TERCERA PARTE
LA
MEDIACIÓN MATERNA
María,
Esclava del Señor
38.
La Iglesia sabe y enseña con San Pablo
que uno
solo es nuestro mediador: « Hay un
solo Dios, y también un solo mediador
entre Dios y los hombres, Cristo Jesús,
hombre también, que se entregó a sí
mismo como rescate por todos » (1
Tm
2, 5-6). « La misión maternal de María
para con los hombres no oscurece ni
disminuye en modo alguno esta mediación
única de Cristo, antes bien sirve para
demostrar su poder » 94:
es mediación en Cristo.
La
Iglesia sabe y enseña que « todo el
influjo salvífico de la Santísima
Virgen sobre los hombres ... dimana
del divino beneplácito y de
la superabundancia de los méritos de
Cristo; se apoya en la mediación de
éste, depende totalmente de ella y de
la misma saca todo su poder. Y, lejos de
impedir la unión inmediata de los
creyentes con Cristo, la fomenta ».95
Este saludable influjo está mantenido
por el Espíritu Santo, quien, igual que
cubrió con su sombra a la Virgen María
comenzando en ella la maternidad divina,
mantiene así continuamente su solicitud
hacia los hermanos de su Hijo.
Efectivamente,
la mediación de María
está íntimamente unida a su maternidad
y posee un carácter específicamente
materno que la distingue del de las demás
criaturas que, de un modo diverso y
siempre subordinado, participan de la única
mediación de Cristo, siendo también la
suya una mediación participada.96
En efecto, si « jamás podrá
compararse criatura alguna con el Verbo
encarnado y Redentor », al mismo tiempo
« la única mediación del Redentor no
excluye, sino que suscita en las
criaturas diversas
clases de cooperación, participada
de la única fuente »; y así « la
bondad de Dios se difunde de distintas
maneras sobre las criaturas ».97
La
enseñanza del Concilio Vaticano II
presenta la verdad sobre la mediación
de María como una participación
de esta única fuente que es la mediación
de Cristo mismo. Leemos al respecto:
« La Iglesia no duda en confesar esta
función subordinada de María, la
experimenta continuamente y la
recomienda a la piedad de los fieles,
para que, apoyados en esta protección
maternal, se unan con mayor intimidad al
Mediador y Salvador ».98
Esta función es, al mismo tiempo, especial
y extraordinaria. Brota de su
maternidad divina y puede ser
comprendida y vivida en la fe, solamente
sobre la base de la plena verdad de esta
maternidad. Siendo María, en virtud de
la elección divina, la Madre del Hijo
consubstancial al Padre y « compañera
singularmente generosa » en la obra de
la redención, es nuestra madre en el
orden de la gracia ».99
Esta función constituye una dimensión
real de su presencia en el misterio salvífico
de Cristo y de la Iglesia.
39.
Desde este punto de vista es necesario
considerar una vez más el
acontecimiento fundamental en la economía
de la salvación, o sea la encarnación
del Verbo en la anunciación. Es
significativo que María, reconociendo
en la palabra del mensajero divino la
voluntad del Altísimo y sometiéndose a
su poder, diga: « He
aquí la esclava del Señor; hágase
en mí según tu palabra » (Lc
1, 3). El primer momento de la
sumisión a la única mediación «
entre Dios y los hombres » —la de
Jesucristo— es la aceptación de la
maternidad por parte de la Virgen de
Nazaret. María da su consentimiento a
la elección de Dios, para ser la Madre
de su Hijo por obra del Espíritu Santo.
Puede decirse que este consentimiento
suyo para la maternidad es sobre
todo fruto
de la donación total a Dios en la
virginidad. María aceptó la elección
para Madre del Hijo de Dios, guiada por
el amor esponsal, que « consagra »
totalmente una persona humana a Dios. En
virtud de este amor, María deseaba
estar siempre y en todo « entregada a
Dios », viviendo la virginidad. Las
palabras « he aquí la esclava del Señor
» expresan el hecho de que desde el
principio ella acogió y entendió la
propia maternidad como donación
total de sí, de su persona, al
servicio de los designios salvíficos
del Altísimo. Y toda su participación
materna en la vida de Jesucristo, su
Hijo, la vivió hasta el final de
acuerdo con su vocación a la virginidad.
La
maternidad de María, impregnada
profundamente por la actitud esponsal de
« esclava del Señor », constituye la
dimensión primera y fundamental de
aquella mediación que la Iglesia
confiesa y proclama respecto a ella,100
y continuamente « recomienda a la
piedad de los fieles » porque confía
mucho en esta mediación. En efecto,
conviene reconocer que, antes que nadie,
Dios mismo, el eterno Padre, se
entregó a la Virgen de Nazaret, dándole
su propio Hijo en el misterio de la
Encarnación. Esta elección suya al
sumo cometido y dignidad de Madre del
Hijo de Dios, a nivel ontológico, se
refiere a la realidad misma de la unión
de las dos naturalezas en la persona del
Verbo (unión
hipostática). Este hecho
fundamental de ser la Madre del Hijo de
Dios supone, desde el principio, una
apertura total a la persona de Cristo, a
toda su obra y misión. Las palabras «
he aquí la esclava del Señor »
atestiguan esta apertura del espíritu
de María, la cual, de manera perfecta,
reúne en sí misma el amor propio de la
virginidad y el amor característico de
la maternidad, unidos y como fundidos
juntamente.
Por
tanto María ha llegado a ser no sólo
la « madre-nodriza » del Hijo del
hombre, sino también la « compañera
singularmente generosa » 101
del Mesías y Redentor. Ella —como ya
he dicho— avanzaba en la peregrinación
de la fe y en esta peregrinación
suya hasta los pies de la Cruz se ha
realizado, al mismo tiempo, su cooperación
materna en toda la misión del
Salvador mediante sus acciones y
sufrimientos. A través de esta
colaboración en la obra del Hijo
Redentor, la maternidad misma de María
conocía una transformación singular,
colmándose cada vez más de « ardiente
caridad » hacia todos aquellos a
quienes estaba dirigida la misión de
Cristo. Por medio de esta « ardiente
caridad », orientada a realizar en unión
con Cristo la restauración de la «
vida sobrenatural de las almas »,102
María entraba
de manera muy personal en la única
mediación « entre Dios y los
hombres », que
es la mediación del hombre Cristo Jesús.
Si ella fue la primera en experimentar
en sí misma los efectos sobrenaturales
de esta única mediación —ya en la
anunciación había sido saludada como
« llena de gracia »— entonces es
necesario decir, que por esta plenitud
de gracia y de vida sobrenatural, estaba
particularmente predispuesta a la
cooperación con Cristo, único mediador
de la salvación humana. Y
tal cooperación es precisamente
esta mediación subordinada a la
mediación de Cristo.
En
el caso de María se trata de una
mediación especial y excepcional,
basada sobre su « plenitud de gracia »,
que se traducirá en la plena
disponibilidad de la « esclava del Señor
». Jesucristo, como respuesta a esta
disponibilidad interior de su Madre, la
preparaba cada vez más a ser para
los hombres « madre en el orden de la
gracia ». Esto indican, al menos de
manera indirecta, algunos detalles
anotados por los Sinópticos (cf. Lc
11, 28; 8, 20-21; Mc
3, 32-35; Mt
12, 47-50) y más aún por el
Evangelio de Juan (cf. 2, 1-12; 19,
25-27), que ya he puesto de relieve. A
este respecto, son particularmente
elocuentes las palabras, pronunciadas
por Jesús en la Cruz, relativas a María
y a Juan.
40.
Después de los acontecimientos de la
resurrección y de la ascensión, María,
entrando con los apóstoles en el cenáculo
a la espera de Pentecostés, estaba
presente como Madre del Señor
glorificado. Era no sólo la que «
avanzó en la peregrinación de la fe »
y guardó fielmente su unión con el
Hijo « hasta la Cruz », sino
también la « esclava
del Señor »,
entregada por su Hijo como madre a la
Iglesia naciente: « He aquí a tu
madre ». Así empezó a formarse una
relación especial entre esta Madre y la
Iglesia. En efecto, la Iglesia naciente
era fruto de la Cruz y de la resurrección
de su Hijo. María, que desde el
principio se había entregado sin
reservas a la persona y obra de su Hijo,
no podía dejar de volcar sobre la
Iglesia esta entrega suya materna. Después
de la ascensión del Hijo, su maternidad
permanece en la Iglesia como mediación
materna; intercediendo por todos sus
hijos, la madre coopera en la acción
salvífica del Hijo, Redentor del mundo.
Al respecto enseña el Concilio: « Esta
maternidad de María en la economía de
la gracia perdura
sin cesar ... hasta la consumación
perpetua de todos los elegidos ».103
Con la muerte redentora de su Hijo, la
mediación materna de la esclava del Señor
alcanzó una dimensión universal,
porque la obra de la redención abarca a
todos los hombres. Así se manifiesta de
manera singular la eficacia de la
mediación única y universal de Cristo
« entre Dios y los hombres ». La
cooperación de María participa,
por su carácter subordinado, de
la universalidad de la mediación del
Redentor, único mediador. Esto lo
indica claramente el Concilio con las
palabras citadas antes.
«
Pues —leemos todavía— asunta a los
cielos, no ha dejado esta misión
salvadora, sino que con su múltiple
intercesión continúa obteniéndonos
los dones de la salvación eterna ».104
Con este carácter de « intercesión »,
que se manifestó por primera vez en Caná
de Galilea, la mediación de María
continúa en la historia de la Iglesia y
del mundo. Leemos que María « con su
amor materno se cuida de los hermanos de
su Hijo, que todavía peregrinan y se
hallan en peligros y ansiedad hasta que
sean conducidos a la patria
bienaventurada ».105
De este modo la maternidad de María
perdura incesantemente en la Iglesia
como mediación intercesora, y la
Iglesia expresa su fe en esta verdad
invocando a María « con los títulos
de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora ».106
41.
María, por su mediación subordinada a
la del Redentor, contribuye de
manera especial a la unión de la
Iglesia peregrina en la tierra con
la realidad
escatológica y celestial de la
comunión de los santos, habiendo sido
ya « asunta a los cielos ».107
La verdad de la Asunción, definida por
Pío XII, ha sido reafirmada por el
Concilio Vaticano II, que expresa así
la fe de la Iglesia: « Finalmente, la
Virgen Inmaculada, preservada inmune de
toda mancha de culpa original, terminado
el decurso de su vida terrena, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria
celestial y
fue ensalzada por el Señor como
Reina universal con el fin de que se
asemeje de forma más plena a su Hijo,
Señor de señores (cf. Ap
19, 16) y vencedor del pecado y de la
muerte ».108
Con esta enseñanza Pío XII enlazaba
con la Tradición, que ha encontrado múltiples
expresiones en la historia de la Iglesia,
tanto en Oriente como en Occidente.
Con
el misterio de la Asunción a los cielos,
se han realizado definitivamente en María
todos los efectos de la única mediación
de
Cristo Redentor del mundo y Señor
resucitado: « Todos vivirán en
Cristo. Pero cada cual en su rango:
Cristo como primicias; luego, los de
Cristo en su Venida » (1 Co 15, 22-23).
En el misterio de la Asunción se
expresa la fe de la Iglesia, según la
cual María « está también íntimamente
unida » a Cristo porque, aunque como
madre-virgen estaba singularmente unida
a él en
su primera venida, por su cooperación
constante con él lo estará también a
la espera de la segunda; « redimida de
modo eminente, en previsión de los méritos
de su Hijo »,109
ella tiene también aquella función,
propia de la madre, de mediadora de
clemencia en
la venida definitiva, cuando todos
los de Cristo revivirán, y « el último
enemigo en ser destruido será la Muerte
» (1 Co 15, 26).110
A
esta exaltación de la « Hija excelsa
de Sión »,111
mediante la asunción a los cielos, está
unido el misterio de su gloria eterna.
En efecto, la Madre de Cristo es
glorificada como « Reina universal ».112
La que en la anunciación se definió
como « esclava del Señor » fue
durante toda su vida terrena fiel a lo
que este nombre expresa, confirmando así
que era una verdadera « discípula »
de Cristo, el cual subrayaba
intensamente el carácter de servicio de
su propia misión: el Hijo del hombre «
no ha venido a ser servido, sino a
servir y a dar su vida como rescate por
muchos » (Mt
20, 28). Por esto María ha sido la
primera entre aquellos que, « sirviendo
a Cristo también en los demás,
conducen en humildad y paciencia a sus
hermanos al Rey, cuyo servicio equivale
a reinar »,113
Y ha conseguido plenamente aquel «
estado de libertad real », propio de
los discípulos de Cristo: ¡servir
quiere decir reinar!
«
Cristo, habiéndose hecho obediente
hasta la muerte y habiendo sido por ello
exaltado por el Padre (cf. Flp
2,
8-9), entró en la gloria de su
reino. A El están sometidas todas las
cosas, hasta que El se someta a Sí
mismo y todo lo creado al Padre, a fin
de que Dios sea todo en todas las cosas
(cf. 1
Co 15, 27-28) ».114
María, esclava del Señor, forma parte
de este Reino del Hijo.115
La gloria
de servir no cesa de ser su exaltación
real; asunta a los cielos, ella no
termina aquel servicio suyo salvífico,
en el que se manifiesta la mediación
materna, « hasta la consumación
perpetua de todos los elegidos ».116
Así aquella, que aquí en la tierra «
guardó fielmente su unión con el Hijo
hasta la Cruz », sigue estando unida a
él, mientras ya « a El están
sometidas todas las cosas, hasta que El
se someta a Sí mismo y todo lo creado
al Padre ». Así en su asunción a los
cielos, María está como envuelta por
toda la realidad de la comunión de los
santos, y su misma unión con el Hijo en
la gloria está dirigida toda ella hacia
la plenitud definitiva del Reino, cuando
«
Dios sea todo en todas las cosas ».
También
en esta fase la mediación materna de
María sigue estando subordinada a aquel
que es el único Mediador, hasta
la realización definitiva de la «plenitud
de los tiempos»,es decir, hasta que
«todo tenga a Cristo por Cabeza»
(Ef
1, 10).