Catequesis sobre LA EUCARISTÍA, SACRIFICIO DE ACCIÓN DE GRACIAS Y DE ALABANZA A DIOS PADRE
por el Siervo de Dios
JUAN PABLO II

(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice

 

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.

 
 
LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE LA CERCANÍA DE DIOS AL HOMBRE
 
Audiencia del miércoles 13 de junio de 1979
 

1 "Non est alia natio tam grandis, quae habeat deos appropinquantes sibi, sicut Deus noster adest nobis: No hay nación tan grande, que tenga a sus dioses tan cerca, como nuestro Dios está presente entre nosotros" (Santo Tomás, Officium SS. Corporis Christi, II Nocturni; cf. Opusc. 57).
 
Se puede hablar de varias maneras sobre la Eucaristía. Se ha hablado de diversos modos sobre ella en el curso de la historia. Es difícil decir algo que no se haya dicho ya. Y, al mismo tiempo, cualquier cosa que se diga, desde cualquier parte que nos acerquemos a este gran misterio de la fe y de la vida de la Iglesia, siempre descubrimos algo nuevo. No porque nuestras palabras revelen esta novedad. La novedad se encuentra en el misterio mismo. Cada tentativa de vivir con ella en espíritu de fe, comporta nueva luz, nuevo estupor y nueva alegría.
 
"Y maravillándose de esto el hijo del trueno, y considerando la sublimidad del amor divino (...), exclamaba: 'Tanto amó Dios al mundo (Jn 3, 16)' (...). Dinos, pues, San Juan, ¿en qué sentido tanto? Di la medida, di la grandeza, enséñanos la sublimidad. Dios amó tanto al mundo..." (San Juan Crisóstomo, In cap. Genes. VIII: Homilia XXVII, 1; Opera omnia: PG 4, 241).   
 
La Eucaristía nos acerca a Dios de modo estupendo. Y es el Sacramento de su cercanía en relación con el hombre. Dios en la Eucaristía es precisamente este Dios que ha querido entrar en la historia del hombre. Ha querido aceptar la humanidad misma. Ha querido hacerse hombre. El sacramento del Cuerpo y de la Sangre nos recuerda continuamente su Divina Humanidad.
 
Cantamos Ave, verum corpus, natum ex Maria Virgine. Y viviendo con la Eucaristía, volvemos a encontrar toda la sencillez y profundidad del misterio de la Encarnación.
 
Es el Sacramento del descenso de Dios hacia el hombre, del acercamiento a todo lo que es humano. Es el sacramento de la divina "condescendencia" (cf. San Juan Crisóstomo, In Genes. 3, 8: Homilía XXVII, 1: PG 53, 134). La entrada divina en la realidad humana ha alcanzado su culmen mediante la pasión y la muerte. Mediante la pasión y la muerte en la Cruz, el Hijo de Dios Encarnado se ha convertido, de manera especialmente radical, en el Hijo del hombre, ha compartido hasta el extremo lo que es la condición de cada uno de los hombres. La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre, nos recuerda sobre todo esta muerte, que Cristo sufrió en la cruz; la recuerda y, en cierto modo, es decir, incruento, renueva su realidad histórica. Lo testifican las palabras pronunciadas en el Cenáculo separadamente sobre el pan y sobre el vino, las palabras que, en la institución de Cristo, realizan el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; el sacramento de la muerte, que fue sacrificio expiatorio. El sacramento de la muerte, en el que se expresa toda la potencia del amor. El sacramento de la muerte, que consistió en dar la vida para reconquistar la plenitud de la vida.
 
"Manduca vitam, bibe vitam: habebis vitam, et integra est vita: Come la vida, bebe la vida: tendrás la vida, y es la vida total" (San Agustín, Sermones ad populum, Series I, Sermo CXXXI, I, 1). Por medio de este Sacramento se anuncia continuamente en la historia del hombre, la muerte que da la vida (cf. 1 Cor 11, 26).
 
Se realiza continuamente en ese signo sencillísimo, que es el signo del pan y del vino. Dios, en la Eucaristía, está presente y cercano al hombre con esa cercanía penetrante de su muerte en la cruz, de la que ha brotado la potencia de la resurrección. El hombre, mediante la Eucaristía, se hace partícipe de esta potencia.
 
2. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión. Cristo se da a Sí mismo a cada uno de nosotros, que lo recibimos bajo las especies eucarísticas. Se da a Sí mismo a cada uno de nosotros que comemos el manjar eucarístico y bebemos la bebida eucarística. Este comer es signo de la comunión. Es signo de la unión espiritual, en la que el hombre recibe a Cristo, se le ofrece la participación en su Espíritu, encuentra de nuevo en Él particularmente íntima la relación con el Padre: siente particularmente cercano el acceso a Él. En efecto, nos acercamos a la comunión eucarística, recitando antes el "Padrenuestro".
 
Dice un gran poeta (Mickiewocz, Coloquios vespertinos): "Hablo contigo, que reinas en el cielo y, que al mismo tiempo eres huésped en la casa de mí espíritu... ¡Hablo contigo!, me faltan palabras para Ti; tu pensamiento escucha cada uno de mis pensamientos; reinas lejos y sirves en cercanía, Rey en los cielos y en mi corazón sobre la Cruz..." .
 
La comunión es un vínculo bilateral. Nos conviene decir, pues, que no sólo recibimos a Cristo, no sólo lo recibe cada uno de nosotros en este signo eucarístico, sino que también Cristo recibe a cada uno de nosotros. Por así decirlo, Él acepta siempre en este sacramento al hombre, lo hace su amigo, tal como dijo en el Cenáculo: "Vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 14). Esta acogida y la aceptación del hombre por parte de Cristo es un beneficio inaudito. El hombre siente muy profundamente el deseo de ser aceptado. Toda la vida del hombre tiende en esta dirección, para ser acogido y aceptado por Dios; y la Eucaristía expresa esto sacramentalmente. Sin embargo, el hombre debe, como dice San Pablo, "examinarse a sí mismo" (cf. 1 Cor 11, 28), de si es digno de ser aceptado por Cristo. La Eucaristía es, en cierto sentido, un desafío constante para que el hombre trate de ser aceptado, para que adapte su conciencia a las exigencias de la santísima amistad divina.


ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org



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