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(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice
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PATER NOSTER |
Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum
tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem:
sed libera nos a malo.
Amen.
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Padre nuestro, que
estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro
pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.
Amén.
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LA MUERTE COMO ENCUENTRO CON EL PADRE
Audiencia del miércoles 2 de junio de 1999
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Estén prevenidos, porque
ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si
el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el
ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a
la hora menos pensada. ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y
previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para
distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor
a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les
aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un
mal servidor, que piensa: 'Mi señor tardará', y se dedica a golpear
a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor
llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él
correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y
rechinar de dientes. (San Mateo, 24, 42-51)
«Bienaventurados los que mueren en el
Señor. Sí -dice el Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus
obras los acompañan» (Ap 14, 13).
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Queridos hermanos y hermanas:1. Después de haber reflexionado sobre el destino
común de la humanidad, tal como se realizará al final de los
tiempos, hoy queremos dirigir nuestra atención a otro tema que nos
atañe de cerca: el significado de la muerte. Actualmente resulta
difícil hablar de la muerte porque la sociedad del bienestar tiende
a apartar de sí esta realidad, cuyo solo pensamiento le produce
angustia. En efecto, como afirma el Concilio, «ante la muerte, el
enigma de la condición humana alcanza su culmen» (Gaudium et spes,
18). Pero sobre esta realidad la palabra de Dios, aunque de modo
progresivo, nos brinda una luz que esclarece y consuela.
En el Antiguo Testamento las primeras
indicaciones nos las ofrece la experiencia común de los mortales,
todavía no iluminada por la esperanza de una vida feliz después de
la muerte. Por lo general se pensaba que la existencia humana
concluía en el «sheol», lugar de sombras, incompatible con la vida
en plenitud. A este respecto son muy significativas las palabras del
libro de Job: «¿No son pocos los días de mi existencia? Apártate de
mí para que pueda gozar de un poco de consuelo, antes de que me
vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombras,
tierra de negrura y desorden, donde la claridad es como la
oscuridad» (Jb 10, 20-22).
2. En esta visión dramática de la muerte se va
abriendo camino lentamente la revelación de Dios, y la reflexión
humana descubre un nuevo horizonte, que recibirá plena luz en el
Nuevo Testamento.
Se comprende, ante todo, que, si la muerte es el
enemigo inexorable del hombre, que trata de dominarlo y someterlo a
su poder, Dios no puede haberla creado, pues no puede recrearse en
la destrucción de los hombres (cf. Sb 1, 13). El proyecto
originario de Dios era diverso, pero quedó alterado a causa del
pecado cometido por el hombre bajo el influjo del demonio, como
explica el libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre para la
incorruptibilidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por
envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan
los que le pertenecen» (Sb 2, 23-24). Esta concepción se
refleja en las palabras de Jesús (cf. Jn 8, 44) y en ella se
funda la enseñanza de San Pablo sobre la Redención de Cristo, nuevo
Adán (cf. Rm 5, 12.17; 1 Co 15, 21). Con su muerte y
Resurrección, Jesús venció el pecado y la muerte, que es su
consecuencia.
3. A la luz de lo que Jesús realizó, se comprende
la actitud de Dios Padre frente a la vida y la muerte de sus
criaturas. Ya el salmista había intuido que Dios no puede abandonar
a sus siervos fieles en el sepulcro, ni dejar que su santo
experimente la corrupción (cf. Sal 16, 10). Isaías anuncia un
futuro en el que Dios eliminará la muerte para siempre, enjugando
«las lágrimas de todos los rostros» (Is 25, 8) y resucitando
a los muertos para una vida nueva: «Revivirán tus muertos; tus
cadáveres resurgirán. Despertarán y darán gritos de júbilo los
moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra
parirá sombras» (Is 26, 19). Así, en vez de la muerte como
realidad que acaba con todos los seres vivos, se impone la imagen de
la tierra que, como madre, se dispone al parto de un nuevo ser vivo
y da a luz al justo destinado a vivir en Dios. Por esto, «aunque los
justos, a juicio de los hombres, sufran castigos, su esperanza está
llena de inmortalidad» (Sb 3, 4).
La esperanza de la resurrección es afirmada
magníficamente en el segundo libro de los Macabeos por siete
hermanos y su madre en el momento de sufrir el martirio. Uno de
ellos declara: «Por don del cielo poseo estos miembros; por sus
leyes los desdeño y de él espero recibirlos de nuevo» (2 M 7,
11). Otro, «ya en agonía, dice: es preferible morir a manos de
hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo
por él» (2 M 7, 14). Heroicamente, su madre los anima a
afrontar la muerte con esta esperanza (cf. 2 M 7, 29).
4. Ya en la perspectiva del Antiguo Testamento
los profetas exhortaban a esperar «el día del Señor» con rectitud,
pues de lo contrario sería «tinieblas y no luz» (cf. Am 5,
18.20). En la revelación plena del Nuevo Testamento se subraya que
todos serán sometidos a juicio (cf. 1 P 4, 5; Rm 14,
10). Pero ante ese juicio los justos no deberán temer, dado que, en
cuanto elegidos, están destinados a recibir la herencia prometida;
serán colocados a la diestra de Cristo, que los llamará «benditos de
mi Padre» (Mt 25, 34; cf. 22, 14; 24, 22. 24).
La muerte que el creyente experimenta como
miembro del Cuerpo místico abre el camino hacia el Padre, que nos
demostró su amor en la muerte de Cristo, «víctima de propiciación
por nuestros pecados» (cf. 1 Jn 4, 10; cf. Rm 5, 7).
Como reafirma el Catecismo de la Iglesia católica, la muerte,
«para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en
la muerte del Señor, para poder participar también en su
resurrección» (n. 1006). Jesús «nos ama y nos ha lavado con su
Sangre de nuestros pecados, y ha hecho de nosotros un reino de
sacerdotes para su Dios y Padre» (Ap 1, 5-6). Ciertamente, es
preciso pasar por la muerte, pero ya con la certeza de que nos
encontraremos con el Padre cuando «este ser corruptible se revista
de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad»
(1
Co 15, 54). Entonces se verá claramente que «la muerte ha sido
devorada en la victoria» (1 Co 15, 54) y se la podrá afrontar
con una actitud de desafío, sin miedo: «¿Dónde está, oh muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Co 15, 55).
Precisamente por esta visión cristiana de la
muerte, san Francisco de Asís pudo exclamar en el Cántico de las
criaturas: «Alabado seas, Señor mío, por nuestra hermana la
muerte corporal» (Fuentes franciscanas, 263). Frente a esta
consoladora perspectiva, se comprende la bienaventuranza anunciada
en el libro del Apocalipsis, casi como coronación de las
bienaventuranzas evangélicas: «Bienaventurados los que mueren en el
Señor. Sí -dice el Espíritu-, descansarán de sus fatigas, porque sus
obras los acompañan» (Ap 14, 13).
TESTAMENTO ESPIRITUAL DE JUAN PABLO II
24.II-1.III.1980
También durante estos ejercicios espirituales he
reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de
Cristo en la perspectiva de aquel tránsito que
para cada uno de nosotros es el momento de la
propia muerte. Del adiós a este mundo -para nacer
a otro, al mundo futuro, signo elocuente (añadido
encima: decisivo) es para nosotros la Resurrección
de Cristo.
He leído por tanto la escritura de mi testamento
del último año, efectuada también durante los
ejercicios espirituales, la he comparado con el
testamento de mi gran predecesor y padre Pablo VI,
con ese testimonio sublime sobre la muerte de un
cristiano y de un Papa y he renovado en mí la
conciencia de las cuestiones a las que se refiere
el registro del 6.III.1979 que yo había preparado
( de forma bastante provisional).
Hoy quiero añadirle solamente ésto, que cada
uno debe tener presente la perspectiva de la
propia muerte. Y debe estar preparado para
presentarse frente al Señor y al Juez y al mismo
tiempo frente al Redentor y al Padre. Así, yo
también lo tengo continuamente en consideración,
confiando ese momento decisivo a la Madre de
Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi
esperanza.
Los tiempos que vivimos, son indeciblemente
difíciles e inquietos. También el camino de la
Iglesia se ha vuelto difícil y tenso, tanto para
los fieles como para los pastores, prueba
característica de estos tiempos. En algunos países
(como por ejemplo en aquel del cual he leído en
los ejercicios espirituales), la Iglesia se
encuentra en un período de persecución tal que no
es inferior al de los primeros siglos, al
contrario, incluso los supera por el grado de
crueldad y de odio. Sanguis martyrum - semen
christianorum. Y además esto: tantas personas
inocentes desaparecen también en este país en que
vivimos...
Deseo una vez más confiarme totalmente a la gracia
del Señor. Él mismo decidirá cuando y cómo tengo
que terminar mi vida terrenal y mi ministerio
pastoral. En la vida y en la muerte Totus
Tuus mediante la Inmaculada. Aceptando ya
desde ahora esta muerte, espero que Cristo me
conceda la gracia para el último pasaje, es decir
la Pascua, (mía). También espero que haga que sea
útil para esta causa tan importante a la que
intento servir: la salvación de la humanidad, la
salvaguardia de la familia humana, y con ella de
todas las naciones y todos los pueblos (entre
ellos también me dirijo de forma particular a mi
Patria terrena), útil para las personas que de
modo particular me ha confiado, para la cuestión
de la Iglesia, para la gloria de Dios.
No quiero añadir nada a lo que escribí hace un
año, solamente manifestar esta prontitud y al
mismo tiempo esta confianza a las que de nuevo me
han dispuesto los ejercicios espirituales.
Totus Tuus ego sum
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"In
hora mortis meae voca me, et iube me venire ad te"
"EN LA HORA DE
MI MUERTE LLÁMAME, Y MÁNDAME IR A TI"
Conclusión
de la Carta a los Ancianos, 1 de octubre de 1999
"...Con este espíritu,
mientras os deseo, queridos hermanos y hermanas
ancianos, que viváis serenamente los años que el
Señor haya dispuesto para cada uno, me resulta
espontáneo compartir hasta el fondo con vosotros
los sentimientos que me animan en este tramo de
mi vida, después de más de veinte años de
ministerio en la sede de Pedro, y a la espera
del tercer milenio ya a las puertas. A pesar de
las limitaciones que me han sobrevenido con la
edad, conservo el gusto de la vida. Doy gracias
al Señor por ello. Es hermoso poderse gastar
hasta el final por la causa del Reino de Dios.
Al mismo tiempo, encuentro una gran paz
al pensar en el momento en el que el Señor me
llame: ¡de vida a vida!
Por
eso, a menudo me viene a los labios, sin asomo
de tristeza alguna, una oración que el sacerdote
recita después de la celebración eucarística:
"In
hora mortis meae voca me, et iube me venire ad
te".
En
la hora de mi muerte llámame, y mándame ir a Ti.
Es
la oración de la esperanza cristiana, que nada
quita a la alegría de la hora presente, sino que
pone el futuro en manos de la divina bondad.
“Iube me venire ad te!: éste es
el anhelo más profundo del corazón humano,
incluso para el que no es consciente de ello.
Concédenos, Señor de la vida, la gracia de
tomar conciencia lúcida de ello y de saborear
como un don, rico de ulteriores promesas, todos
los momentos de nuestra vida.
Haz que acojamos con amor tu voluntad,
poniéndonos cada día en tus manos
misericordiosas.
Cuando venga el momento del “paso”
definitivo, concédenos afrontarlo con ánimo
sereno, sin pesadumbre por lo que dejemos.
Porque al encontrarte a Ti, después de haberte
buscado tanto, nos encontraremos con todo valor
auténtico experimentado aquí en la tierra, junto
a quienes nos han precedido en el signo de la fe
y de la esperanza.
Y tú, María, Madre de la humanidad
peregrina, ruega por nosotros “ahora y en la
hora de nuestra muerte”. Manténnos siempre muy
unidos a Jesús, tu Hijo amado y hermano nuestro,
Señor de la vida y de la gloria. Amen!
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ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
Con aprobación eclesiástica
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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