|
(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice
|
|
PATER NOSTER |
Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
|
Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
|
|
EL CAMINO DE CONVERSIÓN A DIOS COMO LIBERACIÓN DEL MAL
"...Aunque en Jesús tuvo lugar la derrota del
maligno, cada uno de nosotros debe aceptar libremente esta victoria,
hasta que el mal sea eliminado completamente. Por tanto, la lucha
contra el mal requiere esfuerzo y vigilancia continua. La liberación
definitiva se vislumbra sólo desde una perspectiva escatológica (cf.
Ap 21, 4)..."
Audiencia del miércoles 18 de agosto de 1999
1.Entre los temas propuestos de modo especial a
la consideración del pueblo de Dios durante este tercer año de
preparación para el gran jubileo del año 2000, encontramos la
conversión, que incluye la liberación del mal (cf.
Tertio
millennio adveniente, 50). Se trata de un tema profundamente
vinculado a nuestra experiencia. En efecto, toda la historia
personal y comunitaria se presenta en gran parte como una lucha
contra el mal. La invocación «líbranos del mal» o del «maligno»,
contenida en el Padre nuestro, enmarca nuestra oración para que nos
alejemos del pecado y seamos liberados de toda connivencia con el
mal. Nos recuerda la lucha diaria, pero, sobre todo, nos recuerda el
secreto para vencerla: la fuerza de Dios, que se ha manifestado y se
nos ofrece en Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.
2853).
2. El mal moral es causa de sufrimiento, que
viene presentado, sobre todo en el Antiguo Testamento, como castigo
debido a comportamientos en contraste con la ley de Dios. Por otra
parte, la Sagrada Escritura pone de manifiesto que, después del
pecado, se puede implorar la misericordia de Dios, es decir, el
perdón de la culpa y el fin de las penas que derivan de ella. La
vuelta sincera a Dios y la liberación del mal son dos aspectos de un
único camino. Así, por ejemplo, Jeremías exhorta al pueblo: «Volved,
hijos apóstatas; yo remediaré vuestras apostasías» (Jr 3,
22). En el libro de las Lamentaciones se subraya la perspectiva de
la vuelta al Señor (cf. Lm 5, 21) y la experiencia de su
misericordia: «Que el amor de Dios no se ha acabado, ni se ha
agotado su ternura; cada mañana se renuevan: ¡grande es tu lealtad!»
(Lm 3, 22-23).
Toda la historia de Israel se relee a la luz de
la dialéctica «pecado-castigo, arrepentimiento-misericordia» (cf.,
por ejemplo, Jc 3, 7-10): éste es el núcleo central de la
tradición deuteronomista. La misma destrucción histórica del reino y
de la ciudad de Jerusalén se interpreta como un castigo divino por
la falta de fidelidad a la alianza.
3. En la Biblia, la lamentación que el hombre
dirige a Dios cuando se encuentra sumido en el dolor, va acompañada
por el reconocimiento del pecado cometido y por la confianza en su
intervención liberadora. La confesión de la culpa es uno de los
elementos que manifiestan esta confianza. A este propósito, son muy
indicativos algunos Salmos que expresan con fuerza la confesión de
la culpa y el dolor por el propio pecado (cf. Sal 38, 19; 41,
5). Esta admisión de la culpa, descrita eficazmente en el Salmo 50,
es imprescindible para empezar una vida nueva. La confesión del
propio pecado pone de relieve, indirectamente, la justicia de Dios:
«Contra Ti, contra Ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces; en
la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente» (Sal
50, 6). En los Salmos se repite continuamente la invocación de ayuda
y la espera confiada de la liberación de Israel (cf. Sal 88 y
130). Jesús mismo en la Cruz oró con el Salmo 22 para obtener la
intervención amorosa del Padre en la hora suprema.
4. Jesús, dirigiéndose con esas palabras al
Padre, manifiesta la espera de la liberación del mal que, según la
visión bíblica, se realiza a través de una persona que acepta el
sufrimiento con su valor expiatorio: es el caso de la figura
misteriosa del Siervo del Señor en Isaías (cf. Is 42, 1-9;
49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13-53, 12). También otros personajes cumplen
la misma función, como el profeta que carga con la culpa y expía las
injusticias de Israel (cf. Ez 4, 4-5), el traspasado, al que
mirarán (cf. Za 12, 10-11 y Jn 19, 37; cf. también Ap
1, 7), y los mártires, que aceptan su sufrimiento como expiación por
los pecados de su pueblo (cf. 2 M 7, 37-38).
Jesús asume todas estas figuras y las
reinterpreta. Sólo en Él y por Él tomamos conciencia del mal, e
invocamos al Padre para que nos libere.
En la oración del Padre nuestro se hace
referencia explícita al mal; el término ponerós (cf. Mt
6, 13), que en sí mismo es un adjetivo, aquí puede indicar una
personificación del mal. Éste es causado en el mundo por el ser
espiritual al que la revelación bíblica llama diablo o Satanás, que
se opone libremente a Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica,
n. 2851 s). La «malignidad» humana, constituida por el poder
demoníaco o suscitada por su influencia, se presenta también en
nuestros días de forma atrayente, seduciendo las mentes y los
corazones, para hacer perder el sentido mismo del mal y del pecado.
Se trata del «misterio de iniquidad», del que habla San Pablo (cf.
2 Ts 2, 7). Desde luego, está relacionado con la libertad del
hombre, «mas dentro de su mismo peso humano obran factores por razón
de los cuales el pecado se sitúa más allá de lo humano, en aquella
zona límite donde la conciencia, la voluntad y la sensibilidad del
hombre están en contacto con las oscuras fuerzas que, según san
Pablo, obran en el mundo hasta enseñorearse de él»
(Reconciliatio
et paenitentia, 14).
Por desgracia, los seres humanos pueden llegar a
ser protagonistas de maldad, es decir, «generación malvada y
adúltera» (Mt 12, 39).
5. Creemos que Jesús ha vencido definitivamente a
Satanás, y que, de este modo, ha logrado que ya no le temamos. A
cada generación la Iglesia vuelve a presentarle, como el apóstol
Pedro en su conversación con Cornelio, la imagen liberadora de Jesús
de Nazaret, que «pasó haciendo el bien y curando a todos los
oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él» (Hch 10,
38).
Aunque en Jesús tuvo lugar la derrota del
maligno, cada uno de nosotros debe aceptar libremente esta victoria,
hasta que el mal sea eliminado completamente. Por tanto, la lucha
contra el mal requiere esfuerzo y vigilancia continua. La liberación
definitiva se vislumbra sólo desde una perspectiva escatológica (cf.
Ap 21, 4).
Más allá de nuestras fatigas y de nuestros mismos
fracasos, perduran estas consoladoras palabras de Cristo: «En el
mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo» (Jn
16, 33).
¯¯¯
LA FE ENRAIZADA EN LA PALABRA DE DIOS
Audiencia del
miércoles 19 de junio de 1985
1. Reanudamos el tema
sobre la fe. Según la doctrina contenida en la
Constitución
Dei Verbum,
la fe cristiana es la respuesta consciente y
libre del hombre a la auto-revelación de Dios,
que llegó a su plenitud en Jesucristo. Mediante
lo que San Pablo llama «la obediencia de la fe»
(Cfr. Rom 16, 26; 1, 5; 2 Cor
10, 5-6), todo el hombre se abandona a Dios,
aceptando como verdad lo que se contiene en la
palabra divina de la Revelación. La fe es
obra de la gracia que actúa en la
inteligencia y en la voluntad del hombre, y, a
la vez, es un acto consciente y libre del
sujeto humano.La fe, don de Dios al
hombre, es también una virtud teologal y
simultáneamente una disposición estable del
espíritu, es decir, un hábito o actitud interior
duradera. Por esto exige que el hombre creyente
la cultive siempre, cooperando activa y
conscientemente con la gracia que Dios le
ofrece.
2. Puesto que la fe encuentra su fuente en la
Revelación divina, un aspecto esencial de la
colaboración con la gracia de la fe se da
por el constante y, en cuanto sea posible,
sistemático contacto con la Sagrada Escritura,
en la que se nos ha transmitido la verdad
revelada por Dios en su forma más genuina. Esto
halla expresión múltiple en la vida de la
Iglesia, como leemos también en la Constitución
Dei Verbum.
«Toda la predicación de la Iglesia, como toda
la religión cristiana, se ha de alimentar y
regir con la Sagrada Escritura. En los libros
sagrados hay puestos tanta eficacia y poder,
que constituyen sustento y vigor de la Iglesia,
firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma,
fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por
eso se aplica a la Escritura de modo especial
aquellas palabras: la palabra de Dios es viva y
enérgica (Heb 4, 12), "puede edificar y
dar la herencia a todos los consagrados" (Hech
20, 32; cfr. 1 Tes 2, 13)» ( Dei
Verbum,
21).
3. He aquí por qué la Constitución
Dei Verbum,
refiriéndose a la enseñanza de los Padres de la
Iglesia, no duda en poner juntas las «dos
mesas», es decir, la mesa de la Palabra
de Dios y la del Cuerpo del Señor, y hace
notar que la Iglesia no cesa «sobre todo en la
sagrada liturgia de tomar el pan de la vida» de
ambas mesas, «y de repartirlo a sus fieles»
(Cfr.
Dei Verbum,
21). Efectivamente la Iglesia siempre ha
considerado y continúa considerando la Sagrada
Escritura, juntamente con la Sagrada Tradición,
«como suprema norma de su fe» (Ib.), y
como tal la ofrece a los fieles para su vida
cotidiana.
4. De aquí se derivan algunas
orientaciones prácticas que tienen gran
importancia para la consolidación de la fe en la
palabra del Dios vivo. Se aplican de modo
particular a los obispos, «depositarios de la
doctrina apostólica» (San Irineo, Ad. Haer.
IV, 32, 1; Pág 7, 1071), que «han sido
constituidos por el Espíritu Santo para
apacentar la Iglesia de Dios» (cf. Act
20, 28); pero respectivamente también a todos
los sectores del Pueblo de Dios: los
presbíteros, especialmente los párrocos, los
diáconos, los religiosos, los laicos, las
familias.
Ante todo «los fieles han de tener fácil
acceso la Sagrada Escritura» ( Dei
Verbum,
22). Aquí surge la cuestión de las
traducciones de los libros sagrados. «La
Iglesia desde el principio hizo suya la
traducción del Antiguo Testamento llamada de los
Setenta; y siempre ha honrado las demás
traducciones orientales y latinas» (ib.).
La Iglesia procura también incesantemente que
«se hagan traducciones exactas y adaptadas en
diversas lenguas, sobre todo partiera de los
textos originales» (ib.).
La Iglesia no es contraria a la iniciativa de
traducciones «en colaboración con los hermanos
separados» ( Dei
Verbum,
22): las llamadas traducciones ecuménicas.
Estas con el oportuno permiso de la Iglesia,
pueden usarlas también los católicos.
5. La tarea sucesiva se conexiona con la
correcta comprensión de la palabra de la
divina Revelación: el "intellectus fidei", que
culmina en la teología. Con esta finalidad
recomienda el Concilio «el estudio de los Padres
de la Iglesia, orientales y occidentales, y el
estudio de la liturgia» ( Dei
Verbum,
23), y atribuye gran importancia al trabajo de
los exegetas y de los teólogos, siempre en
íntima relación con la Sagrada Escritura: «La
sagrada teología se apoya, como en cimiento
perdurable, en la Sagrada Escritura,
unida a la Sagrada Tradición; así se mantiene
firme y recobra su juventud, penetrando a la luz
de la fe la verdad escondida en el misterio de
Cristo... Por eso, la Escritura debe ser el alma
de la teología» (Dei
Verbum,
24).
El Concilio dirige una llamada a los exegetas
y a todos los teólogos, para que ofrezcan «al
Pueblo de Dios el alimento de la Escritura, que
alumbre el entendimiento, confirme la voluntad,
encienda el corazón de los hombres en amor a
Dios» ( Dei
Verbum,
23). Conforme con lo que se ha dicho antes sobre
las reglas de la transmisión de la Revelación,
los exegetas y los teólogos deben ejercer su
tarea «bajo la vigilancia del Magisterio» (ib.)
y, al mismo tiempo, con la aplicación de los
medios oportunos y métodos científicos (cf.
Dei Verbum,
23).
6. Luego se abre el amplio y múltiple
ministerio de la Palabra en la Iglesia: «La
predicación pastoral la catequesis, toda la
instrucción cristiana» (especialmente la homilética litúrgica)... Todo este ministerio
«se nutre con la palabra de la Escritura» (cf.
Dei Verbum,
24).
Por esto, a todos los que ejercen el servicio
de la Palabra se les recomienda que «comuniquen
a los fieles... las sobreabundantes riquezas de
la Palabra divina» ( Dei
Verbum,
25). Con este fin, es indispensable la
lectura, el estudio y la meditación oración,
a fin de que no sea un «predicador vacío de la
Palabra de Dios, quien no la escucha dentro de
sí» (San Agustín, Serm. 179, 1; PL
38, 966).
7. El Concilio dirige esta exhortación a
todos los fieles, haciendo referencia a las
palabras de San Jerónimo: «pues desconocer la
Escritura es desconocer a Cristo» (San Jerónimo,
Comm. in Is., pral.: PL 24-27). El
Concilio recomienda, pues, a todos no sólo la
lectura, sino también la oración, que
debe acompañar a la lectura de la Sagrada
Escritura: «...por la lectura y estudio de los
libros sagrados... el tesoro de la Revelación,
encomendado a la Iglesia, vaya llenando el
corazón de los hombres» ( Dei
Verbum,
26). Este "llenar el corazón" es simultáneo a la
consolidación de nuestro "credo» cristiano en la
Palabra del Dios viviente.
|
¯¯¯
ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
|
|
Libro de Visitas
|
|
|