Catequesis sobre DIOS PADRE
por el Siervo de Dios
JUAN PABLO II

(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.

 
 
EL AMOR PREFERENCIAL POR LOS POBRES
 
Audiencia del miércoles 27 de octubre de 1999
 
 
 
1. El Concilio Vaticano II subraya una dimensión específica de la caridad, que nos lleva, a ejemplo de Cristo, a salir al encuentro sobre todo de los más pobres: "Cristo fue enviado por el Padre a "evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos" (Lc., 4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc., 19,10); de manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo.  (Lumen gentium, 8). Hoy queremos profundizar en la enseñanza de la Sagrada Escritura sobre las motivaciones del amor preferencial por los pobres.

2. Ante todo, conviene observar que, del Antiguo Testamento al Nuevo, existe un progreso en la valoración del pobre y de su situación. En el Antiguo Testamento se manifiesta a menudo la convicción humana común según la cual la riqueza es mejor que la pobreza y constituye la justa recompensa reservada al hombre recto y temeroso de Dios: «Dichoso el que teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. (...) En su casa habrá riquezas y abundancia» (Sal 112, 1.3). La pobreza se entiende como castigo para quien rechaza la instrucción sapiencial (cf. Pr 13, 18).

Pero, desde otra perspectiva, el pobre es objeto de particular atención en cuanto víctima de una injusticia perversa. Son famosas las invectivas de los profetas contra la explotación de los pobres. El profeta Amós (cf. Am 2, 6-15) incluye la opresión del pobre entre las acusaciones contra Israel: «Venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y tuercen el camino de los humildes» (Am 2, 6-7). También Isaías subraya la vinculación de la pobreza con la injusticia: «¡Ay de los que dan leyes inicuas, y de los escribas que escriben prescripciones tiránicas, para apartar del tribunal a los pobres, y conculcar el derecho de los desvalidos de mi pueblo, para despojar a las viudas y robar a los huérfanos» (Is 10, 1-2)

Esta vinculación explica también por qué abundan las normas en defensa de los pobres y de los que son más débiles socialmente: «No vejarás a viuda ni a huérfano. Si lo haces, clamarán a mí, y yo oiré su clamor» (Ex 22, 21-22; cf. Pr 22, 22-23; Si 4, 1-10). Defender al pobre es honrar a Dios, Padre de los pobres. Por tanto, se justifica y se recomienda la generosidad con respecto a ellos (cf. Dt 15, 1-11; 24, 10-15; Pr 14, 21; 17, 5).

En la progresiva profundización del tema de la pobreza, ésta va asumiendo poco a poco un valor religioso. Dios habla de «sus» pobres (cf. Is 49, 13), que llegan a identificarse con «el resto de Israel», pueblo humilde y pobre, según una expresión del profeta Sofonías (cf. So 3, 12). También del futuro Mesías se dice que se interesará por los pobres y oprimidos, como afirma Isaías en el conocido texto sobre el retoño que brotará del tronco de Jesé: «Juzgará con justicia a los pobres y sentenciará con rectitud a los oprimidos de la tierra» (Is 11, 4).

3. Por eso, en el Nuevo Testamento se anuncia a los pobres la buena nueva de la liberación, como Jesús mismo subraya, aplicándose la profecía del libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19, cf. Is 61, 1-2).

Es preciso asumir la actitud interior del pobre para poder participar del «Reino de los cielos» (cf. Mt 5, 3; Lc 6, 20). En la parábola de la gran cena los pobres y los lisiados, los ciegos y los cojos, es decir, todas las clases sociales más afligidas y marginadas, son invitados al banquete (cf. Lc 14, 21). Santiago dirá que Dios «escogió a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que le aman» (St 2, 5).

4. La pobreza «evangélica» implica siempre un gran amor a los más pobres de este mundo. En este tercer año de preparación para el gran jubileo es necesario redescubrir a Dios como Padre providente que se inclina sobre los sufrimientos humanos para elevar a los que se encuentran inmersos en ellos. También nuestra caridad debe traducirse en participación y promoción humana, entendida como crecimiento integral de toda persona.

La radicalidad evangélica ha impulsado a numerosos discípulos de Jesús, a lo largo de la historia, a buscar la pobreza hasta el punto de vender sus bienes y darlos como limosna. La pobreza aquí llega a ser una virtud que, además de aligerar la situación del pobre, se transforma en camino espiritual gracias al cual puede alcanzar la verdadera riqueza, o sea, un tesoro inagotable en los cielos (cf. Lc 12, 32-34). La pobreza material nunca es fin en sí misma, sino un medio para seguir a Cristo, el cual, como recuerda san Pablo a los Corintios, «siendo rico, se hizo pobre por vosotros, a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8, 9).

5. Aquí no puedo por menos de destacar, una vez más, que los pobres constituyen el desafío actual, sobre todo para los pueblos ricos de nuestro planeta, donde millones de personas viven en condiciones inhumanas y muchos, literalmente, mueren de hambre. No se puede anunciar a Dios Padre a estos hermanos sin el compromiso de colaborar en nombre de Cristo con vistas a la construcción de una sociedad más justa.

La Iglesia se ha esforzado siempre, especialmente con su magisterio social, desde la Rerum novarum hasta la Centesimus annus, por afrontar el tema de los más pobres. El gran jubileo del año 2000 debe vivirse como una nueva ocasión de fuerte conversión de los corazones, para que el Espíritu Santo suscite en esta dirección nuevos testigos. Los cristianos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la humanidad se libre de la plaga de la pobreza (cf. Centesimus annus, 57).(*)

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(*) 57. Para la Iglesia el mensaje social del Evangelio no debe considerarse como una teoría, sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción. Impulsados por este mensaje, algunos de los primeros cristianos distribuían sus bienes a los pobres, dando testimonio de que, no obstante las diversas proveniencias sociales, era posible una convivencia pacífica y solidaria. Con la fuerza del Evangelio, en el curso de los siglos, los monjes cultivaron las tierras; los religiosos y las religiosas fundaron hospitales y asilos para los pobres; las cofradías, así como hombres y mujeres de todas las clases sociales, se comprometieron en favor de los necesitados y marginados, convencidos de que las palabras de Cristo: «Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mí» (Mt 25, 40) no deben quedarse en un piadoso deseo, sino convertirse en compromiso concreto de vida.

Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna. De esta conciencia deriva también su opción preferencial por los pobres, la cual nunca es exclusiva ni discriminatoria de otros grupos. Se trata, en efecto, de una opción que no vale solamente para la pobreza material, pues es sabido que, especialmente en la sociedad moderna, se hallan muchas formas de pobreza no sólo económica, sino también cultural y religiosa. El amor de la Iglesia por los pobres, que es determinante y pertenece a su constante tradición, la impulsa a dirigirse al mundo en el cual, no obstante el progreso técnico-económico, la pobreza amenaza con alcanzar formas gigantescas. En los países occidentales existe la pobreza múltiple de los grupos marginados, de los ancianos y enfermos, de las víctimas del consumismo y, más aún, la de tantos prófugos y emigrados; en los países en vías de desarrollo se perfilan en el horizonte crisis dramáticas si no se toman a tiempo medidas coordinadas internacionalmente. (Centesimus annus, 57).

 

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org



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