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(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice
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PATER NOSTER |
Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
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Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
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«CONOCER»
AL PADRE
«Ésta es la vida eterna: que te conozcan a
Ti, el
único Dios verdadero, y al que Tú has enviado» (Jn 17, 3).
Audiencia del miércoles 17 de marzo de 1999
1. En la hora dramática en que se prepara para
afrontar la muerte, Jesús concluye su gran discurso de despedida (cf.
Jn 13 ss) dirigiendo una estupenda oración al Padre. Esta
puede considerarse un testamento espiritual, con el que Jesús pone
en las manos del Padre el mandato recibido: dar a conocer su amor al
mundo, a través del don de la vida eterna (cf. Jn 17, 2). La
vida que Él ofrece se explica significativamente como un don de
conocimiento: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el
único Dios verdadero, y al que Tú has enviado» (Jn 17, 3).
El conocimiento, en el lenguaje bíblico del
Antiguo y del Nuevo Testamento, no se refiere sólo a la esfera
intelectual; implica normalmente una experiencia vital que
compromete a la persona humana en su totalidad y, por tanto, también
en su capacidad de amar. Se trata de un conocimiento que permite
«encontrar» a Dios, situándose en el proceso que la tradición
teológica oriental llama «divinización», y que se realiza por la
acción interior y transformadora del Espíritu de Dios (cf. san
Gregorio de Nisa, Oratio catech., 37: PG 45, 98 B). Al volver ahora a la frase citada por Jesús,
queremos profundizar qué significa conocer vitalmente a Dios Padre.
2. Se puede conocer a Dios como
Padre en diversos
niveles, según la perspectiva desde la que se mire, y el aspecto del
misterio que se considere. Hay un conocimiento natural de Dios a
partir de la creación: ella lleva a reconocer en Él el origen y la
causa trascendente del mundo y del hombre y, en este sentido, a
intuir su paternidad. Este conocimiento se profundiza a la luz
progresiva de la Revelación, es decir, sobre la base de las palabras
y las intervenciones histórico-salvíficas de Dios (cf. Catecismo
de la Iglesia católica, n. 287).
En el Antiguo Testamento, conocer a Dios como
Padre significa remontarse a los orígenes del pueblo de la alianza:
«¿No es él tu padre, el que te creó, el que te hizo y te
constituyó?» (Dt 32, 6). La referencia a Dios en cuanto Padre
garantiza y conserva la unidad de los miembros de una misma familia:
«¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el
mismo Dios?» (Ml 2, 10). Se reconoce a Dios como Padre
también en el momento en que reprende al hijo por su bien: «Porque
el Señor reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido» (Pr
3, 12). Y, obviamente, a un padre puede invocárselo siempre en la
hora del desconsuelo: «Y grité: Señor, tú eres un padre y el héroe
de mi salvación, que no me dejará en los días de tribulación, al
tiempo del desamparo frente a los insolentes» (Si 51, 10). En
todas estas formas se atribuyen por antonomasia a Dios los valores
que se experimentan en la paternidad humana. Sin embargo, se intuye
que no es posible conocer a fondo el contenido de dicha paternidad
divina, sino en la medida en que Dios mismo la
manifiesta.
3. En los acontecimientos de la historia de la
salvación se revela cada vez más la iniciativa del Padre que, con su
acción interior, abre el corazón de los creyentes para que acojan al
Hijo encarnado. Al conocer a Jesús, podrán conocer también a Él, al
Padre. Esto es lo que enseña Jesús mismo respondiendo a Tomás: «Si
me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre» (Jn 14, 7;
cf. vv 7-10).
Así pues, es necesario creer en Jesús y
contemplarlo, porque es la Luz del mundo, para no permanecer en las
tinieblas de la ignorancia (cf. Jn 12, 44-46) y conocer que
su doctrina viene de Dios (cf. Jn 7, 17 s). Con esta
condición es posible conocer al Padre y llegar a adorarlo «en
espíritu y en verdad» (Jn 4, 23). Este conocimiento vivo es
inseparable del amor. Lo comunica Jesús, como dijo en su oración
sacerdotal: «Padre justo, (...) yo les he dado a conocer Tu nombre y
se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Tú me has
amado esté en ellos» (Jn 17, 25-26).
«Cuando oramos al Padre estamos en comunión con
él y con su Hijo, Jesucristo. Entonces le conocemos y lo reconocemos
con admiración siempre nueva» (Catecismo de la Iglesia católica,
n. 2781). Conocer al Padre significa, pues, encontrar en Él la
fuente de nuestro ser y de nuestra unidad, en cuanto miembros de una
única familia; pero también significa estar sumergidos en una vida
«sobrenatural», la vida misma de Dios.
4. Por consiguiente, el
anuncio del Hijo sigue siendo el camino maestro para conocer y dar a
conocer al Padre; en efecto, como recuerda una sugestiva expresión
de San Ireneo, «el conocimiento del Padre es el Hijo» (Adv. haer.,
IV, 6, 7: PG 7, 990 B). Ésta es la posibilidad ofrecida a
Israel, pero también a los gentiles, como subraya san Pablo en la
carta a los Romanos: «¿Acaso Dios es sólo Dios de los judíos? ¿No lo
es también de los gentiles? Sí, también lo es de los gentiles,
puesto que no hay más que un solo Dios, que justificará a los
circuncisos en virtud de la fe y a los incircuncisos por medio de la
fe» (Rm 3, 29 s). Dios es único, y es Padre de todos, deseoso
de ofrecer a todos la salvación realizada por medio de su Hijo: esto
es lo que el Evangelio de San Juan llama el don de la vida eterna.
Es preciso acoger y comunicar este don con la misma gratitud que
impulsó a san Pablo a decir en la segunda carta a los
Tesalonicenses: «Nosotros, en cambio, debemos dar gracias en todo
tiempo a Dios por vosotros, hermanos, amados del Señor, porque Dios
os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la
acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad» (2 Ts
2, 13).
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"TÚ ERES MI HIJO, YO TE HE ENGENDRADO HOY"
"...Para Jesús, Dios
no es solamente "el Padre de Israel, el Padre de
los hombres", sino "Mi Padre".
Audiencia del miércoles 16 de octubre de 1985
1.
"Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy"
(Sal 2, 7). En el intento de hacer
comprender la plena verdad de la paternidad de
Dios, que ha sido revelada en Jesucristo, el
autor de la Carta a los Hebreos se remite al
testimonio del Antiguo Testamento (Cf. Heb
1, 4-14), citando, entre otras cosas, la
expresión que acabamos de leer tomada del Salmo
2, así como una frase parecida del libro de
Samuel:
"Yo seré para él un padre
/ y él será para mí un hijo" (2 Sam
7, 14):
Son palabras proféticas: Dios
habla a David de su descendiente. Pero, mientras
en el contexto del Antiguo Testamento estas
palabras parecían referirse sólo a la filiación
adoptiva, por analogía con la paternidad y
filiación humana, en el Nuevo Testamento se
descubre su significado auténtico y
definitivo: hablan del Hijo que es de la misma
naturaleza que el Padre, del Hijo
verdaderamente engendrado por el Padre. Y
por eso hablan también de la paternidad real de
Dios, de una paternidad a la que le es propia la
generación del Hijo consustancial al Padre.
Hablan de Dios, que es Padre en el sentido más
profundo y más auténtico de la palabra. Hablan
de Dios, que engendra eternamente al Verbo
eterno, al Hijo consustancial al Padre. Con
relación a Él, Dios es Padre en el
inefable misterio de su divinidad.
"Tú eres mi hijo: / yo te
he engendrado hoy".
El adverbio "hoy" habla de la
eternidad. Es el "hoy" de la vida íntima de
Dios, el "hoy" de la eternidad, el "hoy" de la
Santísima e inefable Trinidad: Padre, Hijo y
Espíritu Santo, que es Amor eterno y
eternamente consustancial al Padre y al Hijo.
2. En el Antiguo Testamento
el misterio de la paternidad divina intra-trinitaria
no había sido aún explícitamente revelado. Todo
el contexto de la Antigua Alianza era rico, en
cambio, de alusiones a la verdad de la
paternidad de Dios, tomada en sentido moral y
analógico. Así, Dios se revela como
Padre de su Pueblo, Israel, cuando
manda a Moisés que pida su liberación de Egipto:
"Así habla el Señor: Israel es mi hijo, mi
primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo
ir..." (Ex 4, 22-23).
Al basarse en la Alianza, se
trata de una paternidad de elección, que radica
en el misterio de la creación. Dice Isaías:
"Tú eres nuestro padre, nosotros somos la
arcilla, y Tú nuestro alfarero, todos somos obra
de tus manos" (Is 64, 7; 63, 16).
Esta paternidad no se refiere
sólo al pueblo elegido, sino que llega a cada
uno de los hombres y supera el vínculo existente
con los padres terrenos. He aquí algunos
textos: "Si mi padre y mi madre me abandonan,
el Señor me acogerá" (Sal 26/27, 10).
"Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles" (Sal
102/103, 13). "El Señor reprende a los que
ama, como un padre al hijo preferido" (Prov
3, 12). En los textos que acabamos de citar está
claro el carácter analógico de la paternidad de
Dios-Señor, al que se eleva la oración:
"Señor, Padre Soberano de mi vida, no permitas
que por ello caiga... Señor, Padre y Dios de mi
vida, no me abandones a sus sugestiones" (Sir
23, 1-4). En el mismo sentido se dice también:
"Si el justo es hijo de Dios, Él lo acogerá y
lo librará de sus enemigos" (Sab 2,
18).
3. La paternidad de Dios, con
respecto tanto a Israel como a cada uno de los
hombres, se manifiesta en el amor
misericordioso. Leemos, por ejemplo, en
Jeremías: "Salieron entre llantos, y los
guiaré con consolaciones... pues yo soy el padre
de Israel, y Efraín es mi primogénito" (Jer
31, 9).
Son numerosos los pasajes del
Antiguo Testamento que presentan el amor
misericordioso del Dios de la Alianza. He aquí
algunos: "Tienes piedad de todos, porque todo
lo puedes, y disimulas los pecados de los
hombres para traerlos a penitencia... Pero a
todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amador
de las almas" (Sab 11, 24-27).
"Con amor eterno te amé , por eso te he
mantenido favor" (Jer 31, 3). En
Isaías encontramos testimonios conmovedores de
cuidado y de cariño:
"Sión decía: el Señor me
ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí.
¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no
compadecerse del hijo de sus entrañas...? Aunque
ella se olvidare, yo no te olvidaría" (Is
49, 14-15. Cf. también 54, 10). Es significativo
que en los pasajes del Profeta Isaías la
paternidad de Dios se enriquece con
connotaciones que se inspiran en la maternidad
(Cf.
Dives in misericordia,
nota 52).
4. En la plenitud de los
tiempos mesiánicos Jesús anuncia muchas veces la
paternidad de Dios con relación a los hombres
remitiéndose a las numerosas expresiones
contenidas en el Antiguo Testamento. Así se
expresa a propósito de la Providencia Divina
para con las criaturas, especialmente con el
hombre: "...vuestro Padre celestial las
alimenta..." (Mt 6, 26; Cf. Lc
12, 24), "sabe vuestro Padre celestial que
de todo eso tenéis necesidad" (Mt
6, 32; Cf. Lc 12, 30). Jesús trata de
hacer comprender la misericordia divina
presentando como propio de Dios el
comportamiento acogedor del padre del hijo
pródigo (Cf. Lc 15, 11-32); y exhorta a
los que escuchan su palabra: "Sed
misericordiosos, como vuestro Padre es
misericordioso" (Lc 6, 36).
Terminaré diciendo que,
para Jesús, Dios no es solamente "el Padre de
Israel, el Padre de los hombres", sino "Mi
Padre" .
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ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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