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(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice
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PATER NOSTER |
Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
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Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
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EL DON DE LA INDULGENCIA
"...El punto de partida para
comprender la indulgencia es la abundancia de la misericordia de Dios,
manifestada en la Cruz de Cristo. Jesús crucificado es la
gran «indulgencia» que el Padre ha ofrecido a la humanidad,
mediante el perdón de las culpas y la posibilidad de la vida
filial (cf. Jn 1, 12-13) en el Espíritu Santo (cf. Ga
4, 6; Rm 5, 5; 8, 15-16)..."
Audiencia del miércoles 29 de setiembre de 1999
1. En íntima conexión con el
sacramento de la penitencia, se presenta a nuestra reflexión un
tema que guarda una relación muy directa con la celebración del
jubileo: me refiero al don de la indulgencia, que en el año
jubilar se ofrece con especial abundancia, como está previsto en
la bula
Incarnationis mysterium
(*) y en las disposiciones
anexas de la Penitenciaría apostólica.
Se trata de un tema
delicado, sobre el que no han faltado incomprensiones históricas,
que han influido negativamente incluso en la comunión entre los
cristianos. En el actual marco ecuménico, la Iglesia siente la
exigencia de que esta antigua práctica, entendida como expresión
significativa de la misericordia de Dios, se comprenda y acoja
bien. En efecto, la experiencia demuestra que a veces se recurre a
las indulgencias con actitudes superficiales, que acaban por hacer
inútil el don de Dios, arrojando sombra sobre las verdades y los
valores propuestos por la enseñanza de la Iglesia.
2. El punto de partida para
comprender la indulgencia es la abundancia de la misericordia de
Dios, manifestada en la Cruz de Cristo. Jesús crucificado es la
gran «indulgencia» que el Padre ha ofrecido a la humanidad,
mediante el perdón de las culpas y la posibilidad de la vida
filial (cf. Jn 1, 12-13) en el Espíritu Santo (cf. Ga
4, 6; Rm 5, 5; 8, 15-16).
Ahora bien, este don, en la
lógica de la alianza que es el núcleo de toda la economía de la
salvación, no nos llega sin nuestra aceptación y nuestra
correspondencia.
A la luz de este principio,
no es difícil comprender que la reconciliación con Dios, aunque
está fundada en un ofrecimiento gratuito y abundante de
misericordia, implica al mismo tiempo un proceso laborioso, en el
que participan el hombre, con su compromiso personal, y la
Iglesia, con su ministerio sacramental. Para el perdón de los
pecados cometidos después del bautismo, ese camino tiene su centro
en el sacramento de la penitencia, pero se desarrolla también
después de su celebración. En efecto, el hombre debe ser
progresivamente «sanado» con respecto a las consecuencias
negativas que el pecado ha producido en él (y que la tradición
teológica llama «penas» y «restos» del pecado).
3. A primera vista, hablar
de penas después del perdón sacramental podría parecer poco
coherente. Con todo, el Antiguo Testamento nos demuestra que es
normal sufrir penas reparadoras después del perdón. En efecto,
Dios, después de definirse «Dios misericordioso y clemente, (...)
que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado», añade: «pero
no los deja impunes» (Ex 34, 6-7). En el segundo libro de
Samuel, la humilde confesión del rey David después de su grave
pecado le alcanza el perdón de Dios (cf. 2 S 12, 13), pero
no elimina el castigo anunciado (cf. 2 S 12, 11; 16, 21).
El amor paterno de Dios no excluye el castigo, aunque éste se ha
de entender dentro de una justicia misericordiosa que restablece
el orden violado en función del bien mismo del hombre (cf. Hb
12, 4-11).
En ese contexto,
la pena
temporal expresa la condición de sufrimiento de aquel que, aun
reconciliado con Dios, está todavía marcado por los «restos» del
pecado, que no le permiten una total apertura a la gracia.
Precisamente con vistas a una curación completa, el pecador está
llamado a emprender un camino de purificación hacia la plenitud
del amor.
En este camino la
misericordia de Dios le sale al encuentro con ayudas especiales.
La misma pena temporal desempeña una función de «medicina» en la
medida en que el hombre se deja interpelar para su conversión
profunda. Éste es el significado de la «satisfacción» que requiere
el sacramento de la penitencia.
4. El sentido de las
indulgencias se ha de comprender en este horizonte de renovación
total del hombre en virtud de la gracia de Cristo Redentor
mediante el ministerio de la Iglesia. Tienen su origen histórico
en la conciencia que tenía la Iglesia antigua de que podía
expresar la misericordia de Dios mitigando las penitencias
canónicas infligidas para la remisión sacramental de los pecados.
Sin embargo, la mitigación siempre quedaba balanceada por
compromisos, personales y comunitarios, que asumieran, como
sustitución, la función «medicinal» de la pena.
Ahora podemos comprender el
hecho de que por indulgencia se entiende «la remisión ante Dios de
la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la
culpa, que un fiel, dispuesto y cumpliendo determinadas
condiciones, consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como
administradora de la Redención, distribuye y aplica con autoridad
el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos»
(Enchiridion
indulgentiarum, Normae de indulgentiis, Librería Editora
Vaticana 1999, p. 21; cf.
Catecismo de la Iglesia
Católica,
n. 1471).
Así pues, existe el
tesoro de la Iglesia, que se «distribuye» a través de las
indulgencias. Esa «distribución» no ha de entenderse a manera de
transferencia automática, como si se tratara de «cosas». Más bien,
es expresión de la plena confianza que la Iglesia tiene de ser
escuchada por el Padre cuando, -en consideración de los méritos de
Cristo y, por su don, también de los de la Virgen y los santos le
pide que mitigue o anule el aspecto doloroso de la pena,
desarrollando su sentido medicinal a través de otros itinerarios
de gracia. En el misterio insondable de la sabiduría divina, este
don de intercesión puede beneficiar también a los fieles difuntos,
que reciben sus frutos del modo propio de su condición.
5. Se ve entonces cómo las
indulgencias, lejos de ser una especie de «descuento» con respecto
al compromiso de conversión, son más bien una ayuda para un
compromiso más firme, generoso y radical. Este compromiso se exige
de tal manera, que para recibir la indulgencia plenaria se
requiere como condición espiritual la exclusión «de todo afecto
hacia cualquier pecado, incluso venial» (Enchiridion
indulgentiarum, p. 25).
Por
eso, erraría quien pensara que puede recibir este don simplemente
realizando algunas actividades exteriores. Al contrario, se
requieren como expresión y apoyo del camino de conversión. En
particular manifiestan la fe en la abundancia de la misericordia
de Dios y en la maravillosa realidad de la comunión que Cristo ha
realizado, uniendo indisolublemente la Iglesia a sí mismo como su
Cuerpo y su Esposa.
(*) En la
indulgencia se manifiesta la plenitud de la misericordia del
Padre, que sale al encuentro de todos con su amor, manifestado en
primer lugar con el perdón de las culpas. Ordinariamente Dios
Padre concede su perdón mediante el sacramento de la Penitencia y
de la Reconciliación. En efecto, el caer de manera consciente y
libre en pecado grave separa al creyente de la vida de la gracia
con Dios y, por ello mismo, lo excluye de la santidad a la que
está llamado. La Iglesia, habiendo recibido de Cristo el poder de
perdonar en su nombre (cf. Mt 16, 19; Jn 20, 23), es en el mundo
la presencia viva del amor de Dios que se inclina sobre toda
debilidad humana para acogerla en el abrazo de su misericordia.
Precisamente a través del ministerio de su Iglesia, Dios extiende
en el mundo su misericordia mediante aquel precioso don que, con
nombre antiguo, se llama «indulgencia».
(...) La
reconciliación con Dios no excluye la permanencia de algunas
consecuencias del pecado, de las cuales es necesario purificarse.
Es precisamente en este ámbito donde adquiere relieve la
indulgencia, con la que se expresa el «don total de la
Misericordia de Dios». Con la indulgencia se condona al pecador
arrepentido la pena temporal por los pecados ya perdonados en
cuanto a la culpa. (Incarnationis mysterium,
9)
Esta doctrina sobre
las indulgencias enseña, pues, en primer lugar «lo malo y
amargo que es haber abandonado a Dios» (cf. Jr 2, 19). Los
fieles, al ganar las indulgencias, advierten que no pueden expiar
con solas sus fuerzas el mal que al pecar se han infligido a sí
mismos y a toda la comunidad, y por ello son movidos a una
humildad saludable. Además, la verdad sobre la comunión de los
santos, que une a los creyentes con Cristo y entre sí, nos enseña
lo mucho que cada uno puede ayudar a los demás —vivos o difuntos—
para estar cada vez más íntimamente unidos al Padre celestial.(Incarnationis mysterium,
10)
ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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