Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
LA EUCARISTÍA,
BANQUETE DE COMUNIÓN CON DIOS
Audiencia del miércoles 18
de octubre de 2000
LA EUCARISTÍA.. Óleo en el Altar mayor
IGLESIA DE SAN JORGE . WALLDURN,
ALEMANIA
1. "Nos hemos convertido en Cristo. En efecto, si Él es la
cabeza y nosotros sus miembros, el hombre total es Él y nosotros"
(san Agustín, Tractatus in Johannem, 21, 8). Estas
atrevidas palabras de san Agustín exaltan la comunión íntima
que, en el misterio de la Iglesia, se crea entre Dios y el
hombre, una comunión que, en nuestro camino histórico, encuentra
su signo más elevado en la Eucaristía. Los imperativos: "Tomad
y comed... bebed..." (Mt 26, 26-27) que Jesús dirige a
sus discípulos en la sala del piso superior de una casa de
Jerusalén, la última tarde de su vida terrena (cf. Mc 14,
15), entrañan un profundo significado. Ya el valor simbólico
universal del banquete ofrecido en el pan y en el vino (cf.
Is 25, 6), remite a la comunión y a la intimidad. Elementos
ulteriores más explícitos exaltan la Eucaristía como banquete de
amistad y de alianza con Dios. En efecto, como recuerda el
Catecismo de la Iglesia católica, "es, a la vez e
inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el
sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en
el Cuerpo y la Sangre del Señor" (n. 1382).
2. Como en el Antiguo Testamento el santuario móvil del desierto
era llamado "tienda del Encuentro", es decir, del encuentro
entre Dios y su pueblo y de los hermanos de fe entre sí, la
antigua tradición cristiana ha llamado "sinaxis", o sea
"reunión", a la celebración eucarística. En ella "se
revela la naturaleza profunda de la Iglesia, comunidad de los
convocados a la sinaxis para celebrar el don de Aquel que es
oferente y ofrenda: estos, al participar en los sagrados
misterios, llegan a ser "consanguíneos" de Cristo, anticipando
la experiencia de la divinización en el vínculo, ya inseparable,
que une en Cristo divinidad y humanidad" (Orientale
lumen, 10).
Si queremos profundizar en el sentido genuino de este
misterio de comunión entre Dios y los fieles, debemos volver a
las palabras de Jesús en la última Cena. Remiten a la
categoría bíblica de la "alianza", evocada precisamente a través
de la conexión de la sangre de Cristo con la sangre del
sacrificio derramada en el Sinaí: "Esta es mi sangre, la
sangre de la alianza" (Mc 14, 24). Moisés había
dicho: "Esta es la sangre de la alianza" (Ex 24, 8). La
alianza que en el Sinaí unía a Israel con el Señor mediante un
vínculo de sangre anunciaba la nueva alianza, de la que deriva,
para usar la expresión de los Padres griegos, una especie de
consanguinidad entre Cristo y el fiel (cf. san Cirilo de
Alejandría, In Johannis Evangelium, XI; san Juan
Crisóstomo, In Matthaeum hom., LXXXII, 5).
3. Las teologías de san Juan y de san Pablo son las que más
exaltan la comunión del creyente con Cristo en la Eucaristía.
En el discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús
dice explícitamente: "Yo soy el pan vivo, bajado del
cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre" (Jn
6, 51). Todo el texto de ese discurso está orientado a subrayar
la comunión vital que se establece, en la fe, entre Cristo, pan
de vida, y aquel que come de él. En particular destaca el verbo
griego típico del cuarto evangelio para indicar la intimidad
mística entre Cristo y el discípulo, m+nein, "permanecer,
morar": "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él" (Jn 6, 56; cf. 15, 4-9).
4. La palabra griega de la "comunión", koinonìa, aparece
asimismo en la reflexión de la primera carta a los Corintios,
donde san Pablo habla de los banquetes sacrificiales de la
idolatría, definiéndolos "mesa de los demonios" (1 Co
10, 21), y expresa un principio que vale para todos los
sacrificios: "Los que comen de las víctimas están en comunión
con el altar" (1 Co 10, 18). El Apóstol aplica este
principio de forma positiva y luminosa con respecto a la
Eucaristía: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso
comunión (koinonìa) con la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos ¿no es comunión (koinonìa) con el cuerpo
de Cristo? (...) Todos participamos de un solo pan" (1 Co
10, 16-17). "La participación (...) en la Eucaristía,
sacramento de la nueva alianza, es el culmen de la asimilación a
Cristo, fuente de "vida eterna", principio y fuerza del don
total de sí mismo" (Veritatis splendor, 21).
5. Por consiguiente, esta comunión con Cristo produce una
íntima transformación del fiel. San Cirilo de Alejandría
describe de modo eficaz este acontecimiento mostrando su
resonancia en la existencia y en la historia: "Cristo nos
forma según su imagen de manera que los rasgos de su naturaleza
divina resplandezcan en nosotros a través de la santificación,
la justicia y la vida buena y según la virtud. La belleza de
esta imagen resplandece en nosotros, que estamos en Cristo,
cuando con nuestras obras nos mostramos hombres buenos"
(Tractatus ad Tiberium diaconum sociosque, II,
Responsiones ad Tiberium diaconum sociosque, en In divi
Johannis Evangelium, vol. III, Bruselas 1965, p. 590). "Participando en el sacrificio de la cruz, el cristiano
comulga con el amor de entrega de Cristo y se capacita y
compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y
comportamientos de vida. En la existencia moral se revela y se
realiza también el servicio real del cristiano" (Veritatis
splendor, 107). Ese servicio regio tiene su raíz en el
bautismo y su florecimiento en la comunión eucarística. Así
pues, el camino de la santidad, del amor y de la verdad es la
revelación al mundo de nuestra intimidad divina, realizada en el
banquete de la Eucaristía.
Dejemos que nuestro anhelo de la vida divina ofrecida en Cristo
se exprese con las emotivas palabras de un gran teólogo de la
Iglesia armenia, Gregorio de Narek (siglo X): "Tengo siempre
nostalgia del Donante, no de sus dones. No aspiro a la gloria;
lo que quiero es abrazar al Glorificado (...). No busco el
descanso; lo que pido, suplicante, es ver el rostro de Aquel que
da el descanso. Lo que ansío no es el banquete nupcial, sino
estar con el Esposo" (Oración XII).
ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org