Catequesis sobre DIOS PADRE  
por el Siervo de Dios
JUAN PABLO II

(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.

 
LA PATERNIDAD DE DIOS Y LA DIGNIDAD DE LA MUJER
 
Audiencia del miércoles 24 de noviembre de 1999
 
 "...La reflexión sobre el papel y la misión de la mujer encaja muy bien en este año dedicado al Padre, impulsándonos a un compromiso aún más intenso para que a la mujer se le reconozca todo el espacio que le corresponde en la Iglesia y en la sociedad..."
 
 
 

1. Entre los desafíos del actual momento histórico sobre los que la ocasión del gran jubileo nos impulsa a reflexionar he señalado, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, el que atañe al respeto de los derechos de la mujer (cf. n. 51). Hoy deseo recordar algunos aspectos de la problemática relativa a la mujer, a los que, por lo demás, ya me he referido en otras ocasiones.

Sobre el tema de la promoción de la mujer arroja mucha luz la sagrada Escritura, indicando el proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer en los dos relatos de la creación.

En el primero se afirma:  "Creó Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gn 1, 27). Esa afirmación es la base de la antropología cristiana, pues señala el fundamento de la dignidad del hombre en cuanto persona en su ser creado "a imagen" de Dios. Al mismo tiempo, el texto dice con claridad que ni el hombre ni la mujer separadamente son imagen del Creador, sino el hombre y la mujer en su reciprocidad. Representan en igual medida la obra maestra de Dios.

En el segundo relato de la creación, a través del  simbolismo  de  la creación de la mujer a partir de la costilla del hombre, la Escritura pone de relieve que la humanidad realmente no está completa hasta que es creada la mujer (cf. Gn 2, 18-24). Ésta recibe un nombre que, por la asonancia verbal en la lengua hebrea, expresa relación con el hombre (is/issah). "Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro" (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 371). El hecho de que la mujer sea presentada como una "ayuda adecuada a él" (Gn 2, 18) no ha de interpretarse en el sentido de que la mujer sea sierva del hombre, pues "ayuda" no equivale a "siervo"; el salmista dice a Dios:  "Tú eres mi ayuda" (Sal 70, 6; cf. 115, 9. 10. 11; 118, 7; 146, 5). Esa expresión quiere decir, más bien, que la mujer es capaz de colaborar con el hombre porque es su correspondencia perfecta. La mujer es otro tipo de "yo" en la humanidad común, constituida en perfecta igualdad de dignidad por el varón y la mujer.

2. Conviene alegrarse de que la profundización de "lo femenino" haya contribuido, en la cultura contemporánea, a replantear el tema de la persona humana en función del recíproco "ser el uno para el otro" en la comunión interpersonal. Hoy concebir a la persona en su dimensión oblativa se está convirtiendo en un logro de principio. Por desgracia, a veces eso no se refleja en la práctica. Por tanto, entre las numerosas agresiones contra la dignidad humana, es preciso condenar con vigor la violación generalizada de la dignidad de la mujer, que se manifiesta con la explotación de su persona y de su cuerpo. Es necesario luchar enérgicamente contra cualquier práctica que ofenda a la mujer en su libertad y en su femineidad:  el así llamado "turismo sexual", la compraventa de muchachas, la esterilización masiva y, en general, toda forma de violencia hacia el otro sexo.

Una actitud muy diversa exige la ley moral, que predica la dignidad de la mujer como persona creada a imagen de un Dios-comunión. Hoy resulta más necesario que nunca volver a proponer la antropología bíblica sobre el carácter relacional, que ayuda a comprender de modo auténtico la identidad de la persona humana en su relación con las demás personas y, en particular, entre hombre y mujer. En la persona humana, considerada en su aspecto "relacional", se descubre una huella del misterio mismo de Dios, revelado en Cristo como unidad sustancial en la comunión de tres divinas personas. A la luz de este misterio se entiende bien la afirmación de la Gaudium et spes según la cual la persona humana, que "es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí misma sino en la entrega sincera de sí misma" (n. 24). La diferencia entre hombre y mujer recuerda la exigencia de la comunión interpersonal, y la meditación en la dignidad y vocación de la mujer corrobora la concepción del ser humano como comunión (cf. Mulieris dignitatem, 7).

3. Precisamente esta índole de comunión que lo femenino evoca con vigor permite replantear la paternidad de Dios, evitando las representaciones de tipo patriarcal tan rechazadas, no sin motivo, en algunas corrientes de la literatura contemporánea. En efecto, se trata de captar el rostro del Padre dentro del misterio de Dios en cuanto Trinidad, es decir, perfecta unidad en la distinción. La figura del Padre se ha de replantear en su vínculo con el Hijo, el cual desde la eternidad está dirigido hacia Él (cf. Jn 1, 1) en la comunión del Espíritu Santo. Es preciso subrayar también que el Hijo de Dios se hizo hombre en la plenitud de los tiempos y nació de la Virgen María (cf. Ga 4, 4) y eso proyecta luz también sobre lo femenino, mostrando en María el modelo de mujer que Dios quiere. En Ella y mediante Ella aconteció lo más grande que ha sucedido en la historia de los hombres. La paternidad de Dios Padre no sólo está relacionada con Dios Hijo en el misterio eterno, sino también con su encarnación realizada en el seno de una mujer. Si Dios Padre que "engendra" al Hijo desde la eternidad, para "engendrarlo" en el mundo valoró a una mujer, María, haciéndola así "Theotókos", Madre de Dios, eso  tiene significado para captar la dignidad de la mujer en el proyecto divino.

4. Así pues, el anuncio evangélico de la paternidad de Dios, lejos de constituir una limitación para la dignidad y el papel de la mujer, es una garantía de lo que lo "femenino" simboliza humanamente, es decir:  acoger, cuidar del ser humano y engendrar la vida. En efecto, todo ello está arraigado de modo trascendente en el misterio de la eterna "generación" divina. Desde luego, la paternidad de Dios es totalmente espiritual. Sin embargo expresa aquella eterna reciprocidad e índole relacional propiamente trinitaria que está en el origen de toda paternidad y maternidad y que funda la riqueza común de lo masculino y lo femenino.

Por consiguiente, la reflexión sobre el papel y la misión de la mujer encaja muy bien en este año dedicado al Padre, impulsándonos a un compromiso aún más intenso para que a la mujer se le reconozca todo el espacio que le corresponde en la Iglesia y en la sociedad.

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"¡SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS"!


«Si conocieras el don de Dios» (Jn 4, 10), dice Jesús a la samaritana en el transcurso de uno de aquellos admirables coloquios que muestran la gran estima que Cristo tiene por la dignidad de la mujer y por la vocación que le permite tomar parte en su misión mesiánica.

La presente reflexión, que llega ahora a su fin, está orientada a reconocer desde el interior del «don de Dios» lo que Él, Creador y Redentor, confía a la mujer, a toda mujer. En el Espíritu de Cristo ella puede descubrir el significado pleno de su femineidad y, de esta manera, disponerse al «don sincero de sí misma» a los demás, y de este modo encontrarse a sí misma.

La Iglesia desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el «misterio de la mujer» y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las «maravillas de Dios», que en la historia de la humanidad se han cumplido en ella y por medio de ella. En definitiva, ¿no se ha obrado en ella y por medio de ella lo más grande que existe en la historia del hombre sobre la tierra, es decir, el acontecimiento de que Dios mismo se ha hecho hombre?

La Iglesia, por consiguiente, da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas a Dios en la virginidad; por las mujeres dedicadas a tantos y tantos seres humanos que esperan el amor gratuito de otra persona; por las mujeres que velan por el ser humano en la familia, la cual es el signo fundamental de la comunidad humana; por las mujeres que trabajan profesionalmente, mujeres cargadas a veces con una gran responsabilidad social; por las mujeres «perfectas» y por las mujeres «débiles». Por todas ellas, tal como salieron del corazón de Dios en toda la belleza y riqueza de su femineidad, tal como han sido abrazadas por su amor eterno; tal como, junto con los hombres, peregrinan en esta tierra que es «la patria» de la familia humana, que a veces se transforma en «un valle de lágrimas». Tal como asumen, juntamente con el hombre, la responsabilidad común por el destino de la humanidad, en las necesidades de cada día y según aquel destino definitivo que los seres humanos tienen en Dios mismo, en el seno de la Trinidad inefable.

La Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del «genio» femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina.

La Iglesia pide, al mismo tiempo, que estas inestimables «manifestaciones del Espíritu» (cf. 1 Cor 12, 4 ss.), que con grande generosidad han sido dadas a las «hijas» de la Jerusalén eterna, sean reconocidas debidamente, valorizadas, para que redunden en común beneficio de la Iglesia y de la humanidad, especialmente en nuestros días. Al meditar sobre el misterio bíblico de la «mujer», la Iglesia ora para que todas las mujeres se hallen de nuevo a sí mismas en este misterio y hallen su «vocación suprema».

Que María, que «precede a toda la Iglesia en el camino de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo», nos obtenga también este «fruto» en el Año que le hemos dedicado, en el umbral del tercer milenio de la venida de Cristo. (Conclusión de la Carta Apostólica
MULIERIS DIGNITATEM, SOBRE LA DIGNIDAD Y LA VOCACIÓN DE LA MUJER. 15 de agosto de 1988)

 

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ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org



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