Catequesis sobre DIOS PADRE  
por el Siervo de Dios
JUAN PABLO II

(en el siglo Karol Wojtyla)
Sumo Pontífice

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.

 
TESTIMONIAR A DIOS PADRE ES LA RESPUESTA CRISTIANA AL ATEÍSMO
 
Audiencia del miércoles 21 de abril de 1999
 

1. «Un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4, 6).

A la luz de estas palabras de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso, queremos reflexionar hoy en el modo como debemos testimoniar a Dios Padre en diálogo con todos los hombres religiosos.

En esta reflexión tendremos dos puntos de referencia: el concilio Vaticano II, con su declaración Nostra aetate sobre «las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas», y la meta, ya cercana, del gran jubileo.

La declaración Nostra aetate puso las bases de un nuevo estilo, el del diálogo, en las relaciones de la Iglesia con las diversas religiones.

Por su parte, el gran jubileo del año 2000 constituye una ocasión privilegiada para testimoniar ese estilo. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente invité a profundizar, precisamente en este año dedicado al Padre, el diálogo con las grandes religiones, entre otros modos, mediante encuentros en lugares significativos (cf. nn. 52-53).

2. En la sagrada Escritura el tema del único Dios, frente a la universalidad de los pueblos que buscan la salvación, se va desarrollando progresivamente hasta alcanzar su culmen de la plena revelación en Cristo. El Dios de Israel, expresado con el tetragrama sagrado, es el Dios de los patriarcas, el Dios que se apareció a Moisés en la zarza ardiente (cf. Ex 3) para liberar a Israel y convertirlo en el pueblo de la alianza. En el libro de Josué se relata la opción por el Señor que se realizó en Siquem, donde la gran asamblea del pueblo eligió a Dios, que se había mostrado benévolo y próvido con él, y abandonó a todos los demás dioses (cf. Jos 24).

Esta opción, en la conciencia religiosa del Antiguo Testamento, se precisa cada vez más en el sentido de un monoteísmo riguroso y universalista. Si el Señor Dios de Israel no es un Dios entre otros muchos, sino el único Dios verdadero, por él deben ser salvadas todas las gentes «hasta los confines de la tierra» (Is 49, 6). La voluntad salvífica universal transforma la historia humana en una gran peregrinación de pueblos hacia un solo centro, Jerusalén, pero sin anular las diversidades étnico-culturales (cf. Ap 7, 9). El profeta Isaías expresa sugestivamente esta perspectiva mediante la imagen de una calzada que lleva de Egipto a Asiria, subrayando que Dios bendice tanto a Israel, como a Egipto y Asiria (cf. Is 19, 23-25). Cada pueblo, conservando plenamente su identidad propia, está llamado a convertirse cada vez más al Dios único, que se reveló a Israel.

3. Esta dimensión «universalista», presente en el Antiguo Testamento, se desarrolla aún más en el Nuevo, el cual nos revela que Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4). La convicción de que Dios está preparando efectivamente a todos los hombres para la salvación funda el diálogo de los cristianos con los hombres religiosos de creencias diversas. El Concilio definió así la actitud de la Iglesia con respecto a las religiones no cristianas: «La Iglesia (...) considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar sin cesar a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).

En los años pasados, algunos han opuesto el diálogo con los hombres religiosos al anuncio, deber primario de la misión salvífica de la Iglesia. En realidad, el diálogo interreligioso es parte integrante de la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 856). Como he reafirmado en varias ocasiones, es fundamental para la Iglesia y expresa su misión salvífica: es un diálogo de salvación (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de septiembre de 1984, p. 18). Por tanto, en el diálogo interreligioso no se trata de renunciar al anuncio, sino de responder a una invitación divina para que el intercambio y la participación lleven a un recíproco testimonio de la propia visión religiosa, a un profundo conocimiento de las respectivas convicciones y a un entendimiento sobre algunos valores fundamentales.

4. La llamada a la «paternidad» común de Dios no resultará, entonces, una vaga llamada universalista, sino que los cristianos la vivirán con la plena conciencia de que el diálogo salvífico pasa por la mediación de Jesús y la obra de su Espíritu. Así, por ejemplo, recogiendo de religiones como la musulmana la fuerte afirmación del Absoluto personal y trascendente con respecto al cosmos y al hombre, podemos, por nuestra parte, ofrecer el testimonio de Dios en lo más íntimo de su vida trinitaria, aclarando que la trinidad de las Personas no atenúa sino que califica la misma unidad divina.

Así también, de los itinerarios religiosos que llevan a concebir la realidad última en sentido monista, como un «Ser» indiferenciado en el que todo confluye, el cristianismo recoge la llamada a respetar el sentido más profundo del misterio divino, por encima de todas las palabras y los conceptos humanos. Y, con todo, no duda en testimoniar la trascendencia personal de Dios, mientras anuncia su paternidad universal y amorosa que se manifiesta plenamente en el misterio de su Hijo, crucificado y resucitado.

Quiera Dios que el gran jubileo sea una magnífica ocasión para que todos los hombres religiosos se conozcan más, a fin de que se estimen y amen en un diálogo que constituya para todos un encuentro de salvación.

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EL PROBLEMA DE LA NO CREENCIA Y DEL ATEÍSMO

Audiencia del miércoles 12 de junio de 1985

1. Creer de modo cristiano significa «aceptar la invitación al coloquio con Dios», abandonándose al propio Creador. Esta fe consciente nos predispone también a ese «diálogo de la salvación» que la Iglesia quiere establecer con todos los hombres del mundo de hoy (Cfr. Pablo VI Enc. Ecclesiam suam: AAS 56, 1964, pág 654), incluso con los no creyentes. «Muchos son... los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan de forma explícita» (Gaudium et Spes, 19), constituida por la fe. Por esto, en la Constitución pastoral Gaudium et Spes el Concilio tomó posición también sobre el tema de la no creencia y del ateísmo. Nos dice además cuán consciente y madura debería ser nuestra fe, de la que con frecuencia tenemos que dar testimonio a los incrédulos y los ateos. Precisamente en la época actual la fe debe ser educada «para poder percibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer» (Gaudium et Spes, 21). Esta es la condición esencial del diálogo de la salvación.

2. La Constitución conciliar hace una análisis breve, pero exhaustivo, del ateísmo. Observa, ante todo, que con este término «se designan realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente (ateísmo); los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal, que reputa como inútil el propio planteamiento de la cuestión (positivismo, cientifismo). Muchos, rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden explicarlo todo sobre la base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre, que dejan sin contenido la fe en Dios, ya que les interesa más... la afirmación del hombre que la negación de Dios. Hay quienes imaginan un Dios por ellos rechazado, que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna... El ateísmo nace... a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto a ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios... La civilización actual, no en sí misma, pero sí por su sobrecarga de apego a la tierra (secularismo), puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios» (Gaudium et Spes, 19).

3. El texto conciliar, como se ve, indica la variedad y la multiplicidad de lo que se oculta bajo el término 'ateísmo'.

Sin duda, muy frecuentemente se trata de una actitud pragmática que es la resultante de la negligencia o de la falta de 'inquietud religiosa'. Sin embargo, en muchos casos, esta actitud tiene sus raíces en todo el modo de pensar del mundo, especialmente del pensar científico. Efectivamente, se acepta como única fuente de certeza cognoscitiva sólo la experiencia sensible, entonces queda excluido el acceso a toda realidad suprasensible, trascendente. Tal actitud cognoscitiva se encuentra también en la base de esa concepción particular que en nuestra época ha tomado el nombre de 'teología de la muerte de Dios'.

Así, pues, los motivos del ateísmo y más frecuentemente aún del agnosticismo de hoy son también de naturaleza teórico-cognoscitiva, no sólo pragmática.

4. El segundo grupo de motivos que pone de relieve el Concilio está unido a esa exagerada exaltación del hombre, que lleva a no pocos a olvidar una verdad tan obvia, como la de que el hombre es un ser contingente y limitado en la existencia. La realidad de la vida y de la historia se encarga de hacernos constatar de modo siempre nuevo que, si hay motivos para reconocer la gran dignidad y el primado del hombre en el mundo visible, sin embargo, no hay fundamento para ver en él al absoluto, rechazando a Dios.

Leemos en la Gaudium et Spes que en el ateísmo moderno «el afán de la autonomía humana lleva a negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el reconocimiento del Señor, autor y fin de todo, o por lo menos tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina» (Gaudium et Spes, 20).

Efectivamente, hoy el ateísmo sistemático pone la «liberación del hombre principalmente en su liberación económica y social». Combate la religión de modo programático, afirmando que ésta obstaculiza la liberación, «porque, al orientar el espíritu humano hacia una vida futura ilusoria, apartará al hombre del esfuerzo por levantar la ciudad temporal». Cuando los defensores de este ateísmo llegan al gobierno de un Estado —añade el texto conciliar— «atacan violentamente a la religión, difundiendo el ateísmo, sobre todo, en el campo educativo, con el uso de todos los medios de presión que tiene a su alcance el poder público» (Gaudium et Spes, 20).

Este último problema exige que se explique de modo claro y firme el principio de la libertad religiosa, confirmado por el Concilio en una Declaración a este propósito, la Dignitatis humanae.

5. Si queremos decir ahora cuál es la actitud fundamental de la Iglesia frente al ateísmo, está claro que ella lo rechaza «con toda firmeza» (Gaudium et Spes, 21),porque está en contraste con la esencia misma de la fe cristiana, la cual incluye la convicción de que la existencia de Dios puede ser alcanzada por la razón. Sin embargo, «La Iglesia aunque rechaza en forma absoluta el ateísmo, reconoce sinceramente que todos los hombres, creyentes y no creyentes, deben colaborar en la edificación de este mundo, en el que viven en común. Esto no puede hacerse sin un prudente y sincero diálogo» (Gaudium et Spes, 21).

Hay que añadir que la Iglesia es particularmente sensible a la actitud de esos hombres que no logran conciliar la existencia de Dios con la múltiple experiencia del mal y del sufrimiento.

Al mismo tiempo, la Iglesia es consciente de que lo que ella anuncia —es decir, el Evangelio y la fe cristiana— «está en armonía con los deseos más profundos del corazón humano, cuando reivindica la dignidad de la vocación del hombre, devolviendo la esperanza a quienes desesperan ya de sus destinos más altos» (Gaudium et Spes, 21).

«Enseña además la Iglesia que la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Cuando, por el contrario, faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas., y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación» (Gaudium et Spes, 21).

Por otra parte, aún rechazando el ateísmo, la Iglesia «quiere conocer las causas de la negación de Dios que se esconden en la mente del hombre ateo. Consciente de la gravedad de los problemas planteados por el ateísmo y movida por el amor que siente a todos los hombres, la Iglesia juzga que los motivos del ateísmo deben ser objeto de serio y más profundo examen» (Gaudium et Spes, 21).En particular, se preocupa de progresar «con continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo» (cf Gaudium et Spes, 21), para remover de su vida todo lo que justamente pueda chocar al que no cree.

6. Con este planteamiento la Iglesia viene en nuestra ayuda una vez más para responder al interrogante: «¿Qué es la fe?. ¿Qué significa creer?, precisamente sobre el fondo de la incredulidad y del ateísmo, el cual a veces adopta formas de lucha programada contra la religión, y especialmente contra el cristianismo. Precisamente teniendo en cuenta esta hostilidad, la fe debe crecer de manera especial consciente, penetrante y madura, caracterizada por un profundo sentido de responsabilidad y de amor hacia todos los hombres. La conciencia de las dificultades, de las objeciones y de las persecuciones deben despertar una disponibilidad aún más plena para dar testimonio 'de nuestra esperanza» (1 Pe 3, 15).

 
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ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de amor. El, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

Con aprobación eclesiástica

CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org



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