Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
EL ESPÍRITU SANTO
Y LA EUCARISTÍA
"En el
centro de la Iglesia y del universo está la Eucaristía,
donde se halla presente el Cristo que obra en los hombres y en
el mundo entero mediante el Espíritu Santo."
Audiencia del miércoles 13
de septiembre de 1989
1. La promesa de
Jesús: “...seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de
pocos días” (Hch 1, 5) significa que existe un vínculo entre
el Espíritu Santo y el bautismo. Lo hemos visto en la anterior
catequesis, en la que, partiendo del bautismo de penitencia
que Juan impartía en el Jordán anunciando la venida de Cristo,
nos hemos acercado a Aquel que bautizará “en Espíritu Santo y
fuego”. Nos hemos acercado también a aquel único bautismo con
que debía ser bautizado Él mismo (cf. Mc 10, 38): el
sacrificio de la Cruz, que ofreció Cristo “por el Espíritu
Eterno” (Hb 9, 14) hasta el punto de hacerse “el último Adán”
y, como tal, “espíritu que da vida”, según lo que dice San
Pablo (cf. 1 Co 15, 45). Sabemos que Cristo “dio” a los
Apóstoles el Espíritu que da vida el día de la Resurrección (cf.
Jn 20, 22) y, a continuación, en la solemnidad de Pentecostés,
cuando todos quedaron “llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 4).
2. Entre el sacrificio pascual de Cristo y el don del Espíritu
existe, por tanto, una relación objetiva. Puesto que la
Eucaristía renueva místicamente el sacrificio redentor de
Cristo, es fácil, por lo demás, entender el vínculo intrínseco
que existe entre este sacramento y el don del Espíritu:
formando la Iglesia mediante su propia venida el día de
Pentecostés, el Espíritu Santo la constituye haciendo
referencia objetiva a la Eucaristía y la orienta hacia la
Eucaristía.
Jesús había dicho en una de sus parábolas: “El Reino de
los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de
bodas de su hijo” (Mt 22, 2). La Eucaristía
constituye la anticipación sacramental y en cierto sentido una
“pregustación” de aquel banquete real que el Apocalipsis llama
“el banquete del Cordero”(cf. Ap 19, 9). El Esposo
que está en el centro de aquella fiesta de bodas, y de su
prefiguración y anticipación eucarística, es el Cordero que
“borró los pecados del mundo”, el Redentor.
3. En la Iglesia que nace del bautismo en Pentecostés,
cuando los Apóstoles, y junto con ellos los demás discípulos y
confesores de Cristo, son “bautizados en Espíritu”, la
Eucaristía es (y permanece hasta el fin de los tiempos) el
Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
En Ella está presente “la Sangre de Cristo, que por el
Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios” (Hb 9,
14); la Sangre “derramada por muchos” (Mc 14, 24) “para perdón
de los pecados” (Mt 26, 28); la sangre que “purificará de las
obras muertas nuestra conciencia” (cf. Hb 9, 14); la “sangre
de la alianza” (Mt 26, 28). Jesús mismo, al instituir la
Eucaristía, declara: “Esta copa es la Nueva Alianza en mi
Sangre” (Lc 22, 20; cf. 1 Co 11, 25), y recomienda a los
Apóstoles: “haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19).
En la Eucaristía se renueva (es decir, se realiza
nuevamente) el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre, ofrecido
por Cristo una sola vez al Padre en la Cruz para la redención
del mundo. Dice la Encíclica Dominum et Vivificantem que
“en el sacrificio del Hijo del hombre el Espíritu Santo está
presente y actúa... El mismo Jesucristo en su humanidad se ha
abierto totalmente a esta acción... que del sufrimiento hace
brotar el eterno amor salvífico” (n. 40).
4. La Eucaristía es el Sacramento de este amor redentor,
estrechamente vinculado a la presencia del Espíritu Santo y a
su acción. ¿Cómo no recordar, en este momento, las
palabras pronunciadas por Jesús cuando, en la sinagoga de
Cafarnaún, tras la multiplicación del pan (cf. Jn 6, 27),
proclamaba la necesidad de alimentarse de su carne y de su
sangre? A muchos de los que lo escuchaban, su lenguaje sobre
el comer su cuerpo y beber su sangre (cf. Jn 6, 53) les
pareció “duro” (Jn 6, 60). Intuyendo esta dificultad Jesús les
dijo: “¿Esto os escandaliza? ¿ Y cuándo veáis al Hijo del
hombre subir adonde estaba antes?” (Jn 6, 61-62). Era una
explícita alusión a la futura ascensión al cielo. Y
precisamente en aquel momento añade una referencia al Espíritu
Santo, que sólo tras la Ascensión adquiriría plenitud de
sentido. Dijo: “El espíritu es el que da vida: la carne
no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu
y son vida” (Jn 6, 63).
Los oyentes de Jesús entendieron de modo “material” aquel
primer anuncio eucarístico. El Maestro quiso en seguida
precisar que su contenido sólo podía aclararse y entenderse
por obra del “Espíritu que da vida”.En la Eucaristía
Cristo nos da su Cuerpo y su Sangre como alimento y bebida,
bajo las especies del pan y del vino, como durante el banquete
pascual de la última Cena. Solamente en virtud del
Espíritu, que da vida, el alimento y la bebida eucarísticos
pueden obrar en nosotros la “comunión”, es decir, la unión
salvífica con el Cristo crucificado y glorificado.
5. Hay un hecho significativo, ligado al acontecimiento de
Pentecostés: desde los primeros tiempos después de la venida
del Espíritu Santo los Apóstoles y sus seguidores, convertidos
y bautizados, “acudían asiduamente... a la fracción del pan y
a las oraciones” (Hch 2, 42), como si el mismo Espíritu Santo
nos hubiera orientado a la Eucaristía. He subrayado en la
Encíclica Dominum et Vivificantem que, “guiada por el
Espíritu Santo, la Iglesia desde el principio se manifestó y
se confirmó a sí misma a través de la Eucaristía” (n.
62).
La Iglesia primitiva era una comunidad fundada en la enseñanza
de los Apóstoles (Hch 2, 42) y animada en su totalidad por el
Espíritu Santo, el cual infundía luz a los creyentes para que
comprendiesen la Palabra, y los congregaba en la caridad en
torno a la Eucaristía. Así la Iglesia crecía y se propagaba en
una muchedumbre de creyentes que “no tenía sino un solo
corazón y una sola alma” (Hch 4, 32).
6. En la Encíclica Dominum et Vivificantem leemos también que “mediante
la Eucaristía, las personas y comunidades, bajo la acción del
Paráclito consolador, aprenden a descubrir el sentido divino
de la vida humana” (n. 62). Es decir, descubren el
valor de la vida interior, realizando en sí mismas la imagen
de Dios Trinidad que siempre se nos ha presentado en los
libros del Nuevo Testamento y especialmente en las Cartas de
San Pablo, como Alfa y Omega de nuestra vida, o sea, el
principio según el cual el hombre es creado y modelado, y el
fin último al que está ordenado y es guiado según el designio
y la voluntad del Padre, reflejados en el Hijo-Verbo y en el
Espíritu-Amor. Es una hermosa y profunda interpretación que la
tradición patrística, resumida y formulada en términos
teológicos por Santo Tomás (cf. Summa Theol. I, q. 93, a. 8),
ha dado de un principio clave de la espiritualidad y de la
antropología cristiana, así expresado en la Carta a los
Efesios: “Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de
quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra,
para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis
fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre
interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones,
para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis
comprender con todos los santos cuál es la anchura y la
longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de
Cristo que excede a todo conocimiento, para que os vayáis
llenando hasta la total Plenitud de Dios” (Ef 3, 14-19)
7. Es Cristo quien nos da esta plenitud divina (cf. Col
2,9 ss.) mediante la acción del Espíritu Santo. Así,
colmados de vida divina, los cristianos entran y viven en la
plenitud del Cristo total, que es la Iglesia, y, a través de
la Iglesia, en el nuevo universo que poco a poco se va
construyendo (cf. Ef 1, 23; 4, 12-13; Col 2, 10). En el
centro de la Iglesia y del nuevo universo está la Eucaristía,
donde se halla presente el Cristo que obra en los hombres y en
el mundo entero mediante el Espíritu Santo.
ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org