» (María), sino con este nombre
nuevo: «llena de gracia».
¿Qué
significa este nombre? ¿Porqué el
Arcángel llama así a la Virgen de
Nazaret?
En el lenguaje
de la Biblia «gracia» significa un
don especial que, según el Nuevo
Testamento, tiene la propia fuente en
la vida trinitaria de Dios mismo, de
Dios que es amor (cf. 1 Jn 4,
8). Fruto de este amor es la
elección, de la que habla la
Carta a los Efesios. Por parte de
Dios esta elección es la eterna
voluntad de salvar al hombre a través
de la participación de su misma vida
en Cristo (cf. 2 P 1, 4): es la
salvación en la participación de la
vida sobrenatural. El efecto de este
don eterno, de esta gracia de la
elección del hombre, es como un
germen de santidad, o como una
fuente que brota en el alma como don
de Dios mismo, que mediante la gracia
vivifica y santifica a los elegidos.
De este modo tiene lugar, es decir, se
hace realidad aquella bendición del
hombre « con toda clase de bendiciones
espirituales », aquel « ser sus hijos
adoptivos ... en Cristo » o sea en
Aquél que es eternamente el « Amado »
del Padre.
Cuando leemos
que el mensajero dice a María «llena
de gracia», el contexto evangélico,
en el que confluyen revelaciones y
promesas antiguas, nos da a entender
que se trata de una bendición singular
entre todas las « bendiciones
espirituales en Cristo ». En el
misterio de Cristo María está
presente ya « antes de la creación
del mundo » como aquella que el Padre
« ha elegido » como Madre de su
Hijo en la Encarnación, y junto con el
Padre la ha elegido el Hijo,
confiándola eternamente al Espíritu de
santidad. María está unida a Cristo de
un modo totalmente especial y
excepcional, e igualmente es amada
en este « Amado »eternamente,
en este Hijo consubstancial al
Padre, en el que se concentra toda «
la gloria de la gracia ». A la vez,
Ella está y sigue abierta
perfectamente a este « don de lo alto
» (cf. St 1, 17). Como enseña
el Concilio, María «sobresale entre
los humildes y pobres del Señor, que
de El esperan con confianza la
salvación».22
9. Si el saludo y
el nombre «llena de gracia» significan
todo esto, en el contexto del anuncio
del ángel se refieren ante todo a la
elección de María como Madre del Hijo de
Dios. Pero, al mismo tiempo, la plenitud
de gracia indica la dádiva sobrenatural,
de la que se beneficia María porque ha
sido elegida y destinada a ser Madre de
Cristo. Si esta elección es fundamental
para el cumplimiento de los designios
salvíficos de Dios respecto a la
humanidad, si la elección eterna en
Cristo y la destinación a la dignidad de
hijos adoptivos se refieren a todos los
hombres, la elección de María es del
todo excepcional y única. De aquí, la
singularidad y unicidad de su lugar en
el misterio de Cristo.
El mensajero divino le dice:
«No
temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios; vas a concebir en el
seno y vas a dar a luz un Hijo, a quien
pondrás por nombre Jesús. El será grande
y será llamado Hijo del Altísimo» (Lc
1, 30-32). Y cuando la Virgen, turbada
por aquel saludo extraordinario,
pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que
no conozco varón?», recibe del ángel la
confirmación y la explicación de las
palabras precedentes. Gabriel le dice:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti yel
poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será
santo y será llamado Hijo de Dios»
(Lc
1, 35).
Por consiguiente, la Anunciación es
la revelación del misterio de la
Encarnación al comienzo mismo de su
cumplimiento en la tierra. El donarse
salvífico que Dios hace de Sí mismo y de
su vida en cierto modo a toda la
creación, y directamente al hombre,
alcanza en el misterio de la Encarnación
uno de sus vértices. En efecto, este
es un vértice entre todas las donaciones
de gracia en la historia del hombre y
del cosmos. María es «llena de gracia», porque la Encarnación del Verbo, la
unión hipostática del Hijo de Dios con
la naturaleza humana, se realiza y
cumple precisamente en Ella. Como afirma
el Concilio, María es «Madre de Dios
Hijo y, por tanto, la hija predilecta
del Padre y el sagrario del Espíritu
Santo; con un don de gracia tan eximia,
antecede con mucho a todas las criaturas
celestiales y terrenas».
10. La Carta
a los Efesios, al hablar de la
«historia de la gracia» que «Dios
Padre ... nos agració en el Amado »,
añade: «En Él tenemos por medio de
su sangre la Redención» (Ef
1, 7). Según la doctrina, formulada en
documentos solemnes de la Iglesia,
esta «gloria de la gracia» se ha
manifestado en la Madre de Dios por el
hecho de que ha sido redimida «de un
modo eminente».
En virtud de la riqueza de la gracia
del Amado, en razón de los méritos
redentores del que sería su Hijo,
María ha sido
preservada de la
herencia del pecado original.
De esta manera, desde el primer
instante de su concepción, es decir de
su existencia, es de Cristo, participa
de la gracia salvífica y santificante
y de aquel amor que tiene su inicio en
el «Amado », el Hijo del eterno Padre,
que mediante la Encarnación se ha
convertido en su propio Hijo. Por
eso, por obra del Espíritu Santo, en
el orden de la gracia, o sea de la
participación en la naturaleza divina,
María recibe la vida de Aquel al
que Ella misma dio la vida como
Madre, en el orden de la generación
terrena. La liturgia no duda en
llamarla «Madre de su Progenitor»
y en saludarla con las palabras que
Dante Alighieri pone en boca de San
Bernardo: «hija de tu Hijo »
Y dado que esta «nueva vida» María la
recibe con una plenitud que
corresponde al amor del Hijo a la
Madre y, por consiguiente, a la
dignidad de la maternidad divina, en
la Anunciación el Ángel la llama
«llena de gracia».
11. En el
designio salvífico de la Santísima
Trinidad el misterio de la
Encarnación constituye el
cumplimiento sobreabundante
de la promesa hecha por Dios a
los hombres, después del pecado
original, después de aquel
primer pecado cuyos efectos pesan
sobre toda la historia del hombre en
la tierra (cf. Gén 3, 15).
Viene al mundo un Hijo, el
«linaje de la mujer» que
derrotará el mal del pecado en su
misma raíz: «aplastará la cabeza
de la serpiente». Como resulta
de las palabras del protoevangelio,
la victoria del Hijo de la mujer no
sucederá sin una dura lucha, que
penetrará toda la historia humana.
«La enemistad», anunciada al
comienzo, es confirmada en el
Apocalipsis, libro de las realidades
últimas de la Iglesia y del mundo,
donde vuelve de nuevo la señal de la
«mujer», esta vez «vestida
del sol» (Ap 12, 1).
María, Madre
del Verbo encarnado, está situada
en el centro mismo de aquella «
enemistad»
, de aquella lucha que acompaña
la historia de la humanidad en la
tierra y la historia misma de la
salvación. En este lugar Ella, que
pertenece a los «humildes y pobres
del Señor», lleva en sí, como ningún
otro entre los seres humanos,
aquella «gloria de la gracia» que el
Padre «nos agració en el Amado», y
esta gracia determina la
extraordinaria grandeza y belleza
de todo su ser. María permanece
así ante Dios, y también ante la
humanidad entera, como el signo
inmutable e inviolable de la
elección por parte de Dios, de la
que habla la Carta paulina:
«Nos ha elegido en El (Cristo)
antes de la fundación del mundo, ...
eligiéndonos de antemano para ser
sus hijos adoptivos» (Ef
1, 4.5). Esta elección es más fuerte
que toda experiencia del mal y del
pecado, de toda aquella « enemistad»
con la que ha sido marcada la
historia del hombre. En esta
historia María sigue siendo una
señal de esperanza segura.
|
ORACIÓN PARA
IMPLORAR FAVORES POR INTERCESIÓN
DEL BEATO
JUAN PABLO II
Oh
Trinidad Santa, te
damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él
has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la
Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El,
confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la
maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen
viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto
grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para
alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad,
el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto
incluido en el número de tus santos.
Padrenuestro.
Avemaría. Gloria.
|
| |