ESCUELA DE ORACIÓN DE JUAN PABLO II

"TOTUS TUUS"

ORACIÓN Y MEDITACIONES

ENCUENTRO 6 - PRIMER DOMINGO DEL MES


MATERIAL DE APOYO PARA REFLEXIONES, MEDITACIONES Y ORACIONES, PERSONALES Y/O COMUNITARIAS

Para el Suscriptor de "El Camino de María"

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«Nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “Escuelas de Oración”» (Juan Pablo II)

La Escuela de oración de Juan Pablo II es una propuesta de meditaciones y ejercicios orientados a profundizar nuestra relación personal con Dios. Los textos presentados aquí, aunque pueden ser de ayuda para la oración individual, o bien para enriquecer la oración de distintas comunidades, están primordialmente dirigidos a los nuevos grupos de oración de Juan Pablo II. A estos grupos les proponemos un programa sencillo.

1. Vivir la oración de cada día en el espíritu del “Totus Tuus”

2. Cada semana, dedicar al menos media hora a la adoración del Santísimo Sacramento (en caso de enfermedad o dificultades – adorar la Cruz de Cristo)

3. Una vez al mes reflexionar sobre el don de la oración, mediante la lectura personal o participando en encuentros formativos de la “Escuela de oración”

4. Una vez al año hacer ejercicios espirituales, en los que se profundiza en la vida de oración; por ejemplo los organizados en la parroquia, o bien hacer la Novena a la Divina Misericordia.


La tarea más difícil es la de madurar la actitud expresada en las palabras “Totus Tuus –Soy todo Tuyo”. Es preciso, pues, asumir la diaria fatiga del trabajo sobre sí mismos, apoyándose en la adoración semanal, en la reflexión mensual y en los ejercicios espirituales anuales.

Las meditaciones y las prácticas espirituales, propuestas para cada mes, serán de gran ayuda para llevar a cabo estos compromisos. En ellas encontraremos reflexiones sobre la palabra de las Sagradas Escrituras, testimonios sobre la oración del Papa y también sus enseñanzas sobre el tema de la oración. El día indicado para esta reflexión orante y de adoración es el primer domingo de cada mes.

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En el Tiempo  de Navidad y Epifanía dedicamos nuestro encuentro con Juan Pablo II a la meditación del misterio de la Encarnación.

Durante 26 años el Santo Padre Juan Pablo II impartió la bendición Urbi et Orbi el día de Navidad. Transmitía a los hombres la gracia del Señor y anunciaba la buena nueva de que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. Decía que nuestra esperanza está en Cristo, que sólo El es el Salvador del mundo. Creía en esto con toda su alma. De esta verdad vivió todos los días de su vida.

 

Damos gracias a Dios por el testimonio de fe que nos ha dejado y pidámosle la bendición para el Año Nuevo, invocando la intercesión de María Santísima, Madre del Señor, y de su fiel Siervo Juan Pablo II.

...La Navidad es un acontecimiento extraordinario para compartir. La fuente de la alegría de hoy es descrita, con expresiones de admiración, por un canto navideño polaco: «¡Nace Dios, el poder humano queda anonadado, el Señor de los cielos se despoja de todo!...” Compartamos juntos, hermanos y hermanas del mundo entero, este canto de alegría, mientras resuenan por doquier y en diversas lenguas, las tradicionales melodías navideñas. Resuenen gozosas en las iglesias y en los templos, donde los cristianos se reúnen en torno al Nacimiento para acoger al Hijo de Dios..." . (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 1996)

MEDITACIÓN

"Y LA PALABRA SE HIZO CARNE  ..."

“No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será también para todo el pueblo: Os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2, 10-11).

 «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1, 14)

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"...Queridos niños, os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al Nacimiento de Jesús! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena! También los días que siguen al nacimiento de Jesús son días de fiesta: así, ocho días más tarde, se recuerda que, según la tradición del Antiguo Testamento, se dio un nombre al Niño: llamándole Jesús.

¡Qué importante es el niño para Jesús! Se podría afirmar desde luego que el Evangelio está profundamente impregnado de la verdad sobre el niño. Incluso podría ser leído en su conjunto como el « Evangelio del niño ».

En efecto, ¿qué quiere decir: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos »? ¿Acaso no pone Jesús al niño como modelo incluso para los adultos? En el niño hay algo que nunca puede faltar a quien quiere entrar en el Reino de los
Cielos. Al Cielo van los que son sencillos como los niños, los que como ellos están llenos de entrega confiada y son ricos de bondad y puros. Sólo éstos pueden encontrar en Dios un Padre y llegar a ser, a su vez, gracias a Jesús, hijos de Dios.

¿No es éste el mensaje principal de la Navidad? Leemos en san Juan: «Y la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (1, 14); y además: «A todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (1, 12). ¡Hijos de Dios! Vosotros, queridos niños, sois hijos e hijas de vuestros padres. Ahora bien, Dios quiere que todos seamos hijos adoptivos suyos mediante la gracia. Aquí está la fuente verdadera de la alegría de la Navidad, de la que os escribo ya al término del Año de la Familia. Alegraos por este «Evangelio de la filiación divina». Que, en este gozo, las próximas fiestas navideñas produzcan abundantes frutos, en el Año de la Familia.
.."
(Carta a los niños, 13 de diciembre de 1994).

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Apareció la Gracia. ¿Qué es la Gracia?. La Gracia es precisamente la manifestación de Dios. El abrirse de Dios al hombre. Dios, permaneciendo en la plenitud inescrutable de su Ser divino, del Ser Uno y Trino, se abre al hombre, se hace Don al hombre, del que es Creador y Señor. La Gracia es Dios como Padre Nuestro. Es el Hijo de Dios como Hijo de la Virgen. Es el Espíritu Santo, que actúa en el corazón del hombre con la riqueza infinita de sus dones (...). 

La Gracia es, al mismo tiempo, el hombre, el hombre nuevo, nuevamente creado. Es el hombre visitado por Dios en la profundidad misma de su esencia humana. El hombre nacido de nuevo, nacido para la Verdad y el Amor. Es el hombre llamado, en el misterio de la imagen y semejanza, a la participación de la Naturaleza divina y compenetrado por ella. Llamado en la noche de Belén con la fuerza misteriosa de la filiación divina, para llegar a ser hijo en el Hijo.

La Gracia es, pues, Dios en nosotros: en ti, en mi, en él, en ella, en cada uno, en todos. La Gracia es, así, nosotros en Dios: nosotros-comunidad, nosotros-familia, nosotros-Pueblo de Dios, nosotros-Iglesia, nosotros-humanidad. La Gracia: don de unidad en el Espíritu Santo. Y la noche de Belén es el nuevo comienzo de este don en la tierra. El nuevo tiempo de la humanidad en Dios: “Apareció... la Gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres” (Tit 2, 11).  (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 1985).

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Navidad es la fiesta del hombre. Nace el Hombre. Uno de los millares de millones de hombres que han nacido, nacen y nacerán en la tierra. Un hombre, un elemento que entra en la composición de la gran estadística. No casualmente Jesús vino al mundo en el período del censo, cuando un emperador romano quería saber con cuántos súbditos contaba su país. El hombre, objeto de cálculo, considerado bajo la categoría de la cantidad, uno entre millares de millones. Y al mismo tiempo, uno, único, irrepetible. Si celebramos con tanta solemnidad el nacimiento de Jesús, lo hacemos para dar testimonio de que todo hombre es alguien, único, irrepetible. Si es verdad que nuestras estadísticas humanas, las catalogaciones humanas, los sistemas políticos humanos, económicos y sociales, las simples posibilidades humanas, no son capaces de asegurar al hombre el que pueda nacer, existir y obrar como ser único e irrepetible, todo eso se lo asegura Dios. Para Él y ante Él, el hombre es único e irrepetible; alguien eternamente ideado y eternamente elegido; alguien llamado y denominado por su propio nombre.”  (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 1978).

 

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“Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (Jn 1, 11). Nosotros hombres, inclinados de nuevo ante el misterio de Belén, sólo podemos pensar con dolor en cuánto han perdido los habitantes de la “ciudad de David”, porque no abrieron la puerta.  Lo que pierde todo hombre que no deja nacer, bajo el techo de su corazón, a Cristo “la luz verdadera que con su venida al mundo ilumina a todo hombre” (Jn 1, 9). ¡Cuánto pierde el hombre cuando, encontrándolo no ve en El al Padre!. En efecto, Dios se ha manifestado en Cristo al hombre como Padre. ¡Y cuánto pierde el hombre cuando no ve en El a la propia humanidad!. Pues Cristo ha venido al mundo para manifestar plenamente el hombre al propio hombre y hacerle ver su altísima vocación! (...) Nace también un sentido deseo y una humilde oración: que los hombres de nuestra época acojan a Cristo.” (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 1981).

 

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Dirigimos la mirada hacia Ti, Cristo, Puerta de nuestra salvación, y te damos gracias por el bien realizado en los años, siglos y milenios pasados. Debemos confesar, sin embargo, que a veces la humanidad ha buscado fuera de Ti la Verdad, que se ha fabricado falsas certezas, ha corrido tras ideologías falaces. A veces el hombre ha excluido del propio respeto y amor a hermanos de otras razas o distintos credos, ha negado los derechos fundamentales a las personas y a las naciones. Pero Tú sigues ofreciendo a todos el Esplendor de la Verdad que salva.” (Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 1999).

 

REFLEXIONES SOBRE LAS ENSEÑANZAS Y LA VIDA DE JUAN PABLO II

LA PRESENCIA Y LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN EL BAUTISMO DE JESÚS

Audiencia General del 11 de julio de 1990

Queridos hermanos y hermanas:

En la vida de Jesús-Mesías, es decir, de Aquel que es consagrado con la unción del Espíritu Santo (Cfr. Lc 4, 18), hay momentos de especial intensidad en los que el Espíritu Santo se manifiesta íntimamente unido a la humanidad ya la misión de Cristo. Hemos visto que el primero de estos momentos es el de la Encarnación, que se realiza mediante la concepción y el nacimiento de Jesús de María Virgen por obra del Espíritu Santo: 'Conceptus, de Spiritu Sancto, natus ex María Virgine', como proclama el símbolo de la fe.
 
Otro momento en que la presencia y la acción del Espíritu Santo toman un particular relieve es el del Bautismo de Jesús en el Jordán. Lo veremos en la catequesis de hoy.
 
2. Todos los evangelistas nos han transmitido el acontecimiento (Mt 3, 13.17; Mc 1, 9.11; Lc 3, 21.22; Jn 1, 29.34). Leamos el texto de Marcos: 'Por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a él' (Mc 1, 9.10). Jesús había ido al Jordán desde Nazaret, donde había pasado los años de su vida 'escondida' . Antes de eso, él había sido anunciado por Juan, que en el Jordán exhortaba al 'bautismo de penitencia'. 'Y proclamaba: Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo; y yo no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo ' (Mc 1, 7.8).
 
Ya se estaba en los umbrales de la era mesiánica. Con la predicación de Juan concluía la larga preparación, que había recorrido toda la Antigua Alianza y, se podría decir, toda la historia humana, narrada por las Sagradas Escrituras. Juan sentía la grandeza de aquel momento decisivo, que interpretaba como el inicio de una nueva creación, en la que descubría la presencia del Espíritu que aleteaba por encima de la primera creación (Cfr. Jn 1, 32; Gen 1, 2). él sabia y confesaba que era un simple heraldo, precursor y ministro de Aquel que habría de venir a 'bautizar con Espíritu Santo'.
 
3. Por su parte, Jesús se preparaba en la oración para aquel momento, de inmenso alcance en la historia de la salvación, en el que se había de manifestar, aunque bajo signos representativos, el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo en el misterio trinitario, presente en la humanidad como principio de vida divina. En efecto, leemos en Lucas: 'Mientras Jesús... estaba en oración, se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo' (Lc 3, 21.22). El mismo evangelista narrará a continuación que un día Jesús, enseñando a orar a los que lo seguían por los caminos de Palestina, dijo que 'el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan' (Lc 11, 13). él mismo en primer lugar pedía este Don altísimo para poder cumplir su propia misión mesiánica; y durante el Bautismo en el Jordán había recibido una manifestación suya especialmente visible que señalaba ante Juan y ante sus oyentes la 'investidura' mesiánica de Jesús de Nazaret. El Bautista daba testimonio de él 'ante los ojos de Israel como Mesías, es decir como Ungido con el Espíritu Santo' (Dominum et vivificantem, n.19).
 
La oración de Jesús, que en su Yo divino era el Hijo eterno de Dios, pero que actuaba y oraba en la naturaleza humana, era escuchada por el Padre. El mismo, un día, diría al Padre: 'Ya sabía yo que tú siempre me escuchas' (Jn 11, 42). Esta conciencia vibró especialmente en El en aquel momento del bautismo, que daba comienzo público a su misión redentora, como Juan intuyó y proclamó. En efecto, él presentó a aquel que venía a 'bautizar en Espíritu Santo' (Mt 3, 11) como 'el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo' (Jn 1, 29).
 
4. Lucas nos dice que durante el Bautismo de Jesús en el Jordán 'se abrió el cielo' (Lc 3, 21). En otro tiempo el profeta Isaías había dirigido a Dios la invocación: '¡Ah, si rompieses los cielos y descendieses!' (Is 63, 19). Ahora Dios parecía responder a ese grito, escuchar esa oración, precisamente en el momento del bautismo. Aquel 'abrirse' del cielo está ligado a la venida del Espíritu Santo sobre Cristo en forma de paloma. Es un signo visible de que la oración del profeta era escuchada, y de que su profecía se estaba cumpliendo; ese signo venía acompañado por una voz del cielo: 'y se oyó una voz que venia de los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco ' (Mc 1, 11; Lc 3, 22). El signo toca, por tanto, la vista (con la paloma) y el oído (con la voz) de los privilegiados beneficiarios de aquella extraordinaria experiencia sobrenatural. Ante todo en el alma humana de Cristo, pero también en las personas que se hallaban presentes en el Jordán, toma forma la manifestación de la eterna 'complacencia' del Padre en el Hijo. Así, en el Bautismo de Jesús en el Jordán tiene lugar una teofanía cuyo carácter trinitario queda mucho más subrayado aún en la narración de la Anunciación. El 'abrirse el cielo' significa, en aquel momento, una particular iniciativa de comunicación del Padre y del Espíritu Santo con la tierra para la inauguración religiosa y casi 'ritual' de la misión mesiánica del Verbo encarnado.
 
5. En el texto de Juan, el hecho que tuvo lugar en el bautismo de Jesús es descrito por el mismo Bautista: 'Juan dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas que baje el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo . Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios' (Jn 1, 32.34). Eso significa que, según el evangelista, el Bautista participó en aquella experiencia de la teofanía trinitaria y se dio cuenta, al menos oscuramente, con la fe mesiánica, del significado de aquellas palabras que el Padre había pronunciado: 'Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco' .Por lo demás, también en los demás evangelistas es significativo que el término 'hijo' se encuentra usado en sustitución del término 'siervo' que se halla en el primer canto de Isaías sobre el siervo del Señor 'He aquí mi siervo a quien yo sostengo. mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él' (Is 42, 1).
 
En su fe inspirada por Dios, y en la de la comunidad cristiana primitiva, el 'siervo' se identificaba con el Hijo de Dios (Cfr. Mt 12, 18; 16, 16), y el 'espíritu' que se le había concedido era reconocido en su personalidad divina como Espíritu Santo. Jesús, un día, la víspera de su Pasión, dirá a los Apóstoles que aquel mismo Espíritu, que descendió sobre él en el bautismo, actuaría junto con él en la realización de la redención: 'El (el Espíritu de verdad) me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros' (Jn 16, 14).
 
6. Es interesante, al respecto, un texto de San Ireneo de Lión (a.203) que, comentando el bautismo en el Jordán, afirma: 'El Espíritu Santo había prometido por medio de los profetas que en los últimos días se derramaría sobre sus siervos y sus siervas, para que profetizaran. Por esto él descendió sobre el Hijo de Dios, que se hizo hijo del hombre, acostumbrándose juntamente con él a permanecer con el género humano, a 'descansar' en medio de los hombres y a morar entre aquellos que han sido creados por Dios, poniendo por obra en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de forma que se transformen de "hombre viejo" en la novedad de Cristo' (Adversus haer. III, 17, 1). El texto confirma que, desde los primeros siglos, la Iglesia era consciente de la asociación entre Cristo y el Espíritu Santo en la realización de la 'nueva creación'.
 
7. Una alusión, antes de concluir, al símbolo de la paloma que, con ocasión del bautismo en el Jordán, aparece como signo del Espíritu Santo. La paloma, en el simbolismo bautismal, va unida al agua y, según algunos Padres de la Iglesia, evoca lo que sucedió al fin del diluvio, interpretado también él como figura del bautismo cristiano. Leemos en el libro del Génesis: (Noé) 'volvió a soltar la paloma fuera del arca. La paloma vino al atardecer, y he aquí que traía en el pico un ramo de olivo, por donde conoció Noé que habían disminuido las aguas de encima de la tierra' (Gen 8, 10.11). El símbolo de la paloma indica el perdón de los pecados, la reconciliación con Dios y la renovación de la Alianza. Y es eso lo que halla su pleno cumplimiento en la era mesiánica, por obra de Cristo redentor y del Espíritu Santo


 

¡VEN ESPÍRITU DE AMOR Y DE PAZ!

Espíritu Santo, dulce Huésped del alma,
muéstranos el sentido profundo del gran jubileo
y prepara nuestro espíritu para celebrarlo con fe,
en la esperanza que no defrauda,
en la caridad que no espera recompensa.

Espíritu de Verdad, que conoces las profundidades de Dios,
memoria y profecía de la Iglesia,
dirige la humanidad para que reconozca en Jesús de Nazaret
el Señor de la gloria, el Salvador del mundo,
la culminación de la historia.

¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!

Espíritu Creador, misterioso artífice del Reino,
guía la Iglesia con la fuerza de tus santos dones
para cruzar con valentía el umbral del nuevo milenio
y llevar a las generaciones venideras
la Luz de la Palabra que salva.

Espíritu de Santidad, aliento divino que mueve el universo,
ven y renueva la faz de la tierra.
Suscita en los cristianos el deseo de la plena unidad,
para ser verdaderamente en el mundo signo e instrumento
de la íntima unión con Dios y de la unidad del género humano.

¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!

Espíritu de Comunión, alma y sostén de la Iglesia,
haz que la riqueza de los carismas y ministerios
contribuya a la unidad del Cuerpo de Cristo,
y que los laicos, los consagrados y los ministros ordenados
colaboren juntos en la edificación del único Reino de Dios.

Espíritu de Consuelo, fuente inagotable de gozo y de paz,
suscita solidaridad para con los necesitados,
da a los enfermos el aliento necesario,
infunde confianza y esperanza en los que sufren,
acrecienta en todos el compromiso por un mundo mejor.

¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!

Espíritu de Sabiduría, que iluminas la mente y el corazón,
orienta el camino de la ciencia y de la técnica
al servicio de la vida, de la justicia y de la paz.
Haz fecundo el diálogo con los miembros de otras religiones,
y que las diversas culturas se abran a los valores del Evangelio.

Espíritu de Vida, por el cual el Verbo se hizo carne
en el seno de la Virgen, Mujer del silencio y de la escucha,
haznos dóciles a las muestras de tu Amor
y siempre dispuestos a acoger los signos de los tiempos
que Tú pones en el curso de la historia.

¡Ven, Espíritu de Amor y de Paz!

A Ti, Espíritu de Amor,
junto con el Padre Omnipotente
y el Hijo Unigénito,
alabanza, honor y gloria
por los siglos de los siglos. Amén.

ADORACIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO


                   “Mane nobiscum, Domine!”
 
Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús, ¡quédate con nosotros! 

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.
 
Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien.
 
Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad.
 
En la Eucaristía te has hecho “remedio de inmortalidad”: danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.
 
Quédate con nosotros, Señor! Quédate con nosotros! Amén.

CONFERENCIA Y ENCUENTROS EN GRUPO “PADRE NUESTRO”

Reanudando la reflexión sobre la Oración del Señor, hoy utilizaremos unos párrafos de la Audiencia del 14 de marzo de 1979 cuyo tema era: JESÚS  ENSEÑA A SUS DISCÍPULOS A ORAR

"...Es necesario orar basándose en este concepto esencial de la oración. Cuando los discípulos pidieron al Señor Jesús: “Enséñanos a orar”, Él respondió pronunciando las palabras de la oración del Padrenuestro, creando así un modelo concreto y al mismo tiempo universal. De hecho, todo lo que se puede y se debe decir al Padre está encerrado en las siete peticiones que todos sabemos de memoria. Hay en ellas una sencillez tal, que hasta un niño las aprende, y a la vez una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada una de ellas. ¿Acaso no es así? ¿No nos habla cada una de ellas, una tras otra, de lo que es esencial para nuestra existencia, dirigida totalmente a Dios, al Padre? ¿No nos habla del “pan de cada día”, del “perdón de nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos”, y al mismo tiempo de preservarnos de la “tentación” y de “librarnos del mal”?    
 
Cuando Cristo, respondiendo a la pregunta de los discípulos “Enséñanos a orar”, pronuncia las palabras de su oración, enseña no sólo las palabras, sino enseña que en nuestro coloquio con el Padre debemos tener una sinceridad total y una apertura plena. La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre Dios y nosotros. 
 
A través de la oración todo el mundo debe encontrar su referencia justa: esto es, la referencia a Dios: mi mundo interior y también el mundo objetivo, en el que vivimos y tal como lo conocemos. Si nos convertimos a Dios, todo en nosotros se dirige a Él. La oración es la expresión precisamente de este dirigirse a Dios; y esto es, al mismo tiempo, nuestra conversión continua: nuestro camino..."

Llenos del Espíritu Santo oremos a nuestro Padre en el Cielo:

 

PATER NOSTER

Pater noster, qui es in cælis, sanctificetur nomen tuum. Adveniat regnum tuum. Fiat voluntas tua, sicut in cælo et in terra.

Panem nostrum quotidianum da nobis hodie. Et dimitte nobis debita nostra, sicut et nos dimittimus debitoribus nostris. Et ne nos inducas in tentationem: sed libera nos a malo.

Amen.

Padre nuestro, que estás en el Cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.

Amén.


 Traducción del italiano realizado por Ljudmila Hribar (Ramos Mejia, Bs.As-Argentina)


ORACIÓN PARA IMPLORAR FAVORES

 POR INTERCESIÓN DEL SIERVO DE DIOS EL PAPA JUAN PABLO II

Oh Trinidad Santa,  Te damos gracias por haber concedido a la Iglesia al Papa Juan Pablo II y porque en él has reflejado la ternura de Tu paternidad, la gloria de la Cruz de Cristo y el esplendor del Espíritu de Amor. Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo.  Concédenos, por su intercesión, y si es Tu voluntad, el favor que imploramos, con la esperanza de que sea pronto incluido en el número de tus santos.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria.

CARD. CAMILLO RUINI

Vicario General de Su Santidad para la Diócesis de Roma


Se ruega a quienes obtengan gracias por intercesión del Siervo de Dios Juan Pablo II, las comuniquen al Postulador de la Causa, Monseñor Slawomir Oder. Vicariato di Roma. Piazza San Giovanni in Laterano 6/A  00184 ROMA . También puede enviar su testimonio  por correo electrónico a la siguiente dirección: postulazione.giovannipaoloii@vicariatusurbis.org


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BOLETÍN DE LA POSTULACIÓN DE JUAN PABLO II

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