ESCUELA DE ORACIÓN DE JUAN PABLO II
"TOTUS TUUS"
ORACIÓN Y MEDITACIONES
ENCUENTRO
7 - PRIMER DOMINGO DEL MES
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MATERIAL
DE APOYO PARA REFLEXIONES, MEDITACIONES Y ORACIONES, PERSONALES
Y/O COMUNITARIAS
Para el Suscriptor de "El Camino de María"
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«Nuestras
comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “Escuelas
de Oración”» (Juan Pablo II)
La Escuela de
oración de Juan Pablo II es una propuesta de meditaciones y ejercicios
orientados a profundizar nuestra relación personal con Dios. Los
textos presentados aquí, aunque pueden ser de ayuda para la oración
individual, o bien para enriquecer la oración de distintas
comunidades, están primordialmente dirigidos a los nuevos grupos de
oración de Juan Pablo II. A estos grupos les proponemos un programa
sencillo.
1. Vivir la oración de cada día
en el espíritu del “Totus Tuus”
2. Cada semana, dedicar al
menos media hora a la adoración del Santísimo Sacramento (en
caso de enfermedad o dificultades – adorar la Cruz de Cristo)
3. Una vez al mes
reflexionar sobre el don de la oración, mediante la lectura
personal o participando en encuentros formativos de la “Escuela de
oración”
4. Una vez al año hacer
ejercicios espirituales, en los que se profundiza en la vida de
oración; por ejemplo los organizados en la parroquia, o bien hacer
la Novena a la Divina Misericordia.
La tarea más difícil es la de madurar la actitud expresada en las
palabras “Totus Tuus –Soy todo Tuyo”. Es preciso,
pues, asumir la diaria fatiga del trabajo sobre sí mismos,
apoyándose en la adoración semanal, en la reflexión
mensual y en los ejercicios espirituales anuales.
Las meditaciones y las
prácticas espirituales, propuestas para cada mes, serán de gran
ayuda para llevar a cabo estos compromisos. En ellas encontraremos
reflexiones sobre la palabra de las Sagradas Escrituras, testimonios
sobre la oración del Papa y también sus enseñanzas sobre el tema de
la oración. El día indicado para esta reflexión orante y de
adoración es el primer domingo de cada mes.
En
uno de los párrafos del capítulo III de Cruzando el Umbral
de la Esperanza, Juan Pablo II escribió :
"...El
Papa reza tal como el Espiritu Santo le permite rezar. Pienso
que debe rezar de manera que, profundizando en el misterio revelado
en Cristo, pueda cumplir mejor su ministerio. Y el Espíritu Santo
ciertamente le guía en esto. Basta solamente que el hombre no ponga
obstáculos. «El Espíritu
Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque
ni siquiera sabemos qué nos conviene pedir, pero el Espíritu mismo
intercede con insistencia por nosotros, con gemidos inefables»
(San Pablo, Carta a
los Romanos. 8,26).
Posteriormente
nos escribió en la Carta Apostólica Novo
millennio ineunte:
"Duc in altum!"
La llamada de
Cristo resulta especialmente actual en nuestro tiempo, en el que una
difusa manera de pensar propicia la falta de esfuerzo personal ante
las dificultades. La primera condición para "remar mar
adentro" requiere cultivar un profundo espíritu de oración,
alimentado por la escucha diaria de la Palabra de Dios. La auténtica
vida cristiana se mide por la hondura en la oración, arte que
se aprende humildemente "de los mismos labios del divino
Maestro", implorando casi, "como los primeros discípulos:
‘¡Señor, enséñanos a orar!’ (Lc 11, 1). En la plegaria
se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos:
‘Permaneced en Mí, como Yo en vosotros’ (Jn 15, 4)"
(Novo millennio ineunte, 32).
La orante unión
con Cristo
nos ayuda a descubrir su presencia incluso en momentos de aparente
desilusión, cuando la fatiga parece inútil, como les sucedía a
los mismos apóstoles que después de haber faenado toda la noche
exclamaron: "Maestro, no hemos pescado nada" (Lc 5, 5).
Frecuentemente en momentos así es cuando hay que abrir el corazón
a la onda de la gracia y dejar que la palabra del Redentor actúe
con toda su fuerza: "Duc in altum!" (cfr. Novo
millennio ineunte,38).
Para
el Encuentro de este mes hemos seleccionado algunos
pensamientos del Papa sobre la Oración, que hemos extractado del
libro "Orar".
Asimismo
les invitamos a descargar gratuitamente a vuestra computadora el
libro digital EL ESPÍRITU
SANTO EN LA ORACIÓN DE CRISTO Y DEL HOMBRE desde
la siguiente dirección:
http://virgofidelis.com.ar/paFileDB/pafiledb.php?action=file&id=35
El
contenido del libro es el siguiente:
1. EL
ESPÍRITU SANTO EN LA ORACIÓN DE CRISTO
2. LA ORACIÓN DE JESÚS
3. ORACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS AL PADRE
4. JESÚS ENSEÑA A ORAR A SUS DISCÍPULOS
5. LA ORACIÓN DE MARÍA EN EL MAGNÍFICAT
6. CONTEMPLAR A CRISTO CON MARÍA
7. LA ORACIÓN A MARÍA
8. NATURALEZA DEL CULTO A MARÍA
9. QUÉ ES LA ORACIÓN? COMO HACERLA?
10.JESUCRISTO ES NUESTRO CAMINO
12.DIOS ES EL PROTAGONISTA EN LA ORACIÓN
DIOS
ES EL PROTAGONISTA EN LA ORACIÓN
MEDITACIÓN
- La oración puede
cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de vosotros
mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor.
Si nos miramos solamente a nosotros mismos, con nuestras
limitaciones y nuestros pecados, tomará cuerpo en nosotros con suma
rapidez la tristeza y el desconsuelo. Pero si tenemos nuestros ojos
fijos en el Señor, entonces nuestro corazón se llenará de
esperanza, nuestra mente se iluminará por la luz de la verdad, y
llegaremos a conocer la plenitud del Evangelio con todas sus
promesas y su vida.
- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación.
En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este
caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la oración enseña
que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante,
uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo.
Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la
iniciativa de Dios.
- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y
escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más
escucha. Lo más importante es precisamente lo que «oye».
Trata también de unir la oración a sus obligaciones, a sus
actividades, a su trabajo, y unir su trabajo a la oración.
- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que
nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios
nos quiere decir.
- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra
vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe
encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de
lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios.
Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre,
primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal
pueden haber levantado entre Dios y nosotros.
- Debemos orar también porque somos frágiles. Es preciso
reconocer humildemente y en forma realista que somos pobres
criaturas, con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles,
con necesidad contínua de fuerza interior y de consuelo.
- La oración es el reconocimiento de nuestros limites y de
nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos
a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos en Él,
nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.
- Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo
del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.
- En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El
protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de
la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para
gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo,
que «viene en ayuda de nuestra debilidad».
- Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra
vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer
propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse «zonas
de desierto y silencio» porque estamos continuamente envueltos en
el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos
y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz
interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos
elevados que deben cualificar la existencia del hombre.
- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva
de un Amor más grande y de un conocimiento más profundo que el
nuestro. Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos
concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra
petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros
deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa
nuestra comprensión en esta vida. El desafío es «abrir nuestro
corazón» alabando Su Nombre, buscando Su Reino, aceptando
Su
Voluntad.
- Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no
significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular,
aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico
de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse también
por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e
implorando la remisión de los pecados.
- La oración debe ir
antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no
puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.
- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que
Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como sabiamente nos
recuerda San Agustín, Dios conoce nuestros deseos incluso antes de
que se los manifestemos. Él afirma que la oración es para nuestro
provecho, pues al orar «ponemos por obra» nuestros deseos, de tal
manera que podemos obtener lo que ya Dios está dispuesto a
concedernos. Es para nosotros una oportunidad para «abrir nuestro
corazón».
- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio
interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a
nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que
identificarse con la Voluntad de Dios, teniendo el espíritu
despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos
daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su propia
naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se
convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi
voluntad, sino la Tuya.»
- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más
frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un
entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente
hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es
también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz
interior de la gracia. A escuchar la llamada.
- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir
sin respirar.
- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar
como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del
hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la
confianza.
- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre
la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre
todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.
- La oración es también una arma para los débiles y para cuantos
sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la
Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.
- San Pablo, orando
en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor:
«Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.»
La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración
con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de
Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.
REFLEXIONES SOBRE
LAS ENSEÑANZAS DE JUAN PABLO II
¡CAMINEMOS
CON ESPERANZA!
Conclusión de la
CARTA APOSTÓLICA NOVO MILLENNIO INEUNTE.
6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, del
año 2001
¡Caminemos con esperanza!
Un nuevo milenio se abre ante
la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que
aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de
Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al
hombre, realiza también hoy Su Obra. Hemos de aguzar la
vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón
para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos.
¿No ha sido quizás para tomar contacto con este
manantial vivo de nuestra esperanza, por lo que hemos
celebrado el Año jubilar? El Cristo contemplado y amado
ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id
pues y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo» (Mt 28,19). El mandato misionero
nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener
el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros
tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del
mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos
empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no
defrauda» (Rm 5,5).
Nuestra andadura, al
principio de este nuevo siglo, debe hacerse más rápida al
recorrer los senderos del mundo. Los caminos, por los que
cada uno de nosotros y cada una de nuestras Iglesias
camina, son muchos, pero no hay distancias entre quienes
están unidos por la única comunión, la comunión que cada
día se nutre de la mesa del Pan eucarístico y de la
Palabra de vida. Cada domingo Cristo resucitado nos
convoca de nuevo como en el Cenáculo, donde al atardecer
del día «primero de la semana» (Jn 20,19) se
presentó a los suyos para «exhalar» sobre de ellos el
don vivificante del Espíritu e iniciarlos en la gran
aventura de la evangelización.
Nos acompaña en este
camino la Santísima Virgen, a la que hace algunos meses,
junto con muchos Obispos llegados a Roma desde todas las
partes del mundo, he confiado el tercer milenio. Muchas
veces en estos años la he presentado e invocado como
«Estrella de la nueva evangelización». La indico aún como
aurora luminosa y guía segura de nuestro camino. «Mujer,
he aquí tus hijos», le repito, evocando la Voz misma de
Jesús (cf. Jn 19,26), y haciéndome voz, ante Ella,
del cariño filial de toda la Iglesia.
59. ¡Queridos
hermanos y hermanas! El símbolo de la Puerta Santa se
cierra a nuestras espaldas, pero para dejar abierta más
que nunca la Puerta Viva que es Cristo. Después del
entusiasmo jubilar ya no volvemos a un anodino día a día.
Al contrario, si nuestra peregrinación ha sido auténtica
debe como desentumecer nuestras piernas para el camino que
nos espera. Tenemos que imitar la intrepidez del apóstol
Pablo: «Lanzándome hacia lo que está por delante, corro
hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me
llama desde lo alto, en Cristo Jesús» (Flp 13,14).
Al mismo tiempo, hemos de imitar la contemplación de
María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad
santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando
en su corazón el misterio del Hijo (cf. Lc 2,51).
Que Jesús
Resucitado, el cual nos acompaña en nuestro camino,
dejándose reconocer como a los discípulos de Emaús «al
partir el pan» (Lc 24,30), nos encuentre
vigilantes y preparados para reconocer Su Rostro y correr
hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!» (Jn 20,25).
Éste es el fruto tan
deseado del Jubileo del Año dos mil, Jubileo que nos ha
presentado de manera palpable el misterio de Jesús de
Nazaret, Hijo de Dios y Redentor del hombre.
Mientras se concluye y nos abre a un futuro
de esperanza, suba hasta el Padre, por Cristo, en el
Espíritu Santo, la alabanza y el agradecimiento de toda la
Iglesia.
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ADORACIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
“Mane nobiscum, Domine!”
Como los dos discípulos
del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús, ¡quédate con
nosotros!
Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor
de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de
la noche.
Ampáranos en el cansancio, perdona
nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien.
Bendice a los niños, a los jóvenes, a
los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos.
Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice
a toda la humanidad.
En la Eucaristía te has hecho
“remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida
plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como
peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de
la vida sin fin.
Quédate con nosotros, Señor! Quédate
con nosotros! Amén.
CONFERENCIA Y ENCUENTROS EN GRUPO “PADRE
NUESTRO”
Reanudando la reflexión
sobre la Oración del Señor, hoy utilizaremos la oración con que Juan
Pablo II concluye el
MENSAJE PARA LA XXXVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
(25 DE ABRIL
DE 1999 - IV DOMINGO DE PASCUA)
Padre bueno,
en Cristo Tu Hijo
nos revelas Tu Amor,
nos abrazas como a tus hijos
y nos ofreces la posibilidad de descubrir
en Tu Voluntad los rasgos
de nuestro verdadero rostro.
Padre santo,
Tú nos llamas a ser santos
como Tú eres santo.
Te pedimos que nunca falten
a tu Iglesia ministros y apóstoles santos
que, con la palabra y los sacramentos,
preparen el camino para el encuentro Contigo.
Padre
misericordioso
da a la humanidad descarriada
hombres y mujeres que,
con el testimonio de una vida transfigurada
a imagen de Tu Hijo,
caminen alegremente
con todos los demás hermanos y hermanas
hacia la patria celestial.
Padre nuestro,
con la Voz de Tu Espíritu Santo,
y confiando en la materna intercesión de María,
te pedimos ardientemente:
manda a tu Iglesia sacerdotes,
que sean valientes testimonios
de Tu Infinita Bondad.
¯¯¯
Llenos del Espíritu Santo oremos
a nuestro Padre en el Cielo:
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PATER NOSTER |
Pater noster, qui es in cælis,
sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat
voluntas tua, sicut in cælo et in terra.
Panem nostrum quotidianum da nobis
hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos
dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in
tentationem: sed libera nos a malo.
Amen. |
Padre nuestro, que estás en
el Cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu
Reino; hágase tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo.
Danos hoy nuestro pan de
cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la
tentación y líbranos del mal.
Amén. |
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ORACIÓN
PARA IMPLORAR FAVORES
POR
INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II
Oh Trinidad Santa,
Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al
Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la
ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del
Espíritu de Amor. Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en
la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús
Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana
ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.
Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que
imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus
santos.
Padrenuestro. Avemaría. Gloria.
CARD. CAMILLO RUINI
Vicario General de Su Santidad
para la Diócesis de Roma
Se ruega a quienes obtengan gracias por
intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador
de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni
in Laterano 6/A 00184 ROMA . También puede enviar su testimonio por correo
electrónico a la siguiente dirección:
postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org
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