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(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice
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Oh María,
aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.
(Oración conclusiva de la Encíclica
"Evangelium Vitae"
Sobre el Valor y el Caracter Inviolable de la Vida Humana.
25 de marzo de 1995)
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Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
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Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
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LA PATERNIDAD DE DIOS Y LA FAMILIA
Compromiso de la Iglesia por la
promoción de la familia
Audiencia del miércoles 1 de diciembre de 1999
1. Para una adecuada preparación al gran jubileo no puede faltar
en la comunidad cristiana un serio compromiso de redescubrimiento
del valor de la familia y del matrimonio (cf.
Tertio millennio
adveniente, 51). Ese compromiso es tanto más urgente, cuanto
que este valor hoy es puesto en tela de juicio por gran parte de
la cultura y de la sociedad.
No sólo se discuten algunos modelos de vida familiar, que cambian
bajo la presión de las transformaciones sociales y de las nuevas
condiciones de trabajo. Es la concepción misma de la familia, como
comunidad fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, la
que se ataca en nombre de una ética relativista que se abre camino
en amplios sectores de la opinión pública e incluso de la
legislación civil.
La crisis de la familia se transforma, a su vez, en causa de la
crisis de la sociedad. No pocos fenómenos patológicos -como la
soledad, la violencia y la droga- se explican, entre otras causas,
porque los núcleos familiares han perdido su identidad y su
función. Donde cede la familia, a la sociedad le falla su
entramado de conexión, con consecuencias desastrosas que afectan a
las personas y, especialmente, a los más débiles: niños,
adolescentes, minusválidos, enfermos, ancianos...
2. Así pues, es preciso promover una reflexión que ayude no sólo a
los creyentes, sino también a todos los hombres de buena voluntad,
a redescubrir el valor del matrimonio y de la familia. En el
Catecismo de la Iglesia católica se lee: "La familia es la
célula original de la vida social. Es la sociedad natural en
que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en
el don de la vida. La autoridad, la estabilidad y la vida de
relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de
la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la
sociedad" (n. 2207).
Al redescubrimiento de la familia puede llegar por sí sola la
razón, escuchando la ley moral inscrita en el corazón humano. La
familia, comunidad "fundada y vivificada por el amor"
(Familiaris
consortio, 18), encuentra su fuerza en la alianza definitiva
de amor con la que un hombre y una mujer se entregan
recíprocamente, convirtiéndose juntos en colaboradores de Dios
para transmitir la vida.
En la base de esta relación frontal de amor, también las relaciones
que se entablan con los demás miembros de la familia, y entre
ellos, deben inspirarse en el amor y caracterizarse por el afecto
y el apoyo mutuo. El amor auténtico, lejos de encerrar a la
familia en sí misma, la abre a la sociedad entera, dado que la
pequeña familia doméstica y la gran familia de todos los seres
humanos no se oponen, sino que mantienen una relación íntima y
originaria. En la raíz de todo esto se halla el misterio mismo de
Dios, que precisamente la familia evoca de modo especial. En
efecto, como escribí hace algunos años en la Carta a las
familias, "a la luz del Nuevo Testamento es posible descubrir
que el modelo originario de la familia hay que buscarlo en Dios
mismo, en el misterio trinitario de su vida. El Nosotros
divino constituye el modelo eterno del nosotros humano;
ante todo, de aquel nosotros que está formado por el hombre
y la mujer, creados a imagen y semejanza divina" (n. 6, 2 de
febrero de 1994).
3. La paternidad de Dios es la fuente trascendente de toda otra
paternidad y maternidad humana. Contemplándola con amor, debemos
sentirnos comprometidos a redescubrir la riqueza de comunión, de
generación y de vida que caracteriza al matrimonio y a la familia
.
En ella se desarrollan relaciones interpersonales, en las que a
cada uno se le encomienda, aunque sin esquemas rígidos, una tarea
específica. No pretendo aquí referirme a las tareas sociales y
funcionales, que son expresiones de marcos históricos y culturales
particulares. Más bien pienso en la importancia que revisten, en
la relación esponsal recíproca y en el común compromiso de padres,
la figura del hombre y de la mujer en cuanto llamados a actuar sus
características naturales en el ámbito de una comunión profunda,
enriquecedora y respetuosa. "A esta unidad de los dos
confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la
familia, sino la construcción misma de la historia" (Carta a
las mujeres, n. 8, 29 de junio de 1995).
4. Asimismo, el hijo debe considerarse como la expresión máxima de
la comunión del hombre y de la mujer, o sea, de la recíproca
acogida-donación que se realiza y se trasciende en un "tercero",
en el hijo precisamente. El hijo es la bendición de Dios.
Transforma al marido y a la mujer en padre y madre (cf.
Familiaris consortio, 21). Ambos "salen de sí mismos" y se
expresan en una persona que, a pesar de ser fruto de su amor, va
más allá de ellos
.
A la familia se aplica de modo especial el ideal expresado en la
oración sacerdotal, en la que Jesús pide que su unidad con el
Padre implique a sus discípulos (cf. Jn 17, 11) y a los que
crean en su palabra (cf. Jn 17, 20-21). La familia
cristiana, "iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium, 11),
está llamada a realizar de modo especial este ideal de perfecta
comunión.
5. Así pues, al acercarse la conclusión de este año dedicado a la
meditación sobre Dios Padre, redescubramos la familia a la luz de
la paternidad divina. De la contemplación de Dios Padre podemos
deducir sobre todo una urgencia que responde muy bien a los
desafíos del actual momento histórico.
Contemplar a Dios Padre significa concebir la familia como el
lugar de la acogida y de la promoción de la vida, laboratorio de
fraternidad donde, con la ayuda del Espíritu de Cristo, se crea
entre los hombres "una nueva fraternidad y solidaridad, verdadero
reflejo del misterio de recíproca entrega y acogida propio de la
santísima Trinidad" (Evangelium vitae, 76).
A la luz de la experiencia de familias cristianas renovadas, la
Iglesia misma podrá aprender a cultivar, entre todos los miembros
de la comunidad, una dimensión más familiar, adoptando y
promoviendo un estilo de relaciones más humano y fraterno (cf.
Familiaris consortio, 64).
"¡EL FUTURO
DE LA HUMANIDAD SE FRAGUA EN LA FAMILIA"!
A vosotros esposos, a vosotros padres y
madres de familia.
A vosotros, jóvenes, que sois el futuro y
la esperanza de la Iglesia y del mundo, y
seréis los responsables de la familia en
el tercer milenio que se acerca.
A vosotros, venerables y queridos hermanos
en el Episcopado y en el sacerdocio,
queridos hijos religiosos y religiosas,
almas consagradas al Señor, que
testimoniáis a los esposos la realidad
última del amor de Dios.
A vosotros, hombres de sentimientos
rectos, que por diversas motivaciones os
preocupáis por el futuro de la familia, se
dirige con anhelante solicitud mi
pensamiento al final de esta Exhortación
Apostólica.
¡El futuro de la humanidad se
fragua en la familia!
Por consiguiente es indispensable y
urgente que todo hombre de buena voluntad
se esfuerce por salvar y promover los
valores y exigencias de la familia.
A este respecto, siento el deber de pedir
un empeño particular a los hijos de la
Iglesia. Ellos, que mediante la fe conocen
plenamente el designio maravilloso de
Dios, tienen una razón de más para tomar
con todo interés la realidad de la familia
en este tiempo de prueba y de gracia.
Deben amar de manera particular a la
familia. Se trata de una consigna concreta
y exigente.
Amar a la familia significa saber estimar
sus valores y posibilidades,
promoviéndolos siempre. Amar a la familia
significa individuar los peligros y males
que la amenazan, para poder superarlos.
Amar a la familia significa esforzarse por
crear un ambiente que favorezca su
desarrollo. Finalmente, una forma eminente
de amor es dar a la familia cristiana de
hoy, con frecuencia tentada por el
desánimo y angustiada por las dificultades
crecientes, razones de confianza en sí
misma, en las propias riquezas de
naturaleza y gracia, en la misión que Dios
le ha confiado: «Es necesario que las
familias de nuestro tiempo vuelvan a
remontarse más alto. Es necesario que
sigan a Cristo».
Corresponde también a los cristianos el
deber de anunciar con alegría y convicción
la «buena nueva» sobre la familia, que
tiene absoluta necesidad de escuchar
siempre de nuevo y de entender cada vez
mejor las palabras auténticas que le
revelan su identidad, sus recursos
interiores, la importancia de su misión en
la Ciudad de los hombres y en la de Dios.
La Iglesia conoce el camino por el que la
familia puede llegar al fondo de su más
íntima verdad. Este camino, que la Iglesia
ha aprendido en la escuela de Cristo y en
el de la historia, —interpretada a la luz
del Espíritu— no lo impone, sino que
siente en sí la exigencia apremiante de
proponerla a todos sin temor, es más, con
gran confianza y esperanza, aun sabiendo
que la «buena nueva» conoce el lenguaje de
la Cruz. Porque es a través de ella como
la familia puede llegar a la plenitud de
su ser y a la perfección del amor.
Finalmente deseo invitar a todos los
cristianos a colaborar, cordial y
valientemente con todos los hombres de
buena voluntad, que viven su
responsabilidad al servicio de la familia.
Cuantos se consagran a su bien dentro de
la Iglesia, en su nombre o inspirados por
ella, ya sean individuos o grupos,
movimientos o asociaciones, encuentran
frecuentemente a su lado personas e
instituciones diversas que trabajan por el
mismo ideal. Con fidelidad a los valores
del Evangelio y del hombre, y con respeto
a un legítimo pluralismo de iniciativas,
esta colaboración podrá favorecer una
promoción más rápida e integral de la
familia. (Conclusión de la Exhortación
Apostólica
FAMILIARIS CONSORTIO,
SOBRE LA MISIÓN DE LA FAMILIA EN EL MUNDO
ACTUAL.
22 de noviembre de 1981)
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ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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