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(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice
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PATER NOSTER |
Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
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Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
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CONSIDERAR LA RIQUEZA EN FUNCIÓN
DEL BIEN COMÚN
Audiencia del miércoles 3 de noviembre de 1999
1. «Venid, benditos de mi Padre, recibid
la herencia del reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y
me disteis de beber» (Mt 25, 34-35).
Estas palabras del evangelio nos ayudan a dar
concreción a nuestra reflexión sobre la caridad, impulsándonos a
poner por obra, de acuerdo con las indicaciones de la Carta
Apostólica
Tertio millennio adveniente (cf. n. 51)
(*), algunas
líneas de compromiso particularmente acordes con el espíritu del
gran jubileo que nos disponemos a celebrar.
Con este fin, es oportuno hacer referencia al
jubileo bíblico, descrito en el libro del Levítico (capítulo 25).
En ciertos aspectos recalca y expresa de modo más completo la
función del año sabático (cf. Lv 25, 2-7.18-22), que es el
año en el que no se debe cultivar la tierra. El año jubilar cae
después de un período de 49 años. También se caracteriza por la
renuncia a cultivar la tierra (cf. Lv 25, 8-12), pero
implica dos normas que benefician a los israelitas. La primera
atañe a la recuperación de las propiedades de tierras y casas (cf.
Lv 25, 13-17. 23-24); la segunda, a la liberación del
esclavo israelita que se vendió por deudas a otro (cf. Lv
25, 39-55).
2. El jubileo cristiano, como se comenzó a
celebrar a partir del Papa Bonifacio VIII en el año 1300, tiene
una configuración específica, pero también elementos que se
remontan al jubileo bíblico. Por lo que concierne a la posesión de
los bienes inmuebles, las normas del jubileo bíblico se fundaban
en el principio según el cual la «tierra es de Dios» y, por tanto,
fue dada para beneficio de la comunidad entera. Por eso, si un
israelita había enajenado su terreno, el año jubilar le permitía
recobrarlo. «La tierra no puede venderse para siempre, porque la
tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y
huéspedes. En todo terreno de vuestra propiedad concederéis
derecho a rescatar la tierra» (Lv 25, 23-24).
El jubileo cristiano se remonta cada vez más
conscientemente a los valores sociales del jubileo bíblico, que
quiere interpretar y volver a proponer en el marco contemporáneo,
reflexionando sobre las exigencias del bien común y sobre el
destino universal de los bienes de la tierra. Precisamente en esta
perspectiva, en la carta apostólica Tertio millennio adveniente
propuse que el jubileo se viva como «un tiempo oportuno para
pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una
total condonación, de la deuda externa, que grava sobre el destino
de muchas naciones» (n. 51). (*)
3. Pablo VI, en la encíclica
Populorum
progressio, a propósito de este problema, típico de numerosos
países económicamente débiles, afirmó que hace falta un diálogo
entre quienes aportan los medios y quienes se benefician de ellos,
a fin de «medir las aportaciones no sólo de acuerdo con la
generosidad y las disponibilidades de los unos, sino también en
función de las necesidades reales y de las posibilidades de empleo
de los otros. Con ello los países en vías de desarrollo no
correrán en adelante el riesgo de estar abrumados de deudas, cuya
satisfacción absorbe la mayor parte de sus beneficios» (n. 54). En
la
Encíclica Sollicitudo rei socialis, advertí que, por
desgracia, las nuevas circunstancias tanto en los países
endeudados como en el mercado internacional que financia han hecho
que la financiación misma resulte «contraproducente», y esto «ya
sea porque los países endeudados, para satisfacer los compromisos
de la deuda, se ven obligados a exportar los capitales que serían
necesarios para aumentar o, incluso, para mantener su nivel de
vida, ya sea porque, por la misma razón, no pueden obtener nuevas
fuentes de financiación igualmente indispensables» (n. 19).
(**)
4. El problema es complejo y no tiene fácil
solución. Sin embargo, debe quedar claro que no es sólo de índole
económica, sino que afecta a los principios éticos fundamentales y
es preciso que encuentre espacio en el derecho internacional, para
que sea afrontado y resuelto de forma adecuada según perspectivas
a medio y largo plazo. Es necesario aplicar una «ética de la
supervivencia» que regule las relaciones entre acreedores y
deudores, de modo que el deudor en dificultad no cargue con un
peso insoportable. Se trata de evitar especulaciones abusivas,
hallar soluciones mediante las cuales los que prestan tengan
mejores garantías y los que reciben se sientan comprometidos a
realizar reformas globales efectivas por lo que atañe al aspecto
político, burocrático, financiero y social de sus países (cf.
Comisión pontificia Justicia y paz, Al servicio de la comunidad
humana. Una consideración ética de la deuda externa, II). Hoy,
en el marco de la economía «globalizada», el problema de la deuda
externa resulta aún más complicado, pero la misma «globalización»
exige que se siga el camino de la solidaridad, si se quiere evitar
una catástrofe general.
5. Precisamente en el contexto de estas
consideraciones acogemos la solicitud casi universal que nos llega
de los recientes Sínodos, de muchas Conferencias episcopales o de
diversos hermanos obispos, así como de numerosos religiosos,
sacerdotes y laicos, para hacer un apremiante llamamiento a fin de
que se condonen, parcial o totalmente, las deudas contraídas a
nivel internacional. Especialmente, exigir el pago con intereses
desmesurados obligaría a opciones políticas que reducirían al
hambre y a la miseria a poblaciones enteras.
Esta perspectiva de solidaridad, que ya señalé
en la encíclica
Centesimus annus
(cf. n. 35), se ha vuelto
aún más urgente en la situación mundial de los últimos años. El
jubileo puede constituir una ocasión propicia para gestos de buena
voluntad: los países más ricos deben dar señales de confianza con
respecto al saneamiento económico de las naciones más pobres; los
agentes de mercado deben saber que en el vertiginoso proceso de
globalización económica no es posible salvarse por sí solos. El
gesto de buena voluntad de condonar las deudas, o al menos
reducirlas, ha de ser el signo de un modo nuevo de considerar la
riqueza en función del bien común.
(*) 51. En este sentido,
recordando que Jesús vino a « evangelizar a los pobres » (Mt 11,
5; Lc 7, 22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción
preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados? Se
debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la
paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y
por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un
aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del
Jubileo. Así, en el espíritu del Libro del Levítico (25, 8-28),
los cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del
mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para
pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una
total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el
destino de muchas naciones. El Jubileo podrá además ofrecer la
oportunidad de meditar sobre otros desafíos del momento como,
por ejemplo, la dificultad de diálogo entre culturas diversas y
las problemáticas relacionadas con el respeto de los derechos de
la mujer y con la promoción de la familia y del matrimonio.
Tertio millennio adveniente (n. 51).
(**) 19.
Otro fenómeno, también típico del último período —si bien no
se encuentra en todos los lugares—, es sin duda igualmente
indicador de la interdependencia existente entre los países
desarrollados y menos desarrollados. Es la cuestión de la
deuda internacional, a la que la Pontificia Comisión Iustitia
et Pax ha dedicado un documento.
No se
puede aquí silenciar el profundo vínculo que existe entre este
problema, cuya creciente gravedad había sido ya prevista por
la Populorum Progressio, y la cuestión del desarrollo de los
pueblos.
La razón
que movió a los países en vías de desarrollo a acoger el
ofrecimiento de abundantes capitales disponibles fue la
esperanza de poderlos invertir en actividades de desarrollo.
En consecuencia, la disponibilidad de los capitales y el hecho
de aceptarlos a título de préstamo puede considerarse una
contribución al desarrollo mismo, cosa deseable y legítima en
sí misma, aunque quizás imprudente y en alguna ocasión
apresurada.
Habiendo
cambiado las circunstancias tanto en los países endeudados
como en el mercado internacional financiador, el instrumento
elegido para dar una ayuda al desarrollo se ha transformado en
un mecanismo contraproducente. Y esto ya sea porque los Países
endeudados, para satisfacer los compromisos de la deuda, se
ven obligados a exportar los capitales que serían necesarios
para aumentar o, incluso, para mantener su nivel de vida, ya
sea porque, por la misma razón, no pueden obtener nuevas
fuentes de financiación indispensables igualmente.
Por este
mecanismo, el medio destinado al desarrollo de los pueblos se
ha convertido en un freno, por no hablar, en ciertos casos,
hasta de una acentuación del subdesarrollo.
Estas
circunstancias nos mueven a reflexionar —como afirma un
reciente Documento de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax —
sobre el carácter ético de la interdependencia de los pueblos;
y, para mantenernos en la línea de la presente consideración,
sobre las exigencias y las condiciones, inspiradas igualmente
en los principios éticos, de la cooperación al desarrollo.
Sollicitudo rei socialis,
n.19.
ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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