Catequesis sobre DIOS PADRE  
por el Siervo de Dios
JUAN PABLO II

(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.

 
AMAR A DIOS CON TODO EL CORAZÓN, CON TODA EL ALMA Y CON TODAS LAS FUERZAS
 
Audiencia del miércoles 13 de octubre de 1999
 
 

1. En el antiguo Israel el mandamiento fundamental del amor a Dios estaba incluido en la oración que se rezaba diariamente: «El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Queden en tu corazón estos mandamientos que te doy hoy. Se los repetirás a tus hijos y les hablarás siempre de ellos, cuando estés en tu casa, cuando viajes, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6, 4-7)

En la base de esta exigencia de amar a Dios de modo total se encuentra el amor que Dios mismo tiene al hombre. Del pueblo al que ama con un amor de predilección espera una auténtica respuesta de amor. Es un Dios celoso (cf. Ex 20, 5), que no puede tolerar la idolatría, la cual constituye una continua tentación para su pueblo. De ahí el mandamiento: «No tendrás otros dioses delante mí» (Ex 20, 3).

Israel comprende progresivamente que, por encima de esta relación de profundo respeto y adoración exclusiva, debe tener con respecto al Señor una actitud de hijo e incluso de esposa. En ese sentido se ha de entender y leer el Cantar de los cantares, que transfigura la belleza del amor humano en el diálogo nupcial entre Dios y su pueblo.

El libro del Deuteronomio recuerda dos características esenciales de ese amor. La primera es que el hombre nunca sería capaz de tenerlo, si Dios no le diera la fuerza mediante la «circuncisión del corazón» (cf. Dt 30, 6), que elimina del corazón todo apego al pecado. La segunda es que ese amor, lejos de reducirse al sentimiento, se hace realidad «siguiendo los caminos» de Dios, «cumpliendo sus mandamientos, preceptos y normas» (Dt 30, 16). Ésta es la condición para tener «vida y felicidad», mientras que volver el corazón hacia otros dioses lleva a encontrar «muerte y desgracia» (Dt 30, 15).

2. El mandamiento del Deuteronomio no cambia en la enseñanza de Jesús, que lo define «el mayor y el primer mandamiento», uniéndole íntimamente el del amor al prójimo (cf. Mt 22, 4-40). Al volver a proponer ese mandamiento con las mismas palabras del Antiguo Testamento, Jesús muestra que en este punto la Revelación ya había alcanzado su cima.

Al mismo tiempo, precisamente en la persona de Jesús el sentido de este mandamiento asume su plenitud. En efecto, en Él se realiza la máxima intensidad del amor del hombre a Dios. Desde entonces en adelante amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, significa amar al Dios que se reveló en Cristo y amarlo participando del amor mismo de Cristo, derramado en nosotros «por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5, 5).

3. La caridad constituye la esencia del «mandamiento» nuevo que enseñó Jesús. En efecto, la caridad es el alma de todos los mandamientos, cuya observancia es ulteriormente reafirmada, más aún, se convierte en la demostración evidente del amor a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es a la vez amor a Jesús, representa la condición para ser amados por el Padre: «El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y Yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21).

El amor a Dios, que resulta posible gracias al don del Espíritu, se funda, por tanto, en la mediación de Jesús, como Él mismo afirma en la oración sacerdotal: «Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos» (Jn 17, 26). Esta mediación se concreta sobre todo en el don que Él ha hecho de su vida, don que por una parte testimonia el amor mayor y, por otra, exige la observancia de lo que Jesús manda: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 13-14).

La caridad cristiana acude a esta fuente de amor, que es Jesús, el Hijo de Dios entregado por nosotros. La capacidad de amar como Dios ama se ofrece a todo cristiano como fruto del misterio pascual de muerte y Resurrección.

4. La Iglesia ha expresado esta sublime realidad enseñando que la caridad es una virtud teologal, es decir, una virtud que se refiere directamente a Dios y hace que las criaturas humanas entren en el círculo del amor trinitario. En efecto, Dios Padre nos ama como ama Cristo, viendo en nosotros Su imagen. Ésta, por decirlo así, es dibujada en nosotros por el Espíritu Santo, que como un artista de iconos la realiza en el tiempo.

También es el Espíritu Santo quien traza en lo más íntimo de nuestra persona las líneas fundamentales de la respuesta cristiana. El dinamismo del amor a Dios brota de una especie de «con-naturalidad» realizada por el Espíritu Santo, que nos «diviniza», según el lenguaje de la tradición oriental.

Con la fuerza del Espíritu Santo, la caridad anima la vida moral del cristiano, orienta y refuerza todas las demás virtudes, las cuales edifican en nosotros la estructura del hombre nuevo. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, «el ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es el "vínculo de la perfección" (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino» (n. 1827). Como cristianos, estamos siempre llamados al amor.

 

ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org



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